La semana pasada, cuando falleció mi madre de 94 años, comprendí que la generación de pioneros, los eternos sionistas, se fue para el otro mundo. ¿Y qué quedó.....?
¡Maten muchachos, maten! Maten al vecino que estacionó en su estacionamiento particular; maten a su hijo porque la madre se convirtió en religiosa ortodoxa y abandonó el hogar; maten al imbécil que les pisó el zapato de marca en la pista de baile. ¡Maten muchachos, es divertido! Acuchillen con puñales, disparen, tiren granadas, activen bombas explosivas, tírense todos juntos sobre el idiota acostado en el piso; patéenlo hasta que muera porque no les prestó su celular.
¡Torturen muchachos! Torturen a sus parientes, a sus vecinos, a sus enemigos y a sus amantes. ¡Torturar es divertido! ¡Ser sádico es fabuloso! Sólo entre nosotros encontrarán a precio de oferta "una madre que ata", "una madre que deja morir de hambre", "una madre que ahoga", "una madre talibán".
¡No seas gil! Si tu pareja te amarga la vida, descuartizala, cortale sus miembros y tirala a la basura o al río. De todas maneras el río es un gran tacho de basura. Si el hijo de tu pareja te molesta y no te deja ver la televisión, no lo dudes, espolvorealo con insecticidas; si no se calla, arrojalo a la calle por la ventana. ¡Habrase visto, semejante sanguijuela.
¡No sean imbéciles! Si se percataron que sus hermanos los engañan con la herencia, rómpanles la cara sin cargos de conciencia. Una granada debajo del coche; nada más sencillo; que sepan que la guita no es joda. Si tu novia le guiña el ojo a alguien, desfigurala ahí nomás con un pedazo de botella rota; que aprenda a no jugar con tu buen nombre y honor.
Si tienen cojones para saldar cuentas con alguien, no hay problema muchachos, el mercado está lleno de motociclistas que por diez mil shekels les harán un favor, llegarán hasta la víctima y se la traerán hecha un colador.
Nosotros no somos un pueblo de giles; somos un pueblo con gente que cuida su dignidad. Al que no nos respeta, un tajo en la cara, un cierre relámpago en el pecho, una salsa con huesos de sus pies. Nosotros somos gente tranqui, no buscamos pleitos, pero quien nos hable que mida sus palabras.
El Estado de la lástima
Si son ashkenazíes maltratados y les endilgaron alguna causa, hagan uso de su melodía de segunda o tercera generación de la Shoá; cuenten lloriqueando que "mi abuelo estuvo en Auschwitz" y que "mi vieja hizo Aliá a Israel a bordo del barco Altanela"; eso los liberará de cualquier oprobio.
En general, somos un pueblo de piadosos, hijos de la lástima; es cierto que en ocasiones hay quienes simplemente por diversión descuartizan perros, queman gatos, matan de hambre a burros o caballos. También hay algunos que en nombre del honor, bajan a un sótano y vacían diez cargadores de balas sobre desgraciados homosexuales o lesbianas.
Por casualidad hay también otros que para tener dinero para sus drogas o alcohol, entran en casas de ancianos, los atan y los martirizan hasta que descubren donde están los billetes.
Entre los papeles de mi madre encontré algunos diplomas de reconocimiento por su esmerado trabajo y su espíritu de voluntarismo; a pesar de su avanzada edad, a sus 90 años estaba sentada tejiendo para niños incapacitados y con cáncer.
Varias veces repitió, en ocasiones con justicia, que ésta no era la patria que soñó cuando llegó aquí. Es extraño que mis padres, ashkenazíes de tez blanca, nunca tuvieron coche, ni una sirvienta yemenita, ni millones en el banco, ni bebían alcohol, ni viajaban los fines de semana al Casino de Monte Carlo. No protestaron, no envidiaron y no culparon a nadie. No tuvieron plasma, ni celular. Ellos pasaron de la carpa al galpón, y del galpón a un departamento de un ambiente con cocina y baños compartidos, con una lata de guisantes para cinco personas. Pero nunca culpaban al país ni gritaban "¡me corresponde!".
Mis padres murieron así como llegaron al país, sin nada. Sí tuvieron, y en cantidad, honestidad, dignidad, amor al trabajo, espíritu de voluntarismo y fe en la frase "vive y deja vivir".
Hace un mes, mi madre de 94 años me dijo que estaba hastiada. "Una generación pasa y llega otra. Llegó el momento de partir. Ya no puedo soportar lo que sucede en Israel. Extraño a mi Yaacov".
Dejó de comer, calló y a pesar de los cuidados cariñosos de sus enfermeras, treinta días después que decidió morir, falleció. Esta última semana se privó de todos los acontecimientos monstruosos, las terribles matanzas, la violencia galopante, la maldad y el odio que se adueñaron de nuestra Tierra Santa.
¡Qué descanse en paz!
Fuente: Maariv - 21.8.09
Traducción: Lea Dassa para Argentina.co.il