Binyamín Netanyahu, jefe del Gobierno israelí desde 2009, y que ya lo fue entre 1996 y 1999, centró su campaña en la política del miedo y la obsesión que tiene con la amenaza de Irán.
«El mayor patrocinador del terrorismo internacional podría estar a sólo unas semanas de tener suficiente uranio enriquecido para lograr un arsenal entero de armas nucleares con plena legitimidad internacional», aseguró en su discurso ante el Congreso norteamericano, que provocó que las ya difíciles relaciones que mantenía con el presidente Obama se tensaran más.
Obama, con quien tiene agudas diferencias políticas y con quien no sintoniza a nivel personal, se quejó una vez al entonces presidente francés, Nicolas Sarkozy, de tener que «lidiar con Bibi todos los días», en una conversación privada que fue emitida a los periodistas por error durante una cumbre del G-20 en Cannes.
Orador impecable y elocuente, con un inglés de acento norteamericano propio de un nativo, Bibi se convirtió en un rostro familiar en la televisión estadounidense como un defensor de la causa israelí. En 1984, fue nombrado representante de Israel en la ONU.
En 1988 regresó a Israel y se implicó en política interna, luego consiguió un escaño en el Parlamento en las lista del Likud y se convirtió en viceministro de Exteriores.
Tras la derrota del Likud en las elecciones de 1992 fue electo presidente del partido y en 1996 primer ministro de Israel elegido por sufragio directo.
En esa ocasión se impuso al primer ministro laborista Shimón Peres, que convocó elecciones anticipadas tras el asesinato del jefe del Gobierno, Itzjak Rabin.
A pesar de criticar ferozmente los Acuerdos de Oslo, Bibi firmó un acuerdo para que la Autoridad Palestina (AP) controle más del 80% de Hebrón y firmó del Memorando de Wye, en 1998, que contemplaba retiradas de Cisjordania.
Bibi fue derrotado en 1999 por Ehud Barak. En 2001, cuando Ariel Sharón fue elegido primer ministro, Netanyahu regresó al Gobierno, primero como canciller y luego como titular de Finanzas. En 2005 dimitió en protesta por la retirada unilateral israelí de la Franja de Gaza a la que previamente dio su voto a favor en el Parlamento.
Su oportunidad llegó de nuevo poco después, cuando Sharón dejó el Likud y creó el partido Kadima. Bibi pasó a encabezar el Likud y volvió a ser primer ministro en marzo de 2009.
Unos meses después de su llegada al poder, en un discurso en la Universidad de Bar Ilán, Bibi se comprometió a la creación de un Estado palestino del que en realidad nunca fue partidario.
En estos últimos días volvió a sus orígenes y aseguró que si revalida su cargo en los comicios de hoy no se creará un Estado palestino. Esta afirmación no va a gustar ni a sus aliados norteamericanos ni a Europa, pero Bibi hace tiempo que no los escucha y hace lo que major le parece.
En sus seis años de Gobierno lanzó dos ofensivas contra Hamás en Gaza. Durante la última, en verano de 2014, su popularidad subió como la espuma, pero luego fue cayendo.
Muchos le reprocharon no haber acabado con Hamás o haberse metido en una operación complicada que costó la vida a más de 70 soldados.
En los últimos días de campaña intentó dejar atrás las cuestiones de seguridad y ocuparse de los problemas sociales, de vivienda y del alto costó de la vida en Israel. Los analistas afirman que se acordó demasiado tarde.
Bibi se tambalea. Las encuestas no le auguran una victoria, y si su última intención de buscar el voto ultraderechista no funciona, se verá destronado.