El escritor israelí Meir Shalev, autor aclamado en el mundo por títulos como "Por Amor a Judith" o "Blue Mountain", suele contar que cuando Israel conquistó Cisjordania en 1967, mantuvo una acalorada discusión con su progenitor.
Su padre, Itzjak Shalev, veía con buenos ojos el retorno de los judíos a la antigua tierra de los reinos de Judea y Samaria donde, según el relato bíblico, están enterrados los patriarcas del judaísmo y donde el rey David estableció sus primeras capitales.
Shalev hijo recelaba. No solo tendría Israel que gobernar por la fuerza y por tiempo indeterminado a una población árabe. Se corría también el riesgo de despertar el fervor mesiánico y religioso de la entonces abrumadoramente laica sociedad israelí.
Le dije entonces a mi padre: "Estamos a punto de dar un bocado que nunca podremos tragar", recordaba Shalev. Sus predicciones se cumplieron y desde entonces no ha habido marcha atrás, salvo en Gaza, donde Israel evacuó a 8.000 colonos.
Todos los gobiernos israelíes han apoyado activamente la transferencia de su población a los territorios ocupados. Ni siquiera los llamados pacifistas se resistieron a la tentación. El mismísimo Shimón Peres, Premio Nóbel de la Paz y hoy Presidente del Estado, plantó árboles en el asentamiento de Ofrá a mediados de los '70.
El apoyo que reciben dichos asentamientos tiende incluso a ser superior al que perciben los municipios dentro de las fronteras legales de Israel. Mientras sus ayuntamientos obtienen el 34% de sus ingresos del Estado, las colonias reciben el 57%, según un estudio del Israeli European Policy Network.
Asentamientos - Un bocado difícil de engullir
A pesar de las negociaciones de paz en curso, la población de colonos en Cisjordania ha aumentado más del doble en los últimos 20 años. Crece a un ritmo muy superior a la de Israel, añade el informe.
En Cisjordania hay ya unos 300.000 judíos en cerca de 120 asentamientos y 100 colonias determinadas ilegales por Israel, una etiqueta para designar a los asentamientos embrionarios. En Jerusalén Oriental la cifra ronda los 200.000.
No todos los colonos son unos iluminados ultranacionalistas formados en la red de escuelas talmúdicas del sionismo religioso, como Merkaz Harav, la yeshivá elegida el pasado mes de mayo por el primer ministro, Binyamin Netanyahu, para celebrar el aniversario de la conquista de Jerusalén Este y recordarle al mundo que su soberanía no es negociable.
La mayoría vive en territorios ocupados por conveniencia. Las casas allí son mucho más baratas que en Israel y la vida, desde las guarderías hasta el transporte, está subvencionada.
Estas ventajas han cambiando el perfil demográfico de los asentamientos. Sectores como los ultraortodoxos, escasamente nacionalistas hace unas décadas, se están mudando en masa a las colonias. Y para no perder votos, sus representantes políticos se han endurecido ideológicamente. La prueba es Shás, el partido de los religiosos sefardíes. De ser partidario de la fórmula de paz por tierra, hoy se opone a la más mínima concesión territorial.
Para proteger a sus colonos y sus industrias - repartidas en una veintena de parques industriales donde disfrutan de suculentas exenciones fiscales -, Israel ha creado en Cisjordania un modelo que algunos comparan al apartheid sudafricano. Ha construido impecables carreteras de uso exclusivo para los colonos y levantado muros y verjas para separarlos de sus vecinos.
A menudo en tierras privadas palestinas, donde se levantan el 44% de los asentamientos, según el movimiento Paz Ahora, todas esas vallas, caminos cortados y puestos de control militar han dejado a las poblaciones palestinas aisladas, cercadas y maniatadas para desarrollarse económicamente, siempre a merced del gobierno militar.
Cientos de miles de israelíes están agotados de convivir con esta realidad. Abjuran de la ocupación por el coste moral, económico y de imagen que representa para el país.
Pero cada día es más difícil dar marcha atrás. El bocado de Shalev se atascó y resulta imposible tragarlo. Si alguien no lo remedia, Israel sólo podrá elegir en el futuro entre dos escenarios catastróficos: un estado binacional compartido con los palestinos o un sistema ominoso de apartheid.