A mi íntimo amigo Israel Blay (Izo) Z'l, de Belo Horizonte, Brasil, que cayó a los 23 a?os en la inútil y ya olvidada «Guerra de Desgaste» entre Israel y Egipto a orillas del Canal de Suez en Abril de 1969, apenas un año y medio después de haber llegado juntos a Israel.
Lo más duro es morir la primera vez o, más bien, la angustia que supone a todo hombre esa vida precedente al primer cambio, tan llena de incógnitas. Se los dice alguien que va por su segunda vivencia.
Quizá resulte complicado que ustedes, los que aún caminan en la niebla de la línea del tiempo original, comprendan quiénes somos realmente y adónde van dirigidos nuestros pasos. Estos dos interrogantes se podrían resumir en lo siguiente: somos seres imperfectos; nuestra misión es tratar constantemente de dejar de serlo. Sólo tratar.
Aquellos que estuvieron próximos al primer cambio de actitud, pero que no tuvieron el valor ni el conocimiento para abordarlo, afirman que toda una sucesión de imágenes de lo que llaman pasado cruzan veloces por la mente. Es cierto; todavía me recuerdo en ese primer trance: camino de manera indiferente por entre las barricadas, de repente la artillería egipcia, el sonido del disparo, la explosión desintegrando mi cabeza, el pánico del ignorante que siente que su vida se acaba al paso que marca el proyectil.
Entonces, el vértigo de recuerdos, una sucesión de fotos impactando lo que queda de mi cerebro: mis padres, mi guitarra, mi música, mis amores ocultos, los amigos de ahora, los de mi infancia. Y al final de este tumulto, de improviso, la calma; una paz plena, ausente de los sentidos, silenciosa, sin sabores ni olores.
El éxtasis de la muerte es algo que no se puede superar. Lo sentirán algun día; verán entonces lo equivocado de ese profundo temor con el que repudian dar el primer salto.
Ahora quiero que entiendan que tal carrusel de imágenes no es más que un breve anticipo de lo que viene a continuación. Háganme caso si les digo que toda vida se vive dos veces.
Reconozco que en un principio, uno se siente desorientado cuando la línea temporal se invierte. Cuesta hacerse a la idea de recorrer la vida al revés. Sí, han oído bien, eso exactamente es lo que sucede: lo que fue pasado es furturo, un futuro que se guarda disperso en la memoria, un futuro que va a vivir de nuevo, supeditado a las acciones del Yo anterior pero sin posibilidad de intervención, sólo observante, aprendiendo.
Vivir de nuevo es una obligación moral de autoreflexión, la forma de purificar el alma de los errores cometidos. Sepan que es realmente hermoso redescrubrir los recuerdos, hasta los peores, pues hace tiempo que entendí que vivir sabiendo es caminar en paz; que todas las tragedias se vuelven fácilmente digeribles.
Talvez una de las anécdotas a las que resulta más difícil acostumbrarse, sea el hecho de observar los efectos de forma previa a las causas. Como les dije, vivir de vuelta significa no tomar parte activa; puedes sentir lo que tu Yo previo ha hecho, pero no intervenir. Tu cuerpo se mueve y reacciona de forma exacta como lo hizo, sólo que tú lo ves y percibes al revés. Es extra?o y delicioso notar, por ejemplo, la sensación de tu estómago lleno como anticipo del momento en que verás la comida. Este avanzar invertido es lo más desconcertante, pero de todas maneras, hay una vida entera para acostumbrarse.
Dejando a un lado esta circunstancia curiosa, no se si se habrán alcanzado a imaginar el impagable regalo de esta experiencia regresiva.
¿Qué no darían, cualquiera de ustedes que me oyen aún en su primera vida, por sentir como el cuerpo se vuelve más joven cada día; ver que los seres perdidos regresan a su existencia o por volver a observar de nuevo a ese amor de la adolescencia de la que no recordaban el nombre y gozar de la pasión con que él inundaba sus sentidos; poder encontrarte en el cuerpo del ni?o que fuiste y redescubrir la inocencia que de adultos aprendemos a desde?ar de manera tan estúpida. Todo ésto, ésto y lo que cada uno de ustedes está rememorando ahora mientras me escuchan, lo viven con una capacidad plena de distinguir, independientemente del acto de reconocer el Yo anterior, pero atento a sus emociones y entregado de lleno a su existencía fisica.
A estas alturas noto cómo empieza a surgir en sus mentes la pregunta crucial. ¡Pobres, qué dignos de compassion! Están como yo estuve una vez, nadando en un océano de dudas. Siento brotar palabra a palabra, en medio de su aflicción, el deseo de saber y, si los dejase, estoy seguro que me implorarían, me rogarían para que les contestara:
¿Qué pasa cuando llegas al final, cuando has vivido de vuelta tu vida? ¿Estamos condenados a volver a nacer de nuevo, a vivir hacia adelante más de lo mismo, a morir otra vez inútilmente por la Patria? ¿Es esa nuestra penitencia por ser seres imperfectos?
Les daré la respuesta sin que tengan que suplicar, pues debo confesarles que el inventor de todo ésto es quien me ha confiado la tarea de permitir conocerlos de verdad, hondamente apenado de ver el sufrimiento con que muchos de ustedes llevan el acto de vivir la primera vida. Pero antes debo terminar de aclarar todos sus falsos indicios sobre un término tan relativo como es el tiempo.
En realidad, el tiempo no es más que una tabla de cuentas que rige nuestras existencias, el que nos indica aquello que hemos vivido, lo que estamos viviendo y lo que ha de venir.
Lamentablemente, el ser humano es bastante necio y no es capaz de aprender algo hasta que vive la experiencia. No sabe de verdad lo que es el fuego hasta que se quema, no aprecia que hermoso es ver hasta que se queda ciego, no distingue el verdadero valor de la paz hasta que va a la guerra. Igualmente, piensa que el tiempo es como un gusano que avanza siempre en la misma dirección hacia un horizonte infinito. Es tan incrédulo como lo era yo antes de mi primera muerte, tanto que hasta ha adoptado el significado del tiempo a su absurdo concepto de existencia. Al menos, si estuviese atento sabría que dicho gusano es como esos largos trenes con una locomotora en cada extremo que permite al conductor observar el mismo paisaje en su trayecto de ida y vuelta. La cola es también cabeza, de modo que el tiempo, y con él nuestra vida, puede tener un doble sentido.
Así evolucionan nuestras almas, seguimos viviendo en quienes nos aman, sentimos en ellos nuevas experiencias, corregimos errores anteriores, paso a paso, hasta que, al fin, ese gusano llega un día a donde se encuentran las hojas, descubre el tronco y desciende o alcanza la punta de una de ellas, entiende que llegó la hora de formar capullo y amanece convertido en mariposa que logra su libertad en la plenitud del vuelo.
Entonces, el alma alcanza su paraíso particular, el que ella ha elegido: la tierra mansa o la convulsiva; allí donde el tiempo se detiene porque no queda futuro, porque vivir o morir se transforma en un presente continuo, porque el espíritu ha comprendido que la vida o la muerte son ahora mismo sin so?ar con recuerdos ni anhelar esperanzas.
En fin; eso es todo. Debo irme; esta vez definitivamente. No me tengan lástima; que nadie se sienta culpable; ahora también es como siempre fue durante mi primera vida: una elección personal.