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Las dos bolas de Bibi

Binyamín NetanyahuHace unos minutos, mi mente decidió que hoy despertáramos a las cinco de la madrugada. No discutiré ahora con mi biología y, a cambio de dar infructuosas vueltas en la cama para retornar a las ondas freudianas, mejor opto por esa deliciosa melodía de los dedos que oprimen el teclado de mi computador que por suerte dejé encendido.



Amo especialmente los obligados silencios cuando llega el turno de las tildes y el estruendoso crescendo del doble «enter» cuando termino un párrafo bien logrado.

Tomo prestado un compás de la melodía de un buen amigo, quien encontró un fino sistema para especular, en momentos en que esta deliciosa práctica dejó de ser bien vista: Soñé qué.

Y aquí vamos. Soñé que un medio entrevistaba a un médico que daba fe de las bondades de una buena copa de helado como fórmula implacable para reducir los niveles de ansiedad nocturna.

Calorías, grasas trans, aditivos químicos y saborizantes poco importaban pues el resultado rozaba lo milagroso. Hasta el campeón de los pesos pesados del estrés se rendía a los pies del buen Morfeo.

El primer ministro de Israel, Binyamín Netanyahu, bien podría ser uno de los hombres más angustiados del mundo. Debe lidiar por estos días con exigentes interlocutores que pretenden arrastrarlo a reanudar las negociaciones con los palestinos, mientras Irán sigue enriqueciendo uranio.

Obama, por su parte, sigue haciéndose el difícil para llamarle por teléfono; los sirios disparan cada vez mas cerca de su frontera; Hezbolá continúa recibiendo armas (¿químicas?) de Assad y Teherán, y jóvenes protestan en el centro de Tel Aviv, como ya es costumbre, por la cada vez más alta carestía de la vida y las injusticias sociales.

Bibi llega a casa extenuado. Hasta hace pocos meses, su empleada de confianza le servía una sopa casera y minutos después - cuando por fin se aflojaba su corbata - ella regresaba con un vaso de cristal tallado en el que comenzaban a fundirse dos espectaculares bolas de helado, una de vainilla y otra de pistacho. Luego, el patrón atendía un par de llamadas telefónicas y se iba a la cama.

Pero a comienzos de esta semana, Bibi tuvo que tomar una difícil y dolorosa decisión. Debido a los recortes presupuestarios - que ahora se debaten en el Parlamento, y que incluyen a todos los ministerios - no le quedó más remedio que cancelar definitivamente el contrato con una popular heladería de Jerusalén que enviaba hasta su residencia 16 kilos de helado al mes.

Ante su gabinete de ministros, Bibi tuvo que reconocer que era cierto lo que publicaron en los diarios. De su puño y letra había sido aprobado un presupuesto anual de 2.700 dólares para sus dos bolas heladas. Y hasta reconoció su adicción a la fantástica combinación de vainilla con pistacho.

Los presentes en la sala, con la boca hecha agua, guardaron silencio. Bibi agregó que si él podía privase de su pecado nocturno por el bien de la economía de Israel, ello debería servir de ejemplo para el resto de la ciudadanía.

La empleada escuchó la terrible noticia en la radio y entró en pánico. En el refrigerador sólo quedaba una dosis, y Sara, la primera dama de la nación, no supo decirle qué hacer.

Bibi comió sus dos últimas bolas de helado y yo soñé que, al terminar, untó su dedo índice en la copa y se lo llevó a su boca sin que nadie lo viera.

Soñé también que por culpa del presupuesto de Israel ahora aumentaba el riesgo de una operación militar contra las instalaciones nucleares de Irán.