¿Sabes una cosa Sergio? No te reconozco. Y sin embargo estás igual. La misma kipá multicolor. La misma buena oratoria. Tu rostro joven. Si. Estás igual que cuando pedías justicia por las victimas del criminal atentado contra la AMIA. Ahí en Plaza Lavalle frente a tribunales. Cuando eras un referente de Memoria Activa. Junto a Diana Malamud y Laura Guinzberg. Pasó mucho tiempo. Por eso tal vez se me confunden los tantos.
Pero si mal no recuerdo te referenciabas en Marshall Meyer, el rabino que acompañaba a las madres en los años de plomo, en sus rondas alrededor de la Pirámide de Mayo. Aquel al que un día se le acercó un padre cuya hija estaba desaparecida y le dijo: «Marshall: ¿Qué haces aquí? ¿Tenés un hijo desaparecido? No le respondió. Estoy aquí porque vos tenés un hijo desaparecido».
Estás igual y sin embargo no te reconozco a pesar de la misma kipá multicolor. Dejaste Plaza Lavalle y reapareciste en la Plaza del Congreso colocándote en el palco a la derecha de Blumberg. Cambiaste a la libertad del himno repetida tres veces por la seguridad por triplicado. Y eso no es muy republicano. Aunque entonces aún no habías adherido al discurso del democratismo vacío. Marshall Meyer ya no te guiaba. Ahora te seducía el falso ingeniero.
Y la prensa del establishment empezó a darte espacio. Ahora te buscaban, hacías declaraciones, te convertías en un referente moral. Aunque para ello estuvieras rodeado de admiradores del terrorismo de estado, de la mano dura. Lejos quedaban los lunes poco concurridos de Plaza Lavalle. Ya no estás en Memoria Activa. Ahora militás en Amnesia Activa. Nada de lunes sin gente y sin prensa. Velas y medios. Buscaste la cobertura del cristianismo institucional. Escribiste un libro, «El Manifiesto Cívico Argentino», que parece una versión actual de los manuales de educación democrática, materia que se implementó a partir de la Revolución Fusiladora. Para que el pueblo no cayera nuevamente en una dictadura.
Ahí también se hablaba de república y democracia mientras se proscribían a las mayorías populares. No se podía, sin cometer un delito, mencionar a Perón, Eva Perón, Partido Justicialista. No tenían voz los millones que lo respaldaban. Pero los Bergman de entonces hablaban de la segunda tiranía. Y los que se decían democráticos y revolucionarios eran entre otros tus socios actuales, Sergio: la Sociedad Rural, el diario «La Nación», las franjas de clase media que miraban despectivamente a los cabecitas negras que tenían el tupé de gozar de derechos sólo reservados hasta entonces a otros sectores.
¿Sabes Sergio que los cabecitas negras han sido discriminados, ahí, en tu Argentina, como los judíos los han sido en otras sociedades? Y vos Sergio, el que tenía como referente a Marshall Meyer, al humanismo judío, el de la kipá multicolor, hoy bendecís a muchos de los discriminadores. Hablás de nuestros hermanos del campo. No te referís a los peones rurales. A los pequeños y medianos propietarios por fuera del modelo sojero, a los campesinos sin tierras o expropiados de la zona no pampeana.
A ellos no los ves. Tus «hermanos del campo» son Biolcatti, Miguens, Llambías, Grobocopatel. Te convocan a dar charlas de la Mesa de Enlace junto a Vicente Massot, el sólido cuadro intelectual y propietario de Nueva Provincia, tradicional vocero de la Marina, que justifica la tortura, defendió el terrorismo de Estado y minimizó la Shoá. ¿Será que si ese Dios en que creés, contemplara nuevamente impávido una remake de los años de plomo, vos estarías contra los que denostaban a las madres que buscaban a sus hijos? Si existe una vida después de esta, Marshall Meyer debe haberse muerto de nuevo.
Parecés la versión religiosa en envase judío de Elisa Carrió. Por eso dijiste: «Hay una Argentina que puede ser República después de Néstor. No entreguen ningún voto, ni la dignidad. Hay que llenar las mesas para que no nos roben los votos. Tenemos que tomar eso que aprendimos de los hermanos del campo. Hay que organizarse para defendernos. La inseguridad se resuelve con decisión política».
Créeme Sergio que no te reconozco. Aunque estés igual. Con tu kipá multicolor, tu habilidad oratoria y tu figura de joven querible. Cambiaste tu discurso y tus amigos. Tus aliados. Nunca más la marginalidad. Ahora la primera plana del establishment. Por eso dijiste en un acto contra la inseguridad que convertiste en un acto opositor, que no hay que confundir «el legado de Perón con la locura de Nerón».
No seas hipócrita Sergio. Vos, si hubieras sido contemporáneo y mayor de edad entre 1945 y 1955, habrías estado contra «la segunda tiranía». Preguntale sino a tus nuevos amigos. Dónde estuvieron o dónde se hubieran ubicados.
Hubieras dicho que Perón era Nerón. Que incendiaba la República y asesinaba la democracia. Y que sus seguidores eran la barbarie. Para que se concrete la República que vos y tus aliados quieren, hay que implantar el voto calificado. Y en la lógica de ese razonamiento de democracia blanca es posible que vos como argentino de origen judío también quedes excluido.
Tanto esperar el Mesías, que te impacientaste. Tu confusión te llevó primero a encontrarlo en Blumberg y ahora en la Mesa de Enlace. Crees que Alfredo de Angeli es la reencarnación de un combatiente del Gueto de Varsovia y Elisa Carrió una continuación de los profetas.
No te reconozco Sergio Bergman. Te ha encandilado el becerro del oro mediático. Cada vez más cerca de los poderosos. Reemplazaste la Torá por «La Nación». Cada vez más lejos de Dios.
Que él, que contempló impávido Auschwitz y la ESMA, las atrocidades múltiples y tus involuciones, te perdone.