La danza guerrera con la que los esclavos negros en Brasil rompían el cepo de su yugo ha llegado hasta Israel y aquí demuestra hoy como en otrora, que no hay jaula o cadena de esclavitud que le resista, ni siquiera la del prejuicio u odio más inconado.
La practican una tropa de jóvenes y niños, pequeños batallones que se suman a un ejército enorme, gente de orígenes y credos diversos, con una cosa en común, su culto a la capoeira, el arte marcial brasileño que combina música, lucha y expresión corporal.
En esa legión vestida con «abadas», pantalones blancos y las «cordas», cuerdas de distintos colores en la cintura, según el grado de progreso de los practicantes, hay judíos, árabes, cristianos y laicos, y entre su «roda jogo» (rondas de juego), encontramos a un español y a una panameña.
Capoeira en medio de las hostilidades
Un grupo entrena en el centro de Jerusalén, cerca de esquina de las calles Kikar Jatulot y Ben Yehuda, en el mismo lugar donde hace algún tiempo ocurrieron atentados terroristas y, esporádicamente, choques menores entre judíos y árabes, pero los dominios de la capoeira permanecen ajenos a las grescas.
En la escuela Biriba Brasil de Jerusalén, los estudiantes repiten una de las teorías mas aceptadas, que la capoeira evolucionó entre los esclavos en Brasil, quienes la mimetizaron con danza y música para ocultar a sus explotadores blancos, que se preparaban para luchar por su libertad.
Saben que en África pertenecían a diferentes tribus, pero en la lid por su emancipación en América fueron un solo pueblo, algunos lograron evadirse y los «cimarrones» formaron asentamientos rebeldes llamados «quilombos» o «palenques».
El instructor o maestro de este grupo es Alón, un atlético israelí judío chileno, quien se prendió de la capoeira cuando vio la película «Sólo el más fuerte».
«Es hermosa, tiene arte, ritmo, destreza, fuerza e incluso violencia y hermandad; capoeira es como la vida misma», dijo.
Consultado sobree cómo ha conseguido la capoeira fraternizar a judíos y musulmanes en una región tan difícil, Alón aseguró que «surgió espontáneamente. Años atrás hubo roces y conforme cada uno iba progresando en comprender la capoeira se iban uniendo y hoy no pueden ser divididos».
Sus discípulos en la ciudad, Ierushalaim para los judíos y Al Quds para los musulmanes, recitan que la capoeira, entre esclavos y evadidos, se constituyó en un deporte social de interacción sin distinción porque el anhelo de libertad era el mismo para todos.
Eso parece dejar una sutil huella entre los apóstoles capoeiristas de esta pequeña metrópoli bíblica donde se han escenificado una retahíla de guerras religiosas y territoriales desde hace años.
Alón señaló con el dedo a su alumno más destacado. Es Shadi, un chico moreno, fornido, palestino de Jerusalén Oriental. Su sola envergadura impone respeto, pero como en todos los que practican el deporte, una conmovedora mansedumbre trasciende a su musculatura.
El joven árabe confesó que le llamó la atención por ser lucha, gimnasia y música. El sueño de Shadi es tener su propia escuela de capoeira para todos los niños, como Alón y otros palestinos que ya tienen su centro, y llegar a ser un reconocido «mestre» (maestro).
También piensa viajar para demostrar sus dotes en esa especialidad. Le consulté a qué país quería ir; me miró incrédulo, cómo si la pregunta estuviera de más. «Iré a Brasil el próximo año», respondió altivo.
Panameña y español en el quilombo
En Biriba Jerusalén suelen estar Juan y Paula. Él es un español de Madrid, pero vive en Francia. Viene generalmente cuando hay «batizados» (bautizos, iniciación de jugadores), en la última ceremonia llegó junto al famoso Mestre Requeijão de Brasil.
Juan señaló que empezó a practicar porque le gusta bailar, pero comprendió que toda la liturgia de la capoeira es mucho más que una danza o lucha.
El madrileño no se asombró de lo que ha conseguido la capoeira en Jerusalén. Explicó que la seducción de esa disciplina logró unir a las personas, sin fronteras de pertenencias, religión o color.
Juan se congratuló de su origen e idioma español, tan hermano del portugués, porque así pudo entender las canciones de capoeira y su filosofía, «eso me dio una ventaja para asimilar los códigos rápidamente».
Paula es empleada de un hotel y estudiante de la Universidad Hebrea de Jerusalén. Nació en Panamá. Por sus rasgos negroides, la llaman «la mulatinha». Según ella, por tener una bisabuela negra descendiente de esclavos en Colombia, «soy aquí lo más cercano a los mentores de la capoeira brasileña».
Paula aseguró que «la tolerancia suscitada por la capoeira en Jerusalén recuerda que si ese arte pudo mantener libre el espíritu de los esclavos en tiempos tan oscuros, no hay atadura que se le resista. Además refleja lo que en realidad esta pasando en la ciudad», indicó.
Cuando se rompen las cadenas
En el centro de Jerusalén se escucha el sonido del berimbau, un instrumento de cuerda de caucho, arco de madera, con una calabaza en su extremo inferior como resonador; el repicar de un tambor africano brasileño y una pandereta, instrumentos musicales de la capoeira.
Hay jóvenes reunidos en una «roda», como antaño hicieron los esclavos. Es el espacio sagrado en el cual ellos tocan, cantan, danzan y practican juntos movimientos de lucha y defensa.
Aprenden portugués y prefieren pasar al «portuñol» (portugués mezclado con español) cuando hablan con Juan y Paula en vez de inglés, hebreo o árabe.
Los integrantes de esa especie de tribu ejecutan técnicas de ataque y defensa en hermosos trazos corporales. La música se vuelve más rápida, los capoeiristas se miran a los ojos y sonríen; lo que esta por verse inspira miedo, la «roda» se abre.
Shadi, el alumno insignia de Alón, juega con el francés «Tupete», el europeo lanza patadas y volteretas imposibles y el palestino muestra a plenitud sus habilidades; sus golpes tumbarían un bisonte.
Los orgullosos compañeros judíos, musulmanes, cristianos y laicos de Shadi, cantan con mayor fuerza, el sonido del berimbau se siente como si fueran enormes alas cubriéndolo todo; la capoeira de la Ciudad Santa tiene un nuevo adalid.
La extravagancia del deporte suele restarle atención a que esta hueste de capoeiristas es un logro de convivencia social en Jerusalén de inestimable valor, conseguido con el embriagante y exótico canto a la libertad e igualdad llegado desde América Latina.
Fotos: Gentileza Adis Urieta