«Los actuales sucesos recuerdan a los de septiembre de 2000, cuando Sharón subió provocativamente a la Explanada de las Mezquitas y estalló la segunda Intifada», declaró en en la radio militar israelí, Galei Tzáhal, el secretario general de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Saeb Erekat.
La situación de violencia latente desde el verano de 2014, en vísperas de la ofensiva militar hebrea «Margen Protector» contra Hamás en la Franja de Gaza, amenaza con desbordarse en Cisjordania y Jerusalén Este.
El asesinato de cuatro israelíes y de otros tantos palestinos (dos de ellos terroristas) desde el pasado jueves desataron una escalada de tensión que llevó al Gobierno de Netanyahu a decretar el cierre de la Ciudad Vieja de Jerusalén para los palestinos durante las últimas 48 horas.
Las escenas de los últimos enfrentamientos reproducen imágenes de la primera Intifada, que desembocó en la Cumbre de Madrid y en los Acuerdos de Oslo, y de la segunda, que fue aminorando su intensidad de fuego con la construcción de la valla de separación israelí en Cisjordania y Jerusalén Este y la orden determinante de Sharón de que Arafat no pueda abandonar la Muqata en Ramallah.
Las batallas campales de cientos de jóvenes árabes contra las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) causaron al menos 120 heridos desde el pasado sábado. Un palestino de 13 años murió cerca de Belén al recibir un impacto de bala en el pecho. Otro manifestante de 18 años murió por los disparos de las FDI en Tulkarem.
Presionado por el ala más extremista de su Gabinete, Bibi advirtió que «Israel libra un combate hasta la muerte contra el terrorismo palestino» y de que «no habrá límites en las actividades de las fuerzas de seguridad».
Netanyahu anunció nuevas medidas para intentar frenar la violencia, como acelerar la demolición de casas de familias de terroristas y generalizar la detención administrativa, que permite el encarcelamiento indefinido de sospechosos de terrorismo sin intervención judicial, además de reforzar la presencia policial y militar en Cisjordania y Jerusalén Este.
La oferta de tratativas «sin condiciones previas» con la Autoridad Palestina (AP) que Bibi lanzó la semana pasada en el plenario de la Asamblea General de la ONU se desvaneció a su regreso a Israel, donde ministros de su Gobierno protestan contra él y le reclaman que autorice nuevos asentamientos judíos en Cisjordania y que ordene a las FDI arrestar a los responsables de la AP.
En el mismo foro internacional de ONU, el presidente de la AP, Mahmud Abbás, amenazó con dejar sin efecto los Acuerdos de Oslo y entregar a Netanyahu las llaves de la Muqata.
«Israel tiene que asumir sus obligaciones de potencia ocupante, el status quo ya no puede continuar», advirtió Abbás en Nueva York. De vuelta en Ramallah, Abu Mazen acusó a Israel de «pretender llevar a la región a un ciclo de violencia».
La veterana dirigente de la OLP, la Dra. Hanán Ashrawi, aseguró que la AP condena el uso de la violencia contra civiles inocentes, pero también recordó que en lo que va de año, las FDI mataron a más de 30 palestinos y encarcelaron a otros 3.500. Ello aparte del terrorismo judío que incendia, destruye y mata familias sin que ninguno de los culpables sea detenido y condenado.
«Netanyahu sigue diciendo que puede controlar la situación, pero está creando de forma deliberada una espiral de inestabilidad», argumentó Ashrawi.
La violencia generó un clima volátil en la que los extremistas intentan obtener beneficios. Hamás y la Yihad Islámica fueron acusados por el Gobierno israelí de estar detrás de los últimos ataques contra civiles. Cinco miembros de Hamás fueron detenidos acusados del asesinato del matrimonio Henkin, en Cisjordania, ante sus cuatro hijos. Grupos radicales judíos se manifestaron el pasado fin de semana en el centro de Jerusalén para exigir venganza tras la muerte de un soldado fuera de servicio y de un rabino, acuchillados en la Ciudad Vieja.
La AP difícilmente podrá controlar la situación. Una encuesta difundida a finales de septiembre reflejaba que el 42% de los palestinos consideraba que la lucha armada es el mejor medio para poder contar con un Estado propio, frente al 36% que apoyaba esa tesis tres meses antes. Además, el 60% se manifestó a favor de la renuncia inmediata de Abbás.
El columnista de «Haaretz», Ari Shavit, recordó recientemente que los responsables de esta serie de sondeos constataron que a partir verano de 2000 también aumentó la tendencia a favor de la violencia en la opinión pública, marcada entonces igual que ahora por la frustración y el pesimismo en la sociedad palestina.
«The Jerusalem Post» criticó en un editorial el proceder de Bibi, a quien «no se le ocurre nada más que instalar nuevos puntos de control o prohibir el tráfico de camiones palestinos en vías relevantes por cuestiones de seguridad: Son soluciones tácticas de gente poco imaginativa. No hay disposición a pensar sobre la situación de conjunto, sobre la realidad estratégica». De ahí que resulte comprensible que los palestinos se nieguen a reanudar las negociaciones, otra vez, desde el principio: «Ellos quieren saber, finalmente, a dónde los llevan esas tratativas».
En síntesis: En tiempos en que los fanáticos religiosos de todos los bandos ganan adeptos entre amplias capas de la población, el conflicto en Oriente Medio está cada vez más dominado por organizaciones como el Estado islámico (EI), Al Qaeda, Hezbolá, Hamás y otras. También en Israel, los fanáticos religiosos de «Etiqueta de precio» entienden cuán fácil es hacer arder a toda la región para conseguir sus objetivos inmediatos.