Estaba a punto de cumplirse el plazo dado por Reuvén Rivlin, el presidente de Israel, para que Netanyahu formara su cuarto gobierno. El día después de las elecciones, con su victoria contra todo pronóstico, no parecía que Bibi fuera a tener demasiados problemas para formar un ejecutivo de centroderecha estable, o todo lo estable que puede ser una coalición en Israel.
Pero Avigdor Liberman, socio de Bibi en las últimas legislaturas, decidió sorpresivamente descolgarse. Así que lo que pudo ser una mayoría holgada de 67 diputados se quedó en 61, lo que reblandece los cimientos del nuevo gabinete.
Los partidos que forman parte del mismo son: Likud, Kulanu, Habait Haieudí, Iahadut Hatorá y Shas.
El gobierno número 34 de Israel marcó los siguientes objetivos, según se expone en el acuerdo de coalición:
1. Fortalecimiento del Estado de Derecho.
2. Reducción del costo de vida.
3. Fomento de competencia, especialmente en el sector financiero, y un mayor acceso al crédito para las pequeñas y medianas empresas.
4. Integración de personas con discapacidad en la sociedad, con ayudas para educación y empleo.
5. Avance en el proceso de paz con los palestinos y otros vecinos, manteniendo los intereses nacionales de Israel.
¿Son estos objetivos reales, dada la identidad de los nuevos ministros?
El nuevo gobierno de Bibi alberga el centro de Kulanu y los sectores más radicales de Habait Haiehudí de Naftali Bennett. Los ultraortodoxos, Iahadut Hatorá y Shas, aunque sean considerados de derecha, lo son si acaso sólo en lo que a moral y valores se refiere. En términos económicos son más socialdemócratas que los laboristas.
Las líneas maestras del programa pretendido parecen escritas por Moshé Kahlón, el líder de Kulanu. Tiene un marcado carácter económico y social y no se sale del guión en lo relacionado con los palestinos.
La disparidad de los partidos coaligados puede ser, según apuntan casi todos los analistas, una gran fuente de inestabilidad. Mairav Zonszein dice en «The Guardian» que el nuevo gobierno está formado por hard-liners y que, por lo tanto, entrará en colisión con Estados Unidos y otros aliados.
Por cierto, Netanyahu decidió reservarse la cartera de Exteriores para tartar - si todavía es posible - de limar las asperezas con la Administración Obama y preparar con esmero el reset que se produzca con el próximo mandatario norteamericano, ya sea demócrata o republicano.
Itzjak Herzog, el gran derrotado de las elecciones, calificó a la nueva coalición de «desastre nacional, irresponsable e inestable». Por su parte, Yohanan Plesner, presidente del Instituto de Israel para la Democracia, consideró que es una receta para el estancamiento y la disfunción.
«No va a haber cambio importante alguno, ya sea en la política económica o en los asuntos exteriores. Es un gobierno que se basa en el equilibrio continuo y en complacer a unos sin molestar a los otros. O se ampliará o se derrumbará», aseguró.
En cambio, Avraham Diskin, politólogo de la Universidad Hebrea de Jerusalén, cree que este ejecutivo va a ser más coherente que el anterior. No habrá tantos primeros ministros potenciales ni tantos programas políticos mezclados. Quizá Diskin tenga razón y, como en las comicios, Bibi supere los pronósticos de la mayoría de los analistas.
Uno de los nombramientos más controvertidos fue el de la diputada Ayelet Shaked, de Habait Haiehudí, como ministra de Justicia. Haviv Retig escribió en «The Times of Israel» que no tiene experiencia en leyes, que pretende acabar con el reinado de la Corte Suprema para evitar que anule decisiones del Parlamento y cambiar el sistema de elección de jueces del Alto Tribunal para que quede en manos de los políticos. De ser así, esperamos que afronte una férrea oposición y fracase. La Justicia es la institución más eficiente y respetada de Israel, y un ejemplo para todo el mundo democrático: politizarla sería acabar con ella.
El punto más conflictivo del nuevo gobierno es, sin duda, Arié Deri, líder de Shas, que ocupará una cartera de Economía. Deri fue condenado a prisión por aceptar sobornos y por fraude, y forzó que Eli Yishai y sus acólitos se fueran a fundar otro partido, Yajad. Ya dijimos que la Justicia en Israel es implacable; pero, como dijo Churchill, en la política se puede morir varias veces.
Deri consiguió, sorprendentemente, salvar su pasado. Como contrapeso tendrá en la cartera de Finanzas a Kahlón. Sea como fuere, que un condenado por corrupción maneje el Ministerio de Economía es, cuanto menos, alarmante.
La religión será otro foco de tensión. En el reparto de carteras, el Likud quedó con la mayoría de las importantes, y al emergente Naftali Bennett le adjudicaron Educación: su segundo es ultraortodoxo, y es de esperar que haya bastante movimiento en tal departamento. Bennett es partidario de proseguir con el fin de la exención del servicio militar de que disfrutaban los ultraortodoxos y sirvan en el ejército para se integren en la sociedad, algo que su segundo, Meir Porush, supo evitar.
Con los ultraortodoxos de nuevo en el ejecutivo - supieron establecerse en el sistema como partidos bisagra, Shas es el mejor ejemplo de ello -, la permanencia del statu quo volverá a estar sobre la mesa. De las mejores iniciativas que llevó a cabo el anterior gobierno fue la derogación de la Ley Tal, que permitía a los ultraortodoxos no servir en el jjército. El primer punto de la agenda oculta de Iahadut Hatorá y Shas fue revertir tal situación.
Más allá de las tensiones internas y la fragilidad de la nueva coalición, el nuevo gobierno israelí tendrá que ponerse a trabajar. Las cuestiones socioeconómicas suscitan un tremendo interés e incluyen cuestiones de gran calado.
Si quiere sobrevivir políticamente, Bibi tendrá que definirse de una vez por todas y marcar un rumbo - algo de por sí muy difícil -, porque un gobierno sin rumbo es aún más inestable que uno con ministros enfrentados.