Este pasado viernes fue la jornada más mortífera que se vivió en Gaza en muchos meses: seis palestinos murieron al enfrentarse en dos sucesos separados con las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI).
Las autoridades hebreas aseguraron que más de 1.000 palestinos se concentraron en Gaza junto a la verja fronteriza desde donde lanzaron piedras y una granada contra las FDI.
Durante el día, también se produjo lo que aparentemente fue el primer apuñalamiento por venganza ejecutado contra dos palestinos y dos árabes.
Tras la repentina e intensa escalada de violencia en Jerusalén y Cisjordania vivida durante la última semana, los ánimos de ambas partes de esta profunda y amarga disputa política están tensos e irritados.
Los israelíes están indignados por los ataques con armas de fuego y cuchillos de los palestinos en los que murieron cuatro israelíes y muchos más fueron heridos.
Los palestinos están enojados por la severidad con la que fueron reprimidos, incluyendo la muerte de al menos tres manifestantes ocurrida aparentemente durante los enfrentamientos de esta semana en Cisjordania y en Jerusalén Oriental.
Además, les molesta el aumento de la actividad religiosa por parte de judíos en Jerusalén Este que se produce durante la fiesta de Sucot, una época en la que tradicionalmente éstos peregrinan a la ciudad tres veces santa.
La peregrinación hacia el Muro de los Lamentos, el lugar de oración más sagrado para el judaismo, lleva a los visitantes a la zona cercana a la Mezquita de al-Aqsa, considerada sagrada por los musulmanes.
Tanto entre los palestinos como en el resto del mundo árabe el incremento de la actividad religiosa judía en esta zona de Jersusalén es vista como un ataque a la identidad islámica del lugar en el que los musulmanes creen que el profeta Mahoma ascendió en cuerpo y alma al cielo.
Los judíos también veneran el complejo que abarca la mezquita como uno de sus lugares más sagrados, no sólo por la importancia que le otorgan al Muro de los Lamentos sino porque los dos Templos fueron edificados en ese lugar.
El choque entre esas dos visiones religiosas enfrentadas demostró a lo largo de muchas décadas tener el poder para generar repentinos y mortales brotes de violencia.
Israel controla la Ciudad Vieja de Jerusalén desde que la conquistó de Jordania durante la Guerra de los Seis Días en 1967, aunque entregó casi inmediatemente el control de la Explanada de las Mezquitas al Waqf, que por medio del monarca jordano, ejerce de custodio de los santos lugares islámicos.
Desde entonces se mantiene el status quo en el cual a los judíos se les permite visitar el lugar pero no rezar allí.
Eso implica problemas. Primero, hay una minoría de judíos que quiere cambiar ese arreglo y defiende el derecho de los judíos a orar en el lugar. Además, mucha gente en el mundo árabe no cree las repetidas promesas de Israel de que no tiene planes de cambiar la situación.
Por ello, la rabia que se siente en ambos lados es fácil de explicar. Sin embargo, la generalizada sensación de ansiedad es más compleja.
El diario «Yediot Aharonot», al analizar los ataques, aseguró claramente que una tercera Intifada palestina se está gestando.
Otros son ligeramente más cuidadosos. El columnista de «Haaretz», Ari Shavit, se hizo la misma pregunta pero llegó a la conclusión de que aún es muy pronto para saber si se avecina una nueva revuelta popular a gran escala como fue la de 2000.
Es claro, sin embargo, que un nuevo tipo de ataque está surgiendo ante el cual Israel se esfuerza para desarrollar una respuesta convincente. Los apuñulamientos recientes ocurridos en varias localidades del país son un buen ejemplo.
Mohammad Halabi, terrorista de 19 años, puede o no haber sido miembro de una organización radical, pero se preparó para matar civiles simplemente tomando un cuchillo de su casa.
Otros atentados consistieron simplemente en conductores palestinos que embistieron con sus autos contra peatones que ellos presumen son judíos israelíes.
Israel tiene unas poderosas fuerzas militares en Cisjordania, sofisticadas técnicas de vigilancia a su disposición y una extensa red de informantes.
Pero ninguna de esas cosas lo puede proteger de individuos que toman la decisión personal de ejecutar un ataque en un momento de su elección y armados de cualquier herramienta de la que dispongan en su vida cotidiana.
Los grupos extremistas se hacen vulnerables cuando almacenan y transportan armas de fuego o trasmiten comunicaciones entre sus miembros. Sin embargo, para las FDI, el Shin Bet o la policía resulta difícil impedir los ataques que no implican ninguno de esos puntos débiles.
En el lado palestino hay un sentimiento persistente de resentimiento hacia el mantenimiento de la ocupación israelí, que se intensificó no sólo por las circunstancias que rodean el funcionamiento del complejo donde está la Mezquita de al-Aqsa, sino además por el extendido sentimiento de que se permitió que el tema de la solución de dos Estados quede a la deriva en la agenda internacional.
Es difícil recordar un momento en el que se dedicó tan poco esfuerzo diplomático a la búsqueda de una solución para la larga disputa entre Israel y la Autoridad Palestina (AP).
En parte, esto se debe a que el tema simplemente fue opacado por la situación en Siria y el acuerdo nuclear con Irán, que tienden a quitarle el oxígeno al resto de los asuntos políticos de la región.
Lo que solía conocerse como el «proceso de paz» se considera moribundo.
Pocos creen que el presidente de la AP, Mahmud Abbás, y el primer ministro israelí, Binyamín Netanyahu, cumplirán alguna con los compromisos necesarios para alcanzar un acuerdo transitorio o definitivo.
La AP aún mantiene un acuerdo de cooperación en seguridad con Israel, aunque ese pacto puede ser vulnerable si la atmósfera política sigue deteriorándose.
Repudiar el acuerdo, como amenazó Abbás, sería una movida posible. Él no puede permitirse aparecer que está muy lejos de la posición del resto de los palestinos sobre este asunto.
Es difícil para Abbás explicar por qué sus funcionarios de seguridad trabajan de forma tan cercana con las mismas fuerzas israelíes a las que se enfrentan los manifestantes palestinos en las calles de Cisjordania.
La única verdad es que nadie puede realmente predecir lo que va a ocurrir.
El repentino brote de la violencia durante los últimos días puede desaparecer de una forma igual de súbita o puede derivar en una mayor escalada.
La verdadera razón detrás de la ansiedad que sienten ambas partes es la sensación de que, como ocurre con frecuencia Oriente Medio, los políticos y los funcionarios de seguridad no parecen controlar los acontecimientos sino estar a la merced de los mismos.