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El fin de la oligarquía

El reclamo de justicia social que el pueblo exige puede llevarse a cabo en un solo ámbito en particular: el de la competencia. Tal revolución puede ser propiciada sólo mediante una dramática acción anti-oligárquica. Binyamín Netanyahu y el Prof. Manuel Trajtenberg tienen la palabra.

Binyamín Netanyahu cometió el peor error económico de su vida el 26 de octubre de 1997. Ese día el primer ministro le vendió al magnate naviero Ted Arison el Bank Hapoalim. Israel recibió a cambio una fuerte suma de $ 1.370 millones; pero el precio que el Estado terminó pagando como producto de esa venta resultó muy superior a dicha suma. El poder del banco le fue concedido a un pequeño grupo dominado por una sola familia, estableciendo de ese modo en Israel un nuevo orden socioeconómico: Un régimen oligárquico.

Netanyahu no fue el encargado de iniciar ese insensato proceso de privatización al estilo israelí. Le precedieron Shimón Peres, Itzjak Rabin y Avraham Shojat. Sin embargo, se suponía que en el caso de Netanyahu iba a ser diferente. Bibi se mostraba plenamente comprometido con la competencia de libre mercado, luchando decididamente contra los monopolios. Y en el caso del Bank Hapoalim, las cosas también resultaron diferentes. Fue, y sigue siendo, el gigante financiero de Israel. Por ende, Netanyahu cometió un gravísimo error histórico al no reducir las dimensiones del gigante antes de que fuera privatizado.

Transferir esa monstruosa entidad desde el control del Estado hasta las manos de una familia en particular tuvo como consecuencia la institucionalización del fenómeno de duopolio que impera en las dos terceras partes del sector bancario israelí. De esa manera, se perpetúa un orden en el cual no se verifica nunca una verdadera competencia entre los bancos; además, se afianza una situación en la que ellos terminan erosionando los hogares a través de asfixiantes tasas de interés para los asalariados y crédito barato para los magnates.

El acuerdo Netanyahu-Arison le arrebató de las manos el control de la economía al Estado para cedérselo finalmente a un cártel de capitalistas. Ese fue el pináculo del proceso de privatización oligárquico; dicho proceso generó una oligarquía bancaria y una élite oligárquica cuyos miembros se nutren entre sí. El capitalismo de libre mercado no logró reemplazar al antiguo estado socialista israelí. En cambio, todo un nuevo sistema de poder consolidado, con banqueros y oligarcas, capitalistas y magnates de los medios, tomó forma.

Durante los últimos 14 años, ni Netanyahu ni otro primer ministro han tenido la oportunidad de corregir este error. La nueva oligarquía ha castrado al gobierno, ha eviscerado a la política misma y ha convertido a los jefes de Estado en marionetas. Cuando hubieron serias advertencias, nadie las escuchó. Cuando se desataron protestas, a nadie le importó. La democracia israelí se mostró del todo impotente para enfrentar a ese Frankenstein que ella misma había creado. No tenía la energía necesaria para luchar contra la concentración de poder político generada por el proceso de consolidación económica.

Ahora, hay una oportunidad. Una oportunidad única. El actual movimiento de protesta social logró superar los acotados límites de aquellos hilos que se encargan de manipular los titiriteros oligarcas. La protesta ha terminado forjando un espacio político integrado por tres fuerzas principales: la gente, el Prof. Manuel Trajtenberg y Netanyahu. Por lo tanto, Netanyahu y Trajtenberg están facultados para hacer lo que nadie ha hecho hasta ahora y lo que nadie será capaz de hacer en el futuro: ellos tienen la oportunidad de acabar de una vez por todas con el régimen oligárquico israelí.

Sobran las ideas: impuesto de sucesión, impuesto a las ganancias, reducción del IVA, recortes en el presupuesto de defensa. Sin embargo, y con el debido respeto a la mejora augurada por este cóctel de reformas fiscales, no habrán de provocar un cambio real. Con el debido respeto a la propuesta de realizar cierta reducción en el presupuesto de defensa, con este solo cambio no alcanza. En primer lugar, la revolución que el pueblo exige puede llevarse a cabo en un solo ámbito en particular: el de la competencia. Tal revolución puede ser propiciada mediante una dramática acción anti-oligárquica.

He aquí la acción: Convertir al ente gubernamental encargado de supervisar las restricciones a la libre competencia en una agencia de promoción de la competencia. Otorgar a dicha agencia protectora de la competencia una completa independencia y autoridad, similar a la ejercida por el Banco de Israel. Definir para este organismo un objetivo claro: en el plazo de tres años, Israel no podrá contar con un ámbito de negocio dominado únicamente por una o dos entidades. Deshacer los cárteles; destruir los monopolios; garantizar la libre competencia en cada ámbito.

De esta manera, una verdadera revolución ocurrirá para el año 2015. Netanyahu podrá entonces reparar un error histórico, y Trajtenberg hará historia. La gente tendrá al fin justicia social. Tras 20 años de oscuridad, Israel dejará de ser una oligarquía para convertirse otra vez en una democracia.

Fuente: Haaretz - 9.9.11
Traducción: www.argentina.co.il