Se ha producido un interesante giro en la cobertura mediática de los recientes atentados palestinos contra israelíes. Los apuñalamientos, atropellos y demás ataques árabes han sido incidentes «aislados», según AP. La corresponsal de «The New York Times», Diaa Hadid, hizo hincapié, en la segunda frase de un reciente despacho, en que los atacantes «parecían estar actuando solos y sin respaldo ni instrucciones de organización alguna».
¿Por qué los principales medios y otros simpatizantes palestinos están tan interesados en presentar a los terroristas como lobos solitarios?
El primer motivo es que muchos periodistas propalestinos esperan realmente que estos atentados supongan el inicio de una nueva ola de violencia popular, de una Intifada.
Los últimos ataques «aumentan el temor a una nueva oleada de violencia», según informaba AP, que no indicaba quién, exactamente, sentía ese «temor». No tenía por qué hacerlo. Todos recordamos gran número de artículos en los medios internacionales que, hace unos meses, predecían una tercera Intifada por parte de las masas palestinas.
En realidad, los simpatizantes palestinos desean que se produzca esa violencia. Esperan que con ello se expulse a los israelíes del resto de Judea y Samaria. Se sienten verdaderamente sorprendidos y decepcionados cuando uno o dos atentados resultan ser sólo eso, un par de atentados, y no forman parte de una oleada a gran escala de violentos ataques diarios contra los judíos israelíes.
Con los años, diversas autoridades estadounidenses han realizado declaraciones que se aproximaban peligrosamente a una justificación de la violencia palestina. En el 2000 el asesor de seguridad Nacional del presidente Bill Clinton, Samuel Sandy Berger, afirmó que la violencia palestina no era una maldición, sino «una bendición», porque podría conducir a más concesiones por parte israelí. En mayo de 2014 un alto cargo estadounidense dijo a la prensa: «Los palestinos están cansados del statu quos. Al final conseguirán tener su Estado, sea mediante la violencia o acudiendo a los organismos internacionales». Posteriormente, «Haaretz» afirmó que el autor de esas declaraciones era Martin Indyk, el enviado del presidente Obama a Oriente Medio; Indyk no lo ha negado en ningún momento.
El segundo motivo para tanto énfasis en la afirmación de que los últimos ataques son obra de lobos solitarios es que ello supone una forma de librar a la Autoridad Palestina (AP) de cualquier responsabilidad al respecto.
Los defensores de la causa palestina están ansiosos por defender a la AP de toda crítica. Las pruebas de su apoyo al terrorismo minan las posibilidades de lograr la creación de un Estado palestino. Ello podría poner en peligro la ayuda estadounidense a los palestinos, y hacer que los votantes israelíes apoyaran a partidos intensamente antiterroristas. De ahí que la imagen de la AP deba ser protegida a toda costa.
Pero «The New York Times» y Martin Indyk no parecen haber considerado la posibilidad de que los israelíes extraigan una conclusión muy distinta de estos últimos ataques de lobos solitarios.
Puede que, con toda la razón del mundo, lleguen a la conclusión de que hay un motivo para que un palestino aislado, aun sin apoyo de organización alguna, decida apuñalar a un judío al azar o embestir con su coche a un grupo de judíos que esperan en una parada de autobús.
Puede que ello tenga que ver con lo que les enseñan en el colegio, con lo que ven en televisión y con lo que se predica en sus mezquitas.
Los libros de texto de las escuelas palestinas enseñan a los niños que los judíos son malvados y que Israel debe ser destruido. Los programas de la cadena oficial de televisión de la AP muestran a asesinos de masas como héroes y mártires a imitar. Los imanes de sus mezquitas acusan a los judíos de profanar los lugares sagrados musulmanes.
En resumen, los lobos solitarios en realidad no son tan solitarios, al fin y al cabo. Son producto de una cultura de odio y violencia que la AP respalda y alimenta.
«Hace falta un pueblo» para criar a un niño, según el famoso libro infantil de Hillary Clinton. El pueblo de la AP está criando a una generación de asesinos.