Yom Yerushalaim
Conocí a una mujer llamada Silvia Book en la Puerta de Damasco donde las dos perseguíamos la foto del dia. Atrapadas entre soldados y manifestantes, nos contamos nuestros pormenores mientras caminamos hasta donde los gendarmes cerraron las barricadas, despejando el área completamente para dar paso a los festejos de la reunificación de Jerusalén.
Desde lejos miro las banderas israelíes levantarse entre la muchedumbre y entrar a la Ciudad Vieja. Y yo sin manera de acercarme para hacer la foto que debo.
Los últimos rastros de luz reflejan una calle vacía con objetos tirados, dejados, aventados. Algunos policías continúan rondando por el área, pero los palestinos, que una hora antes protestaban en los escalones de las puertas de la Ciudad Vieja, están ahora ya muy dentro de las calles árabes del Este de Jerusalén.
Las canciones retumban en los muros «¡Mashiaj, Mashiaj, Mashiaj... Ay, ay, ay, ay, ay, ay!». Me despido de Silvia Libro sabiendo que probablemente no la vuelva a ver, pero su nombre se queda conmigo.
Libros de días y hombres
Parada frente a un librería pienso en mi nombre, no sin un poco de envidia hacia Silvia, me imagino a mí misma teniendo un nombre fascinante y memorable, llamándome «Libro».
El calendario marca los días de celebración de pueblos en guerra. El día de Jerusalén y el día de la Nakba están separados por una semana de tensiones que, entre celebraciones y lamentos, se muestran preocupados unos por otros. Las calles se tupen de banderas blanquiazules y soldados.
Hojeo un libro de fotos de los judíos en Palestina antes de la creación del Estado de Israel mientras hago tiempo antes de tomar el autobús hacia una cita. Los personajes en las imágeness muestran una vida tan diferente a la que ahora se vive en la misma ciudad.
Pierdo el autobús y llego tarde a la cita que tengo para retratar a Ilán Pappe antes de su conferencia. Mi jefe me lanza una mirada asesina cuando entro corriendo por la puerta, acalorada, con unos pelos de loca y creando una enorme distracción entre los asistentes que me miran irritados.
El historiador también habla de libros, pero de aquellos que después de la Nakba palestina fueron a parar a la Biblioteca Nacional de Israel, en un intento - dice Ilán Pappe - por apropiarse de la narrativa del pueblo conquistado.
La gente se fue, algunos regresaron, luego se pelearon, y sus historias permanecen en libreros guardando los discursos de hombres que no volverían a ver comunidades que contemplaran al otro como parte de sí mismos.
El nombre de la historia
Sujetando la cámara con una mano y abriéndome paso entre la gente con la otra, hago el retrato comisionado sin citas ni protocolos.
Hago la foto de quienes somos, con toda la historia y todos los nombres que encauza esta ciudad.
Camino a casa me detengo frente a la misma librería de la calle de Yaffo. Los libros no nos definen, pienso, independientemente de cuanto nos digan que los ganadores escriben la historia.
Los libros no son nuestros nombres; son nuestros caminos en los muchos altibajos y bifurcaciones que tomamos y retomamos al andar.