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La batalla de la clase media

"No se puede vivir en un envase de queso cottage", dice uno de los carteles que adornan el campamento en el Bulevar Rothschild de Tel Aviv. Es tan cierto como ingenioso. Lamentablemente, la protesta por las viviendas es muy diferente a la del queso cottage.

El problema aquí es real, y su resolución es un asunto mucho más complicado; el tiempo necesario para resolverlo es mucho más largo; no es algo que vaya a solucionarse con un simple descuento en los supermercados.

Ambas campañas tienen una cosa en común: las dos surgieron de un genuino sentimiento de angustia en la clase media relativo a la economía y a la moral. La clase media constituye la columna vertebral de la sociedad israelí. Proporciona la mayor parte del poder de producción; sirve en la reserva de Tzáhal; paga impuestos y conforma familias. Carga sobre sus hombros los estratos más débiles del estado y aquellos sectores con mayor poder político. Su estabilidad asegura la del conjunto de la sociedad toda.

En los últimos años, el bienestar de la clase media se ha erosionado peligrosamente. Los salarios se congelaron, pero los precios de productos básicos tales como alimentos y vivienda aumentaron enormemente. La brecha entre la clase media y la élite económica creció en proporciones verdaderamente escalofriantes.

Ningún otro lugar ilustra mejor esta brecha como el Bulevar Rothschild: Los jóvenes que levantaron sus carpas a un lado de la calle nunca serán capaces de comprar un departamento en los edificios residenciales desde cuyas ventanas uno puede contemplar su protesta; por no mencionar las torres de lujo actualmente en construcción en el boulevard. Hemos dejado de ser una sociedad que santifica la solidaridad para convertirnos en otra más gorda, codiciosa y desvergonzada.

Israel rige su economía de acuerdo con los principios del libre mercado, y está bien. El problema es que la clase política, tanto a nivel nacional como municipal, ha descuidado su rol regulador y empresarial. El gran dinero la ha cautivado. Poderosos grupos de lobby se dedican a vaciar sus arcas. Se olvida cuál es su origen y quién la ha elegido.

El numeroso campamento levantado en el Bulevar Rothschild se parece por ahora a uno de esos agradables eventos nocturnos de verano. Cientos de residentes curiosos acuden allí para dar una vuelta. ¿Por qué no? Se puede acceder con facilidad, hay movimiento y varios artistas actúan. Los políticos llegan y se dejan someter a entrevistas. Los medios de comunicación hacen de las suyas tomando fotografías.

Por el momento, los manifestantes no cuentan con plataforma alguna a la cual brindar todo su apoyo. Claro que lo que están exigiendo es una disminución en los precios de la vivienda, pero no han hecho todavía una propuesta concreta para llevarla a cabo. ¿Se logrará por medio de la construcción pública de viviendas asequibles? ¿O por medio de impuestos a los apartamentos vacíos comprados por inversionistas extranjeros? ¿O potenciando los derechos de los inquilinos frente a sus propietarios, y regulando los precios de alquiler? ¿O a través de una mejora radical del transporte público desde y hacia los suburbios? ¿O será gracias al establecimiento de una comisión nacional de investigación para demostrar el aumento de los precios de la vivienda?

Por el momento,no poseen tampoco ni líderes elegidos ni una organización ordenada. Se parecen a los políticos que pasan por ahí para visitar: Tienen buenas intenciones pero ninguna propuesta concreta.

Su campamento tiene que ver sobre todo con el estado de ánimo. En la Plaza Tahrir de El Cairo, el estado de ánimo fue suficiente para provocar una revolución. No es el caso del Bulevar Rothschild, en el corazón mismo de la pudiente Israel.

Fuente: Yediot Aharonot - 26.7.11
Traducción: www.argentina.co.il