Con la sensación del peso de la responsabilidad y con los puños apretados, así corresponde valorar la posibilidad de que después de tres años, después de más de mil cien días, regresará Guilad Shalit a su hogar a cambio de viles terroristas y asesinos.
Desde la antigüedad, la caída de un soldado prisionero caracteriza cualquier guerra y lucha armada. Cautiverio, torturas, castigos, pago de rescate, intercambios, y por fin la libertad. Así lo fue siempre, y así lo será.
En la era moderna el terror agregó un aspecto propio: secuestros cuyo objetivo es similar al de robar un arma secreta para luego regatear. El destino de un sargento se convierte de inmediato en el problema del oficial y la agonía de toda una nación. Los medios de comunicación nos traen al soldado solitario a las habitaciones de cada uno; su familia se convierte sin quererlo en el símbolo de la desesperación nacional.
El instinto israelí nos dice que a un secuestrado se lo debe rescatar; rápido, fuerte y de manera elegante. Este sistema funcionó en el rapto del avión de la compañía Sabena y en el secuestro en Entebbe; fracasó en Ma´alot, en el caso del soldado Najshón Waksman y en otros. El imperativo de seguridad israelí nos dice que no se debe transigir a las exigencias de los raptores; pero esto no tuvo vigencia en diferentes situaciones, desde la renombrada "negociación Gibril" hasta la transacción del traficante de drogas Eljanán Tenenbaum.
A Guilad Shalit se lo debió rescatar en una acción militar. Pero una operación de semejante envergadura exige información y trae aparejado el peligro de fallar. De hecho, esto no sucedió. Más de tres años se mortificó a Guilad, prisionero de Hamás. Más de tres años Israel no logró traerlo nuevamente a casa.
Todos los responsables de tomar decisiones están obligados en ocasiones, a llegar a determinaciones difíciles, dolorosas, del tipo de decisiones que prefiere anotar en su agenda "a tratar el 13/13"; algún día, cuando haya tiempo, después de las fiestas, detrás de las montañas de oscuridad.
Pero resulta que el 13/13 a veces llega.
Es posible que ahora sea el momento de tomar la difícil decisión en el tema de Guilad Shalit. Debido a la responsabilidad del Estado hacia sus hijos que sirven en el Ejército. A raíz de la responsabilidad hacia los padres del soldado. Porque no existe otra alternativa.
No permanecerá un solo ojo indiferente y seco cuando Guilad regrese a Mitzpé Hilá. No habrá un solo puño que no se cierre de indignación frente a la hilera de asesinos que saldrán en dirección contraria y frente a los festejos de los que los aguardan allá, detrás del cerco. Pero por lo visto, ha llegado el momento de dar vuelta la página en este capítulo cruel de nuestra historia, que comenzó en el verano de 2006.
En la próxima acción relacionada con la seguridad del Estado deberán regir nuevas normas: los puños cerrados tendrán que ser puños de hierro.
Fuente: Israel Hayom - 10.8.09
Traducción: Lea Dassa para Argentina.co.il