«La gente está harta de Netanyahu», dijo el pasado sábado el Canal 2 de la televisión israelí Itzjak (Buyi) Herzog, quien por supuesto se ofreció como alternativa.
En vísperas de las elecciones, Buyi y Bibi se cruzaron acusaciones - Herzog en el estudio y Netanyahu en directo desde su residencia oficial - en lo más parecido a un duelo cara a cara durante la campaña electoral que duró apenas tres minutos.
«Van a capitular ante las presiones internacionales», aseguró Bibi, para acusar a su rival y a su aliada en el Grupo Sionista, Tzipi Livni, de no apoyarlo «ante el inmenso esfuerzo de seguridad emprendido» y de estar dispuestos a dividir Jerusalén volver a las fronteras de 1967.
«La comunidad internacional conoce la debilidad de Netanyahu y no acepta sus planteamientos», le replicó un Herzog que va creciendo en los sondeos a costa de su oponente.
«Los palestinos detectaron esa debilidad y por eso tomaron unilateralmente medidas internacionales», señaló Buyi.
Bibi intentó llevar a su terreno la campaña con su discurso ante el Congreso de Estados Unidos. Pero el debate centrado exclusivamente en la agenda de seguridad se mostró contraproducente para sus expectativas electorales.
Tras encabezar todas las encuestas al disolver hace tres meses el Parlamento, el Likud (20-21 escaños) se vio sobrepasado en el último sondeo autorizado antes de la jornada electoral por el Grupo Sionista (24-25 escaños), que concurre a los comicios con un programa de corte social y prefirió pasar de puntas de pié sobre la cuestión palestina, el programa nuclear iraní o la seguridad regional.
Aunque los datos macroeconómicos son positivos - con un crecimiento del PIB del 2,9% en 2014, una tasa de desempleo que se sitúa en el 6% y una renta per cápita de 38.000 dólares en la pasada legislatur, la desigualdad social no dejó de acrecentarse desde que Bibi llegó al poder en 2009. El alto precio de la vivienda, de los productos básicos de alimentación, las elevadas comisiones bancarias y la desigualdad en la distribución de los presupuestos, entre otros, extendieron el malestar social desde el estallido de las protestas sociales que conmovieron a la sociedad israelí en el ardiente verano de 2011.
La carestía de viviendas irrumpió precisamente en la campaña electoral con un informe del Contralor del estado, Yosef Shapira, que constataba un aumento de un 55% del precio de compra entre 2008 y 2013, y de un 30% en los alquileres. Un piso de tamaño medio en Tel Aviv cuesta 980.000 dólares, 660.000 en Jerusalén y 500.000 en Haifa, mientras que un salario tipo ronda los 4.300 dólares mensuales. De manera que un joven israelí necesitaría como mínimo los ingresos de 12 años de trabajo para adquirir una vivienda.
Los analistas atribuyen el recalentamiento del mercado inmobiliario a la presencia de inversores locales y extranjeros, que se ven atraídos por los bajos intereses de los préstamos hipotecarios.
Los partidos de izquierda y de centro hicieron hincapié en este grave problema social para echar el anzuelo en los votantes del Likud desencantados por la gestión del Ejecutivo. Moshé Kahlón, ex ministro de Comunicaciones de Bibi antes abandonar el Likud gubernamental tras las protestas de los indignados, presenta ahora con su nuevo partido, Kulanu, un programa para fomentar la competencia económica y poner fin a situaciones de cuasimonopolio, como ocurría antes en el sector de la telefonía móvil.
Kahlón debe su popularidad - que le permite contar con hasta 10 escaños, según los sondeos - en la fuerte rebaja de tarifas que propiciaron las medidas liberalizadoras que adoptó en los servicios de telecomunicaciones.
Si se confirman sus buenas expectativas, el líder de Kulanu puede llegar a ser la sorpresa del escrutinio y tener la llave para cerrar un acuerdo de coalición tras las elecciones. Bibi es consciente del auge que está cobrando su ex ministro y por eso se apresuró a ofrecerle que sea su mano derecha para asuntos económicos.
«Independientemente del número de escaños que obtenga, le reservaré la cartera de Finanzas a Kahlón si tengo que formar el nuevo Gobierno», declaró dejando boquiabiertos a sus socios del Likud, Gilad Erdán e Israel Katz, a quienes les prometió lo mismo hace pocos meses.
Kahlón, por su parte, aclaró en seguida qué valor le daba a la palabra del primer ministro.
Bibi también comienza a buscar culpables para una eventual derrota en las urnas, al acusar en cada una de sus intervenciones a gobiernos y magnates extranjeros, cuya identidad nunca desveló, de estar financiando con «miles de millones de dólares» a sus rivales políticos para sacarlo del poder.
Pero goza de mala memoria. Ya se olvidó que un mes antes de las elecciones en Estados Unidos, él mismo se abrazó durante tres días en Jerusalén, por orden del magnate de los casinos Sheldon Adelson, con el canditato republicano Mitt Rommey, para evitar a toda costa la reeleción de Obama.