Miércoles: Perdí mi agenda
Sentada en el ministerio de Interior, esperando mi turno, jugaba con una niña inquieta cuya madre abrumada amamantaba al más pequeño de sus hijos.
Cuando llamaron mi nombre, salté de la silla y me fui del lugar sin recordar que le había dado a la niña una pluma y papel de mi agenda para dibujar, olvidando devolver la agenda a mi bolso. Perdidos todos mis contactos, dos pases de prensa y hasta mi boleto de tren de vuelta a Jerusalén.
El trámite de la visa es uno de esos momentos en la vida donde todos tus planes penden del sello de un burócrata que evalúa si tu persona se ajusta al perfil de migrante «deseable». Cuando te hacen preguntas empiezas a cuestionarlo todo, hasta tu nombre te suena sospechoso.
La mujer detrás del escritorio me pide explicar por qué es que quiero estar aquí, tan lejos de mi país. La respuesta es fácil: es mi sueño.
Viernes: Insomnio
Me dan las 5:00 de la mañana sin poder dormir por tercera vez en la semana. Trato de matar el tiempo recordando todo lo que debo reemplazar en la agenda. Desde las citas hasta las credenciales se amontonan en mi cabeza sin orden resultando en resacas de sueño que me curo mirando las noticias por horas.
Las cadenas de noticias repiten una y otra vez las mismas imágenes de Siria. Los ataques, las masacres de unos contra otros se vuelven la discusión del momento pero no puedo más que pensar en el suéter de cachemir que mi hermana me regaló de cumpleaños. Me aterra la idea de que la tejedora de mi suéter favorito esté por ahí enterrada bajo los escombros del neoliberalismo salvaje.
Armas químicas en la guerra sin control. La incertidumbre es tan grande, tan larga, y la violencia reina por encima del caótico escenario. No me puedo imaginar la desolación, el desastre de las familias destrozadas cuyas vidas están marcadas por siempre por aquella primavera convertida en infierno.
Domingo: Santo Sepulcro
El calor se mete por las ventanas y obliga a guardar los zapatos y sacar definitivamente las sandalias para el verano. Miles de personas intentando llegar a la Iglesia del Santo Sepulcro ponen a mis pies en un peligro inminente, estoy segura de que justo hoy alguien me pisará los dedos.
Haciendo fotos desde los pocos lugares que hay de espacio para respirar. El lugar parece mágico, con el sol intenso colándose por el techo y el humo de las velas subiendo lentamente entre hazes de luz.
Ya en casa me siento frente al noticiero y sus imágenes pensando: el mundo es un lugar bello con muchas diferencias, con tantas injusticias. Jerusalén hoy recibe a miles en su Ciudad Vieja, quienes caminan sus muros de piedra y sus pasillos coloridos y de todos los idiomas. Y cerca, muy cerca, los llamados a la guerra devuelven a la realidad y sus crueldades.
Quizás sea tiempo de improvisar, pienso; quizás es tiempo de pensar en dejar de lado el control, dejar las necedades propias y ajenas para buscar soluciones menos inclinadas hacia la neurosis.
Tomo del librero una vieja libreta y meto ahí mis nuevas credenciales, anotando con un marcador púrpura mi nombre y mi teléfono. Tengo visa para los siguientes meses, y desearía tener certeza sobre el siguiente sello, pero hago por hoy con improvisar el sueño.