Cualquier liderazgo palestino serio deberá saber que la promesa retórica de retorno al hogar y a los olivos abandonados en 1948 es un espejismo irresponsable que contradice fundamentalmente la lógica de un Estado palestino independiente.
Es obvio que la restitución de la mayor parte de Cisjordania seguirá siendo uno de los puntos indispensable para resolver el conflicto israelí-palestino, pero ambas partes han puesto ahora en el centro del debate el legado de la guerra de 1948.
Fue el primer ministro israelí, Binyamín Netanyahu, quien reabrió el tema de 1948 al solicitar que los palestinos reconocieran a Israel como Estado judío. La intención de Bibi era esencialmente obligar a los palestinos a admitir que el derecho de retorno de sus refugiados se aplique solamente al Estado palestino, no a Israel.
Sin embargo, la verdadera importancia de su demanda radica en que se pronunció en un momento en el que las mismas políticas del entonces primer ministro Salam Fayyad plantean un verdadero desafío para el Movimiento Nacional Palestino al forzarle a elegir entre un espíritu de reivindicación y uno de creación de un Estado.
Con Fayyad, la Autoridad Palestina parecía estar sustituyendo el tradicional énfasis basado en la diáspora del Movimiento Nacional Palestino a favor de la creación de un Estado dentro de los límites de Cisjordania. Es como si la voz de la diáspora se estuviera silenciando en Palestina. Es significativo que el Comité Ejecutivo de la OLP - en el pasado formado exclusivamente por representantes de la diáspora palestina - tenga sólo un miembro de la diáspora, un delegado de Líbano. Esto podría marcar un cambio radical en la evolución del nacionalismo palestino.
En el sionismo, la comunidad judía en Palestina fue el centro de la toma de decisiones y la diáspora judía era un respaldo estratégico. Sin embargo, la situación se invirtió en el caso de los palestinos: el espíritu de la diáspora, con la difícil situación de los refugiados en su centro, fue el corazón de la causa palestina y el enfoque de la toma de decisiones del movimiento nacional. Como resultado, la comunidad palestina en Cisjordania siempre se mostró servil a la primacía de la diáspora palestina. Cuando trató de asumir un papel de liderazgo - durante la primera Intifada en 1987, por ejemplo -, su esfuerzo se vio suprimido por una OLP basada entonces en la diáspora.
El fayyadismo, en contraste, buscaba la «sionización» del Movimiento Nacional Palestino. Le infundía a la causa palestina un espíritu positivo de creación de un Estado-nación al sustituir las preocupaciones centradas en la diáspora del nacionalismo palestino y trascender la obsesión paralizante con una reivindicación de derechos y justicia nunca cumplida.
En el proceso de paz, como se desarrolló hasta ahora, los israelíes siempre quisieron concentrarse en los asuntos de 1967, es decir, en las tierras y la seguridad. Los palestinos, sin embargo, siempre buscaron regresar a los asuntos de 1948: los refugiados, la dispersión y la necesidad de hacer que los israelíes comparezcan ante el tribunal de la historia.
Parece que ahora los papeles se invirtieron. Justamente cuando Israel logró domesticar el Movimiento Nacional Palestino obligándolo a abandonar su camino revolucionario en favor de la formación de un Estado y del desarrollo económico - una reorientación también emprendida por el sionismo -, los israelíes deciden atraer de nuevo la atención de los palestinos hacia los aspectos fundamentales del conflicto.
En efecto, a pesar del fayyadismo, el Movimiento Nacional Palestino se cuidará de no traicionar sus verdaderas fuentes de legitimidad: el espíritu de despojo y de refugiado. Los palestinos, que están tratando de ganarlo todo, afirman ante el mundo su respaldo a una solución basada en dos Estados y al mismo tiempo exigen su derecho de retorno.
Cualquier liderazgo palestino serio debería saber que la promesa retórica de retorno al hogar y a los olivos abandonados es un espejismo irresponsable que contradice fundamentalmente la lógica de un Estado palestino independiente. La paz muy a menudo no se trata de justicia sino de estabilidad. Los palestinos deben alinear su discurso nacional con lo que es realizable e Israel debe resolver sus propias contradicciones y abordar el tema de los refugiados de una forma que garantice la legitimidad y duración de un futuro acuerdo de paz.
En lugar de suprimir la memoria de los refugiados, Israel debe reconocer que en 1948 la tierra fue dividida por medio de la espada y que el Estado judío se formó, en parte, por el masivo desplazamiento y despojo de las comunidades palestinas; debe no cerrar los ojos e integrar en sus planes de estudio escolares la tragedia de la Nakba palestina. La resolución de conflictos de esta naturaleza requiere la recuperación de la memoria histórica y un relato apropiado de las narrativas de ambas partes.
A cambio de ello, también los palestinos deberaán aceptar su parte de responsabilidad por las calamidades que les acontecieron.
Sólo mediante un acuerdo aceptable en la cuestión de los refugiados se podrá cerrar definitivamente el expediente de 1948. Y sólo entonces el conflicto israelí-palestino acabará.