«En toda sociedad hay elementos extremistas y homicidas, y lamentablemente entre nosotros también», admitió Netanyahu, luego de que los dos últimos días de julio se perpetraran sendos ataques letales por parte de ultraortodoxos y ultranacionalistas, que conmocionaron no sólo a la comunidad internacional sino a la propia sociedad israelí.
Un judío ultraortodoxo que acababa de purgar diez años en la cárcel por un ataque similar, apuñaló a seis personas durante un desfile del Orgullo Gay en Jerusalén, una de las cuales - Shira Banki de 16 años - murió tres días después a causa de las heridas. Al día siguiente, presuntos judíos ultranacionalistas religiosos lanzaron un coctel molotov contra una vivienda palestina en Cisjordanía, provocando un incendió que abrasó vivo a un bebé de 18 meses, acaba de cobrarse la vida de su padre y dejó al borde de la muerte al resto de su familia.
Esta vez la indignación no se limitó a los directamente afectados, sino que cundió desde la ONU hasta la Casa Blanca, pasando por las principales capitales del mundo, hasta extenderse por todo Israel. Decenas de miles de israelíes marcharon por los grandes centros urbanos del país para repudiar lo que por primera vez se reconoció públicamente como «terrorismo judío».
Presionado por el reclamo generalizado de que el Gobierno no puso un alto al creciente activismo de lo que define como «hierbas silvestres», que lo mismo atacan a palestinos y árabes israelíes, que vandalizan lugares de culto musulmanes o cristianos, amenazan como traidores al judaísmo a israelíes pacifistas y desafían inclusive a oficiales y soldados de Tzáhal, Bibi admitió que, efectivamente, se trata de «actos terroristas» y, como tales, serán juzgados.
Tras una reunión con su Gabinete de seguridad, anunció que se pondría bajo prisión administrativa a todos los israelíes extremistas sospechosos de actos violentos, lo que supone su encarcelamiento por períodos indefinidos, sin cargos, teóricamente para evitar nuevos ataques mientras se reúnen pruebas para juzgarlos. Una práctica basada en la «denuncia anónima», muy criticada por organismos de derechos humanos y que hasta ahora se limitaba a los palestinos, 391 de los cuales se encuentran detenidos en esas condiciones.
Pero el titular de Defensa, Moshé Yaalón, dijo que las órdenes de detención ya habían sido giradas al Shin Bet, y que habría «tolerancia cero», porque desde la perspectiva de seguridad «el terrorismo judío requiere del mismo tratamiento que el palestino».
No todos piensan como él. «Me opongo a las detenciones administrativas, ya sean de judíos o árabes. Si no hay una imputación no se puede detener a nadie. Que se esfuercen más en encontrar pruebas», sentenció el diputado árabe-israelí Ahmad Tibi.
Y es que aunque calculan que sólo hay algunos centenares de extremistas judíos capaces de realizar actos violentos, fuentes de seguridad declararon a la televisión local que era «muy difícil infiltrarse en esos pequeños grupos que no emplean teléfonos celulares, permanecen mudos durante los interrogatorios y visiblemente reciben consignas de cómo deben comportarse ante las autoridades».
Según informó «haaretz», durante una detención reciente se encontró un documento que explicaba cómo prender fuego a mezquitas, oficinas o casas palestinas sin dejar rastro, lo que da idea de una estructura organizada con liderazgo. Se acuerdo con la ONU, en lo que va del año se cometieron 112 agresiones contra ciudadanos palestinos o sus bienes en Cisjordania y Jerusalén Este, y en 2014 fueron 312. Éstos, por su parte, calculan en 11 mil los ataques sufridos durante los últimos diez años a manos de extremistas judíos, y la organización israelí Yesh Din afirmó que 85.3% de las denuncias por este concepto simplemente se archiva.
Para el especialista en cuestiones de inteligencia de «Haaretz», Yossi Melman, no hay excusa. «Es incomprensible que un Estado que logra desmontar el terrorismo árabe y palestino, y que constituye un modelo copiado por numerosas agencias de seguridad en el mundo, encuentre difícil enfrentarse a unos pocos cientos de terroristas locales y sus complices», escribió.
Así, aunque ante el multitudinario repudio local y mundial, Bibi se comprometió a «guiar a Israel contra el odio y la homofobia», los palestinos, la oposición política, la prensa, organizaciones civiles nacionales e internacionales y hasta el propio sistema de la ONU temen que se trate de una simple afirmación retórica y de medidas efectistas coyunturales, que no van al fondo del problema.
«Lo difícil de entender, es cómo el jefe del Gobierno y sus ministros no se percatan de los vínculos entre el fuego que estuvieron avivando durante décadas y las llamas de los últimos acontecimientos. ¿Cómo no ver el nexo entre la ocupación de Cisjordania, que dura ya 48 años, y esa realidad oscura y fanática que se creó en los márgenes de la conciencia israelí? Una realidad cuyos partidarios y defensores aumentan día tras día, y que cada vez resulta más presente, aceptable y legítima a los ojos de la opinión pública, el Parlamento y el Gobierno», preguntó el escritor David Grossman en «Haaretz».
De inmediato recibió una confirmación de este mundo oscuro y fanático al que alude. «No sabía que Grossman era antisemita», comentó uno de sus lectores. Es el mismo argumento que esgrimen Bibi y sus colaboradores frente a cualquier crítica de acciones ilegales, ya sea en las guerras en Gaza, la ampliación de asentamientos judíos en Cisjordania o la pasividad misma de las autoridades hebreas ante la violencia de radicales nacionalistas o religiosos, particularmente si es ejercida contra palestinos.
«Toda esta política crea impunidad para los crímenes de odio y anima a los atacantes a continuar», sostuvo la ONG Paz Ahora, quien recordó que apenas hace unas semanas se registraron otros ataques incendiarios: uno contra la iglesia cristiana de Tabgha, donde la tradición sitúa el milagro de los panes y los peces de Jesús; y otro con coctel molotov contra un taxi, en el que una familia palestina resultó gravemente herida. «De ahí al asesinato de un niño de año y medio era sólo cuestión de tiempo», sentenció.
Por todo ello, el jefe de la oposición, Itzjak Herzog, invitó a Netanyahu a hacer «un examen de conciencia» y revisar las políticas que llevaron a este estado de cosas. Pero esa revisión es improbable, después de que tras las elecciones de marzo pasado emergió uno de los gobiernos más derechistas en la historia política de Israel.
Para formarlo, Netanyahu llegó a un acuerdo con el partido ultranacionalista Habait Haiehudí, que representa a los colonos de los asentamientos. Para ellos fueron las carteras de Educación, Agricultura y Justicia.
A cargo de este ultimo quedó Ayelet Shaked, una ingeniera informática y ex asesora militar de 39 años, con un perfil singular: la única dirigente laica de un partido religioso, que a pesar de provenir de Tel Aviv defiende no sólo las posturas más derechistas de los colonos, sino de todo el espectro político israelí. Además, captó la atención de la prensa de todo el mundo por su rostro, de expresión un tanto infantil.
Esta joven se hizo famosa el año pasado, cuando en plena ofensiva militar en Gaza colgó en Facebook un texto que declaraba a todo el pueblo palestino como «enemigo», y llamaba no sólo a aniquilar a los terroristas, sino a «destruir sus hogares para que no sigan criando pequeñas serpientes». Una imagen que de inmediato trajo a la mente al bebé recién quemado y su familia.
Si bien como titular de Justicia no impartirá tal, sino se encargará de las relaciones entre el poder legislativo y el Tribunal Supremo, se espera que empuje su propia agenda. Considerado este último como uno de los pocos órganos independientes en Israel y con gran prestigio internacional, como diputada Shaked pidió recortar su poder por considerarlo «intervencionista y de izquierda». De hecho la ministra descalifica como «de izquierda» a todo aquél que no comulgue con ella, incluida casi toda la prensa hebrea local.
En medio de este clima y con estos personeros políticos parece poco probable que haya cambios de fondo, aunque ya se dieron las primeras detenciones de sospechosos de «terrorismo judío». Uno de ellos es Meir Ettinger, nieto de Meir Kahane, aquel rabino radical cuyo partido Kaj fue ilegalizado en Israel, luego acabó asesinado en Nueva York. Se le señala, según un documento, como miembro de una red ultrajudía cuyo objetivo es desestabilizar al sistema democrático de Israel para instaurar un régimen basado en la Halajá.
Por lo pronto, el presidente israelí, Reuvén Rivlin, presentó una denuncia por amenazas en su contra en redes sociales. Después de que calificara a los atacantes como «terroristas judíos que avergüenzan a nuestra nación», se distibuyó en Facebook una foto suya con una kaffiya árabe y la leyenda: «Rivlin, judío traidor, su memoria será olvidada».
No hay que olvidar que en 1995 el entonces primer ministro Itzjak Rabín fue asesinado por Ygal Amir, un joven ultraortodoxo, tras ser acusado por politicos y rabinos de traición a los judíos al firmar los Acuerdos de Oslo con la OLP.