Los auténticos patriotas son aquellos que hacen lo correcto con la convicción profunda de que hay cosas más importantes que uno mismo. El Estado de Israel continúa existiendo gracias a gente como la familia Ramón.
Por lo visto, a veces el rayo cae dos veces en un mismo lugar.
Nosotros vivimos en el mundo del «Yo tengo todo el derecho...»; en un Estado donde aquél que pierde la billetera inmediatamente grita: «El país no hace nada». Es verdad; el país no hace nada; sólo continúa como puede, arrastrando el carro cada vez más pesado gracias a personas como las de la familia Ramón.
Cuando gente como ellos muere, siempre volvemos a adorarlos; elogiamos el aporte que brindaron a nuestras vidas y nos apartamos para chapotear en la ciénaga de nuestra amargura acostumbrada.
El patriotismo de la casta real no pertenece a aquéllos que se envuelven con banderas nacionales cuando la policía viene a desalojarlos de los asentamientos ilegales; tampoco a quienes manifiestan a veces frente a la casa del primer ministro porque creen que les reducirán los presupuestoss de los asentamientos. Los verdaderos patriotas son los que van y hacen lo correcto con la convicción de que hay cosas más importantes que ellos mismos.
Después de la muerte de Ilan Ramón, Rona regresó a su casa. La entrevisté frente al árbol que él plantó en su patio. Conversamos acerca de su hermano Gadi, que ese mismo año murió de glaucoma; también la madre de Ilan falleció, y posteriormente, su padre. Rona tuvo - y tiene - su vida; las víctimas son, en su opinión, un asunto muy personal, no nacional.
Hay personas a las cuales les molesta la fama. Eso es cierto con respecto a Rona, la familia Shalit o Tami Arad. De manera extraña hay en ellos algo similar. Son gente muy inteligente que comprenden nuestra necesidad de símbolos; pero insisten en tildar su dolor como un hecho puramente interno, íntimo, que sólo les pertenece a ellos.
Veinticuatro horas antes de la destrucción de la nave espacial «Columbia», Ilan Ramón le escribió un e-mail a su esposa: «Rona, a pesar de que todo aquí es maravilloso, no veo la hora de volver a verlos. Extraño a mi amor y a mis hijos que me aguardan». Rona le mostró esa carta a sus hijos; todos sonrieron menos Noa, que en aquel entonces tenía cinco años. Cuando se despidieron de Ilan, antes del despegue, ella de repente gritó: «Perdí a papá», y rompió a llorar.
En su carrera de aviador, Ilan Ramón estuvo envuelto en graves accidentes aéreos en dos oportunidades; en ambas se vio obligado a abandonar los aviones. «¿Tienes miedo?», le pregunté antes de su viaje espacial, del cual no regresó. «Ya no», me respondió con una sonrisa.
Unos días después del desastre, Rona respondía preguntas a los reporteros en la puerta de su casa en Houston. A su lado estaba Assaf; lucía anteojos de piloto y vestía la campera de su padre.
Cuando el avión que piloteaba Assaf se estrelló, también llevaba todo puesto.
Fuente: Yediot Aharonot
Traducción: www.israelenlinea.com