Un émulo de Sherlock Holmes
Cuando era muy pequeño - alguna vez en mi vida lo fui - tube una infancia genuinamente feliz. Mi familia era grande y unida. En el clan de los Maisuls había padres, abuelos, tíos, primos, tíos abuelos, amigos, clientes y vecinos. Una tremenda multitud de afectos que me hacían sentir alguien muy afortunado.
Pero dicen que en la vida no todo son rosas, que también existen espinas, que no hay mal que por bien no venga. Cuando comencé mi escuela primaria, básica y elemental, viví una experiencia que significó para mí una especie de corte del cordón umbilical, ya que me separaba por primera vez de mi madre por largas e interminables horas a tono con mis sensaciones del momento. Una incursión en un mundo extraño y real, en una tierra desconocida donde todo estaba por venir.
El tener tales experiencias intelectuales y emocionales tan sentidas para mi edad, hicieron que descubra mi verdadera vocación: llegar a ser un émulo de Sherlock Holmes, un fidedigno detective que haciendo uso inteligente y lógico de la observación y la deducción podía resolver casos verdaderamente difíciles e intrincados, aunque no fumara en pipa ni tocara el Stradivarius como este personaje.
Enfundados en almidonados guardapolvos blancos, con impecable moñito muy apretado al cuello y el cabello peinado a la gomina y raya hacia la izquierda, desarrollábamos nuestras primigenias experiencias sociales escolares, fundamentalmente, en esos cortos espacios de tiempo libre que se llamaban recreos y que eran puntualmente anunciados y despedidos por el inolvidable tañido de una gran campana de hierro. Entre juegos, pelotas y empujones luchábamos instintivamente por ocupar nuestro espacio vital, nuestra cuota de poder como nuevos y asumidos proyectos de hombres.
En medio de esos escarceos infantiles comencé a escuchar un nuevo lenguaje, palabras y expresiones que eran más o menos exóticas y malsonantes en mi mundo habitual: judíos, avaros, judiadas, asesinos de Cristo, pito recortado y demás. Mi mundo interno se sentía conmocionado, extrañado y confuso; muchas cosas novedosas que no comprendía. Fue entonces que recordé al genial Sherlock Holmes y me propuse investigar en que mundo realmente estaba inmerso.
Con respecto a lo de "pito recortado", nunca tuve ninguna duda, pues el solo hecho de compartir el público y desaseado baño de varones de mi escuelita, me brindaba las suficientes evidencias físicas y anatómicas, de la certeza del no tan simpático calificativo.
El primer paso que decidí dar fue interrogar a la persona más cercana, a mi madre, quien me confirmó con sus palabras muy sencillas, que nosotros somos judeos de muchísimas generaciones, personas normales, trabajadoras, pulcras y honestas y que ser Judeo era un orgullo. Mucho más tranquilo al saber que no provenía de una estirpe tan malévola, decidí continuar hasta el fin; la siguiente etapa era saber si éramos, o no, los pretendidos asesinos.
El hombre de la familia cuyas opiniones me infundían un gran respeto era un tío muy especial y cercano, quien me esclareció que nosotros y nuestros antepasados siempre hemos sido personas pacíficas, que siempre teníamos por delante el gran mandato de "No matarás" y que por lo general, y salvo contadas excepciones, lo llevábamos adelante a rajatabla, que debíamos tener cuidado extremo de siquiera no pisar, aunque sea involuntariamente, al más insignificante insecto.
El gran sabio (Jajam) de mi familia era mi abuelo José, la persona más idónea para eliminar cualquier duda sobre nuestra supuesta autoría del asesinato de Cristo. Nos ubicamos imaginariamente en las viejas épocas de la destrucción del Segundo Templo, donde nuestra tierra ancestral era dominada por el Imperio Romano, que ejercía brutalmente el poder de opresión y castigaba en forma cruel a los osados que se atrevían a revelarse y a los judeos que eran inocentes víctimas de la tiranía de los conquistadores. Dentro de cientos de miles de damnificados estaba ese judeo al que algunos lo llamaron, el Cristo.
Ya, el panorama iba tomando otro color. Los judeos éramos personas decentes, no éramos asesinos y Cristo había sido un judeo más de aquellas épocas. Quedaban otros serios interrogantes y no tuve más remedio que recurrir a ese libro mágico, gordo, pesado y difícil de utilizar por aquellos tiempos, a ese sagrado templo de las viejas modernidades, a ese nuevo ídolo de la civilización, al que mi maestra llamaba protocolarmente: El Diccionario. El resultado fue asombroso; en lugar de disminuir mis graves dudas, estas se agravaron muchísimo más:
Judío:
1. A quien se le permitía vivir entre cristianos y se le hacía llevar una señal en el vestido o tocado para que fuese reconocido.
2. Avaro, tacaño, usurero, prestamista.
3. Cruel, traidor.
4. Israelita, hebreo. De Judea. Fig. Avaro y usurero.
Judiada:
1. Acción mala, que tendenciosamente se consideraba propia de judíos.
2. Acción deshonesta, perjudicial e injusta.
3. Muchedumbre o conjunto de judíos.
4. Hecho propio de judíos.
5. Acción inhumana.
6. Lucro excesivo y escandaloso.
Se me quemaron todos los papeles. Ante mí desmedido asombro y confusión recurrí a la especialista, a mi querida y confiable maestra, la infalible, la que lo sabía todo. Ella, mirándome con cara de "¡que alumno tan molesto tengo!", me respondió con muchísima sabiduría:
No seas tonto niño; de lo que escuches, de lo que leas, de lo que no veas, ni la mitad sólo creas.
Nota del autor: A partir de dicha experiencia, decidí convertirme en un concienzudo, incorregible y rebelde autodidacta. Creo con fe completa que con mucho esfuerzo, dedicación, paciencia y tiempo, lo logré.
¿Porque escribo? - Guido Maisuls
Hoy escribo para ustedes. Para todos los que llamo mis hermanos del mundo. Escribo para ti, sin importarme tu ideología y sus falsas interpretaciones de izquierdas o de derechas.
Sin importarme el color de tu piel, ni tu edad, ni tu sexo, ni tu condición socioeconómica, ni tu nacionalidad, ni tu idioma, aunque mi español natal me acompañe desde que estaba en el vientre de mi madre.
Sin importarme tus creencias religiosas, porque estoy seguro que mi Dios y el tuyo es el mismo.
Escribo exclusivamente para aquellos que compartan conmigo el paradigma de una justicia digna para todos; para los que luchamos por conquistar una paz auténtica y verdadera, sin hipocresías ni especulaciones; para los que soñamos con la verdadera felicidad de compartir entre todos esta creación perfecta: Nuestro Mundo.