Determinar que 1.200 niños no pueden permanecer en Israel porque sus padres trabajan ilegalmente, no entra dentro de los parámetros morales que un Estado Judío, digno de sus valores, debe tener.
Los problemas de Israel con la Autoridad Nacional Palestina, la crisis en las relaciones con Turquía y la tensión por la presentación del Informe Goldstone en la ONU, ocupan estos días los titulares principales en la prensa israelí. Es natural: las amenazas no desaparecen e Israel tiene mucho con que seguir lidiando.
Pero a nuestro criterio, lo más preocupante es un tema de orden social, que mucho tiene que ver con el carácter del Estado de Israel, su enfoque de vida, su concepción de mundo: la intención del Ministro del Interior, Eli Yshai, jefe del partido ultraortodoxo Shás, de expulsar del país a casi 1.200 niños, hijos de trabajadores extranjeros, muchos de los cuales llegaron al país como turistas y se quedaron ilegalmente a trabajar.
Si bien el Primer Ministro Binyamín Netanyahu ha aclarado que el tema no está cerrado y que será él quien decida al respecto - agregando que hasta el fin del año escolar no será tomada medida alguna -, la presión pública aún es clave para impedir la concreción de la eventual nefasta decisión.
Varios ministros del gobierno, tanto del propio partido Likud como de los socios laboristas, se manifestaron en contra de la expulsión. La calle, con manifestaciones organizadas por grupos de derechos humanos de la propia sociedad israelí, es por ahora el escenario principal de presión. Esperamos que la misma aumente, que no cese, que tenga éxito; de lo contrario sería una vergüenza nacional.
Los niños se sienten israelíes; quieren quedarse aquí
El Ministro del Interior, siguiendo la concepción - a nuestro criterio , muy minimalista - del sector y el partido que representa, considera que la identidad judía de Israel se ve amenazada por los trabajadores extranjeros llegados de diferentes confines del mundo. Yshai explica que cuando éstos se establecen en Israel y forman familias, trayendo niños al mundo que nacen aquí, constituyen, en su opinión, un problema demográfico que no hará menos que intensificarse.
Es cierto que el número de casi 400.000 trabajadores extranjeros, muchos de ellos ilegales, no puede pasar desapercibido en una sociedad de algo màs de 7 millones de habitantes, 20% de los cuales son árabes, no judíos. Es legítimo que Israel, el único Estado Judío de la Tierra, quiera preservar su identidad especial. También es verdad que en no todo aquél que nace dentro de las fronteras de un país - en otras partes del mundo - tiene derecho automático a permanecer allí para siempre.
Sin embargo, el enfoque, a nuestro modo de ver, debe ser mucho más amplio. Ser un Estado Judío digno de su nombre, no depende únicamente de la identidad de su población, sino también de los valores que guían y caracterizan su vida.
Determinar que 1.200 niños no pueden permanecer en Israel porque sus padres trabajan ilegalmente, no entra dentro de los parámetros morales que un Estado Judío, digno de su nombre, debe tener; no sólo porque los niños no tienen culpa de las faltas de sus padres, sino porque la vida humana tiene una dinámica imparable en el marco de una sociedad normal; el nacimiento de esos niños en Israel es parte de ella.
Israel debe asumir la responsabilidad sobre las derivaciones del tema
Los niños se sienten israelíes, quieren quedarse aquí, la gran mayoría no conoce los países de los cuales llegaron sus padres o, los mayorcitos de entre ellos, ya jóvenes adolescentes, no sienten ligazón alguna con esos sitios, sino únicamente con Israel.
Además, la entrada ilegal de gente a trabajar en Israel - o mejor dicho la permanencia como trabajadores en forma ilegal de gente que entrò en su momento con visa de turista - es sólo parte de la explicación del problema. El fenómeno mismo de la mano de obra extranjera comenzó por la autorización del Estado que permitió traer de diferentes países a gente empleada para determinados oficios. Es ese mismo Estado quien debe ahora asumir la responsabilidad sobre las derivaciones del tema. Hay gente de por medio; no son meros números.
Todo país tiene derecho a determinar los límites de la inmigración que permite a su territorio. Israel no debe ser la excepción, menos aún al recordarse que es el único Estado Judío del mundo y tiene no sólo el derecho sino la obligación moral de seguir siendo como es. Pero no vive aislado y es responsable por todo lo que pasa dentro de sus fronteras.
Como Estado Judío, debe mostrar una especial sensibilidad respecto a lo que sucede con extranjeros que habitan su territorio. No olvidemos que "...Extraños fuimos en la tierra de Egipto..."
No debemos olvidar: "...Extraños fuímos en la tierra de Egipto..."
No nos apresuremos, como algunos han hecho al manifestar contra el ministerio del Interior, a traer a colación la tragedia de la Shoá. Afortunadamente, las dos situaciones nada tienen que ver. Durante el Holocausto, los nazis pretendieron eliminar al pueblo judío de la faz de la tierra, matando a seis millones de sus hijos sólo por ser judíos. Aquí nadie pretende eliminar a nadie.
Pero sí es cierto que la historia judía, sumada a los preceptos morales que deben regir al Estado de Israel, imponen un código de comportamiento diferente, superior. Esos preceptos morales por los cuales, por ejemplo, sudaneses que huyeron del genocidio en Darfur hacia el vecino Egipto, intentan luego pasar a Israel porque saben, según nos han dicho no pocos, "que en Israel nos tratarán bien".
A nuestro criterio, esos parámetros deben incluir permisos de residencia permanente a los niños que están hoy en el ojo del huracán.
A nuestro modo de ver, es de eso precisamente que se trata la expresión "Or lagoim" (Luz para los pueblos). La ciencia, el desarrollo tecnológico o la medicina al máximo nivel mundial, son motivos de orgullo para Israel. Garantizar que el ministerio del Interior no nos avergüence a todos, sería otro motivo más.
A nuestro criterio, tanto o más importante que el primero.
Fuente: Semanario Hebreo de Uruguay - 15.10.09