Frente al espejo trato de levantarme el cabello, poner un pasador que sostenga los mechones necios. No hay suficiente maquillaje en el mundo para distraer de mi corte de cabello a la «Isla del Dr. Moreau».
Me pinto las uñas y cuelgo el vestido que usaré durante la exhibición de mis fotografías. Quiero verme linda, profesional, guapa, idealmente delgada, dueña de mí misma y del trabajo que pondré a los ojos de los demás.
Petros, un camarógrafo que conocí en una de las manifestaciones de «ocupa» es mi acompañante. Usualmente él va y viene entre zonas de guerra y campos de refugiados; no hay nadie mejor que él para compartir el día si lo puedo tener para mí.
Faltan horas para la inauguración; es mi fiesta y debería estar contenta pero tengo la sensación de ser atacada por recuerdos. Los pensamientos inundan mi espejo con todas aquellas cosas que no he sido y las muchas que quisiera ser hoy. Quisiera que el reflejo no me devolviera transparente con las trivialidades que me desencajan.
Repaso las imágenes en los muros que ocupan en mi cabeza, cada uno de ellos lleva una historia, cada paso contiene un instante registrado que ahora me vuelve en recordar mis decisiones cargadas de pasos que han seguido la construcción de los muros que hacen un ensayo: el mío.
Mis fotografías se muestran en un lugar pequeño, adornando las paredes de una galería-bar donde con frecuencia se reúnen hippies y hipsters por igual. Logré que me dieran el espacio por un mes y yo misma supervisé el montaje de cada una de las piezas.
Probablemente nadie haga mucho caso a mis fotos más que entre tragos; quizás distraídos vuelvan la cara y vean alguna imagen que llame su atención un segundo antes de retornar a su charla, a sus amigos.
Petros dice que todo se veía bellísimo en la mañana cuando pasó a revisar, como favor hacia mí. Aún así decido comprar flores para darle un toque festivo al lugar, al menos por hoy.
El dilema de Séptimus
La esperanza y el escepticismo se encuentran de frente en negociaciones. Seis, casi siete décadas de guerra toman un curso diferente y se cuestionan.
Segundas oportunidades son como papel en blanco, nos hacen tropezar con la misma frase una y otra vez y después, si uno no tiene claro qué es lo que quiere, termina borrandolo todo en cualquier berrinche.
Negociar la paz entre Israel y la Autoridad Palestina también se hace sobre delicados papeles que doblan y desdoblan sus fronteras cuando no se tiene claro lo que se quiere y las limitaciones de las pretensiones.
Doblamos al pasado para establecer los límites de lo que queremos ver; volvemos unos cuarenta y tantos años o unos sesenta y tantos para darnos cuenta que el mundo ha cambiado y nada ha permanecido a la espera de nuestras resoluciones.
Como regresar de la guerra y encontrar que la familia ha seguido su camino mientras unos revive una y otra vez aquellos traumas de las batallas que ganaron metros y perdieron vidas.
No se puede encontrar la paz si evadimos la vida, si la coartamos. No hay tal cosa como dividir vidas en espacios pequeños donde vale respirar y otros donde vale tener latiendo los corazones.
Enfrentar las horas del día
Arreglo detalles, llamo al taxi y mando un último mensaje a los amigos para encontrarnos en mi exposición. Bien dicen que los verdaderos amigos son los que te acompañan en cada una de tus presentaciones de libros, exposiciones, el día que te echan del trabajo y hasta en tiempos de elecciones. Yo me angustio pensando que nadie llegara a mi fiesta.
Siento una distancia aplastante, lejos de mis decisiones, de aquellas cosas que tomé y las que dejé ir. Me dedico a resolver las cosas que tengo a mano para que no se apilen las razones que tengo para sucumbir ante el miedo. Vestido, cabello, uñas, tarjetas de presentación, mi discurso; todo al bolso y sólo queda salir de casa.
El aire entra por la ventanilla, mis pensamientos se acomodan, todas las expectativas se hacen sonrisa.
Cruzo la entrada de la galería para encontrarme de frente con Petros quien me da la bienvenida cámara en mano y rodando.
Mi trabajo toma forma en las paredes, y ya nada es sólo mío, sino una suma de solidaridades que caminan contentos por la galería tomando margaritas.
Petros toma mi mano y me lleva por cada una de las imágenes mientras voy agradeciendo a todos, dando explicaciones, coleccionando comentarios e impresiones.
No me caben las sonrisas en la cara; la gente va dejando el ambiente de exhibición y el espacio va recobrando el aire de bar amigable e íntimo.
Frente a mis muros, la mano de Petros sostiene mi mano. Hablamos de aquella úiltima vez que nos vimos en el centro de la ciudad donde prometimos enfrentar la vida con todo. Hablamos de la situación actual, de los proyectos, del mundo.
Siempre el mundo, los años.
Siempre sus manos y la mañana.