Un simbólico momento en la política israelí, capturado por las cámaras de televisión en octubre de 1997, mostró a Binyamin Netanyahu, entonces en su primer mandato como primer ministro, inclinándose hacia el rabino Itzjak Kaduri, un venerable cabalístico y sursurándole al oído. Los micrófonos no podían interpretar bien sus palabras, pero un reportero alerta leyó sus labios: «Los izquierdistas olvidaron lo que significa ser judío». El anciano parecía sonreír con asentimiento.
Desde entonces el rabino Kaduri falleció y Netanyahu está de vuelta como primer ministro, muy escarmentado y maduro. Ahora evita hacer ofensas gratuitas y protege su boca cuando susurra en los oídos de las personas. Pero su perfil político sigue siendo el mismo: preside una coalición ultraderechista-religiosa.
Siguiendo los pasos de Menajem Begin, el primer primer ministro del Likud, Netanyahu soldó una alianza de tres grupos ideológicos distintos: su propio partido sionista revisionista junto con el derechista partido de inmigrantes rusos, Israel Beitenu del canciller Liberman; los nacionalistas ortodoxos sionistas, que generaron el movimiento de colonos en Cisjordania; y los haredim, o ultraortodoxos, el sector de mayor crecimiento en la sociedad israelí.
Netanyahu llama a su alianza tripartita el «grupo nacional» e implica que no sólo es más patriótico que el «grupo de la paz» - es decir, principalmente los de la oposición -, sino también de alguna manera más judío. Hábilmente, él subsumió dentro de su mensaje político no sólo el nacionalismo judío sino al judaísmo en sí.
Sus aliados los colonos, además, desarrollaron una teología mesiánica basada en una lectura fundamentalista de la Biblia que establece la conquista y el asentamiento de la tierra por encima de todo y las promesas directas de socorro divino para alcanzarlos.
Estas enseñanzas penetraron sutilmente e influyeron en muchas más amplias franjas de la política y la cultura de Israel.
La fusión entre orientación política y judaísmo es evidente en la diáspora, también, donde se desdibuja la crítica de la política de ocupación de Israel con el antisemitismo. Si «antiisraelí» es igual a antisemita - es decir, antijudío -, luego Israel, y específicamente la política de ocupación al ser criticada, equivale a judío. Lo que se quería demostrar.
El punto fuerte de este argumento es que el antisemitismo, vicioso e irracional, está aumentando una vez más, especialmente en Europa. En Hungría se volvió particularmente virulento; Los judíos allí temen por su seguridad física. El antisemitismo viene en variedades de extrema izquierda y neonazis, y últimamente fue adoptado también por grupos musulmanes. Suelen ser antisemitas antiisraelíes; muchos se oponen a la existencia misma de Israel.
Por otra parte, el presidente de Irán, Mahmud Ahmadinejad, es antiisraelí y antisemita y un negador del Holocausto para arrancar. Su Gobierno está trabajando a fin de obtener los medios para implementar sus amenazas y aniquilar al Estado judío.
Para la ultraderecha israelí y muchos líderes comunales judíos de la diáspora, un eje indiferenciado del mal se extiende desde los iraníes a los palestinos y a los matones antisemitas en las calles europeas. El creciente antisemitismo es agrupado junto con la creciente crítica de la política israelí y traída y llevada por el Gobierno de Netanyahu en lo que llama una campaña para la «deslegitimación» de Israel.
La ventaja de esta táctica es que cualquier crítico, judío o gentil, puede ser rechazado como un deslegitimador y por lo tanto un antisemita. La desventaja más profunda es que fomenta la paranoia hacia los palestinos, con quien Israel necesita llegar a un acuerdo, si quiere sobrevivir como un Estado judío y democrático. En los círculos de la ultraderecha religiosa, para señalar este inconveniente incluso está empezando a ser apodado antijudío y anti-Dios.
Una sola voz judía fue escuchada cuestionando el Zeitgeist (espíritu de época) dominante, es la de Mick Davis, viejo Jefe Ejecutivo de Xstrata, un gigante de la minería internacional. Nacido en Sudáfrica, sirve como presidente del Consejo del Liderazgo Judío, una organización británica judía y controversial que dio aviso a finales de 2010 de que Israel corre el riesgo de convertirse en un Estado de apartheid a menos que negocie la paz con los palestinos. Desde entonces cedió a la presión para reclamar bajo en público (aunque él niega haberlo hecho), limitándose a alentar a los disidentes judíos pacifistas a no darle la espalda a la comunidad dominante.
«Si el primer ministro de Israel quiere hablar sobre el pueblo judío», dijo, «entonces debe articular los valores del pueblo judío, y él no lo hace. Los asentamientos no pueden ser los valores del pueblo judío. El pueblo judío pone gran énfasis en la vida, sobre cómo ellos interactúan con sus semejantes. ¿Cómo construir asentamientos por la fuerza pueden ser valores judíos simplemente porque dices que hay un precepto religioso al ocupar la tierra?», agregó.
¿Pero sus valores judíos no son valores diaspóricos? «Entonces Israel es sólo un Estado para los israelíes», replicó él. «Israel es tanto nuestro proyecto como es el proyecto de los israelíes. Toda la historia de los judíos fue una lucha constante para cumplir con los valores que creemos son inmutables. Cuando Israel no lucha para reunirse con ellos, entonces afecta mi identidad como judío y yo estoy menoscabado por ello.
Para Menajem Lorberbaum, presidente de la Escuela de Graduados de Filosofía en la Universidad de Tel Aviv, la política de victimización de Israel es «la antítesis del sionismo» y también profundamente no-judía. «Ni Netanyahu ni Barak saben mucho sobre judaísmo, y no los veo como portavoces de lo que el judaísmo es o debería ser. El estado de Israel no tiene su propio judaísmo. Israel es la mayor oportunidad de ejercer soberanía con el propósito de crear una sociedad judía viable y sostenible, pero también es la mayor seducción, la seducción para definir judío como una categoría política. Por supuesto ser víctima te da muchos puntos. «Están por destruirnos» es un argumento de golpe bajo. Pero lo que hace es legitimar el uso desenfrenado del poder».
A Tal Becker, un diplomático israelí y erudito, le preocupa que las políticas israelíes - la política de paz y la política interna que rechaza al judaísmo no ortodoxo - lleven a un cisma dentro de la judería. «Entre los judíos cuya judaísmo es importante para ellos, la línea divisoria es entre quienes ser judío es respecto de la supervivencia de Israel y para los cuales la ortodoxia es la forma auténtica del judaísmo y quienes tienen una expresión muy diversa y pluralista de su judaísmo. La preocupación de muchos judíos israelíes por la supervivencia y no por las razones por qué la supervivencia es importante, alienó a judíos que sienten que nuestra supervivencia no está en riesgo, que se sienten desencantados con Israel. Para muchos judíos la tensión entre apoyar a Israel y tener valores liberales es cada vez menos sostenible».
Esta fusión de la ortodoxia con lo que Becker llama «narrativa de muerte del nacionalismo» es el respaldo del éxito político de Netanyahu. Becker es la voz de la sabiduría convencional tradicional cuando acepta que ellos constituyen un acuerdo global que supone concesiones mutuas en lugar de valorarlos separadamente.
Podría decirse que esta negativa de la izquierda liberal a distinguir entre las dos tendencias muy diferentes dentro de la ortodoxia es trágicamente miope.
El temor a Dios
Muchos años atrás cuando el «haredismo» era pequeño y débil, en Israel y en la diáspora, podía ser descartado como irrelevante. Reacios a cooperar con los encuestadores por temor al «mal de ojo», los haredim fueron sub-registrados durante décadas. Pero el mes pasado un nuevo informe encargado por la Federación UJA de Nueva York, la organización filantrópica comunal líder, demostró que del estimado de 1,5 millones de judíos en el gran Nueva York, incluyendo Nassau, Suffolk y Westchester, 22% son haredim y 10% ortodoxos-modernos.
Dada la tasa de natalidad de los haredim - por lo menos tres veces más que la de los asociados no-ortodoxos neoyorquinos - la proporción haredí está creciendo rápidamente. El informe sugiere que tal vez no suficientes haredim pobres aprovechan las ofertas de servicios de la Federación-UJA. Activistas haredim afirmaron durante mucho tiempo que su comunidad no obtiene su justa parte de los servicios de bienestar. La mayoría de los haredim de Nueva York, a diferencia de la mayoría de sus homólogos israelíes, trabaja para su sustento, pero sólo el 11% de ellos contribuye a la Federación de UJA.
Hace un siglo los rabinos haredim de Polonia y Rusia adoptaron una opinión generalmente resentida del sionismo, que luego fue puesta en marcha. Pensaban que Dios restauraría su pueblo a la Tierra Santa en su propio tiempo. Pero como la empresa sionista en Palestina comenzó a crecer, también lo hizo una racha pragmática dentro del haredismo que quería unirse. Un ministro haredí sirvió en el primer Gobierno de Ben Gurión. El núcleo fuerte de los recalcitrantes continúa viendo a Israel como pecaminosamente presuntuoso, pero la mayoría llegó a buenos términos con él. Sin embargo, a diferencia de los ortodoxos nacionalistas, los haredim no se volvieron mesiánicos. Todavía tienen dudas teológicas sobre el sionismo y ciertamente sobre el expansionismo sionista.
Por lo tanto, ellos deliberadamente no se asientan profundamente en los territorios palestinos. Dos grandes asentamientos, Betar Ilit y Modiín Ilit, están situados, por orden de los rabinos, justo sobre la frontera de 1967, en un territorio que probablemente podría ser anexado a Israel en una paz negociada con los palestinos. Deberían ser parte del «grupo de la paz», junto a los moderados israelíes y los liberales judíos de la diáspora. No lo son, principalmente, porque el pluralismo de los liberales se frena cuando se trata de los haredim. Son vistos como fundamentalistas, fanáticos, misóginos y decididos a imponer su cultura y sus valores a la mayoría.
Los haredim ponen su granito de arena para ventilar estos prejuicios. Ellos prefieren vivir separados, y en su mayor parte muestran desprecio por los menos ortodoxos y aversión hacia los abiertamente no ortodoxos. Son los prejuicios anti-haredíes de la izquierda que ayudan a mantener la coalición de Netanyahu de todos los ortodoxos con la derecha dura.
Dos siglos después de la ruptura de la autoridad religiosa tradicional, los judíos todavía luchan ferozmente por los corazones y las mentes de los demás. Sólo que ahora el premio no es una cita rabínica en algunos pueblos de Europa oriental, sino la dirección política de un Estado soberano poderoso.
Gracias a la arrogancia y el desdén haredí, el nacionalismo mesiánico de los colonos está ajustando crecientemente el tono.
Fuente: The Economist
Traducción: Roberto Faur