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¿Rabín o Shamir?


Cuando un primer ministro actúa como estadista y llega a determinaciones históricas, las intrigas dejan de interesar. Es lo que le sucederá a Netanyahu si demuestra valentía y se dirije hacia una apertura política.

 
La conducción de Itzjak Shamir como Primer Ministro fue ejemplar. Su agenda diaria era estable, su oficina actuaba en armonía; no acostumbraba a sobresalir en los medios. La política de Shamir era coherente; mensajes claros y sencillos. Tanto su serenidad como la seguridad en si mismo y su capacidad de decisión se configuraron en la clandestinidad y en el Mossad. Era muy difícil atemorizarlo o doblegarlo. "Shamir estaba hecho de granito"; así lo definió Ehud Barak, quien sirvió bajo su mandato como Jefe del Estado Mayor del Ejército.  

Itzjak Rabín, quien reemplazó a Shamir en su cargo, experimentó problemas en su conducción. Sus colaboradores lo admiraban, pero cuestionaban su política y discutían entre ellos en los medios de comunicación. Rabín dudaba antes de llegar a determinaciones; sus expresiones desafortunadas abastecieron a la prensa de incontables titulares. 

El logro más relevante de Shamir fue la supervivencia en el gobierno; se desempeñó en sus funciones más que cualquier otro magistrado, excepto David Ben Gurión. Sin embargo la historia lo olvidó. En contadas ocasiones se lo recuerda en el consenso público, mayormente como conservador y disidente, un dirigente que se oponía a todo cambio o viraje; sólo trataba de guardar estoicamente la integridad de Eretz Israel.

En cambio Rabín es considerado como un líder gigante y un estadista descollante que suscitó cambios en todas las áreas de su jurisdicción: el proceso de paz, las relaciones internacionales, un gran desarrollo vial y un elevado progreso en la educación. Fue asesinado antes de concretar todas sus aspiraciones, pero el Israel que dejó era ya un Estado totalmente diferente del que le fue encomendado.

La lección histórica es clara: Las formas de conducir de los primeros ministros ocupan mucho a políticos y periodistas, pero su importancia es casi nula. Los dirigentes son juzgados por sus decisiones y por los resultados que logran; no por la organización de sus ministerios o sus relaciones con los medios.

El alegato convencional según el cual aquél que tiene dificultades en dirigir su ministerio no puede gobernar un país, no responde al desafío de la realidad. La Administración de Ehud Olmert podría haber sido galardonada con el premio internacional de conducción por sus estrechas relaciones con líderes mundiales, su apertura a la prensa y la fidelidad de los colaboradores con su patrón (Según la Fiscalía del Estado, dicha relación originó que algunos de ellos infringieran la ley por él). Todo eso no ayudó a Olmert en su fracasada conducción de la Segunda Guerra del Líbano, o en el proceso de paz que no maduró. La historia recordará su mandato como una desilusión.

Los problemas de conducción de Binyamín Netanyahu surgen de una profunda desconfianza que se pone en evidencia en la compartimentación estricta entre sus colaboradores y en la sensación que los medios lo persiguen. Otros políticos también ocupan mucho de su tiempo en controversias con opositores reales e imaginarios, o se enloquecen con lo que se publica sobre ellos y saben mejor que él ocultar sus dudas y temores.

La centralización de Netanyahu y la división en su ministerio originan ansiedad, luchas internas e indiscreciones mutuas. La defensiva frente a la prensa lo lleva a respuestas impensadas acerca de publicaciones que lo enervan. Las cosas llegaron al colmo con el enorme fiasco de su "viaje sí, viaje no" a Rusia, el fracasado intento de ocultarlo y, posteriormente, tratar de mostrarlo como una operación al mejor estilo James Bond.

La verdad es que la Administración actual de Netanyahu se conduce mucho mejor que en su mandato anterior. No hay cambios desesperados en puestos claves, los mensajes son consecuentes y Bibi se cuida mucho de exposiciones exageradas y declaraciones, que en un pasado lo ponían en aprietos. Los medios son más contemplativos con el Primer Ministro y su familia; su política goza del apoyo popular.

Pero eso no es suficiente. De tanto en tanto, Netanyahu se complica en algún nuevo escándalo, y de inmediato le recuerdan el "Bibi" que lleva adentro y se preguntan si en realidad ha cambiado.

Netanyahu opina que la prensa se ocupa de nimiedades e ignora sus logros, y considera que la solución se encuentra en el pluralismo que se desprende del periódico que lo apoya, "Israel Hayom". Pero se equivoca en sus conclusiones. El problema no es la falta de opiniones, sino la acción.

Cuando la política es sobrevivir, los medios se ocupan de "quién fue invitado a tal cena" y "quien sabía del viaje secreto". Cuando el Primer Ministro actúa como estadista y llega a determinaciones históricas, las intrigas dejan de interesar. Eso es lo que le sucedió a Beiguin al firmar la paz con Egipto, a Rabín en la apertura del proceso de paz con los palestinos, o a Ariel Sharón cuando decidió retirarse de Gaza. Y es lo que le sucederá a Netanyahu si demuestra valentía y se dirije hacia una apertura política.

De lo contrario, se lo recordará históricamente como alguien que dejó pasar el tiempo en su función; como a Itzjak Shamir.

Fuente: Haaretz - 1.11.09
Traducción: Lea Dassa para Argentina.co.il