Querido hijo Gilad: al igual que por mi hijo biológico, he rezado por ti, y lo seguiré haciendo. Siento la alegría de tus padres y la satisfacción de todos los demás padres; porque sé que volverás a tu hogar y porque te veremos crecer y ser uno más de nosotros.
Para quienes tenemos hijos lejos, cada mañana, nuestro pensamiento apunta hacia ellos. Las preguntas sin urgente respuesta son siempre las mismas: ¿Cómo estarán?, ¿Cómo crecerán?, ¿Sufrirán?
Para nuestros familiares en el desconsuelo - los padres de Gilad Shalit - estas preguntas, sumadas al dolor, a la impotencia y a la imposible comprensión de la desgracia vivida - el secuestro de su amado hijo por parte de terroristas de Hamás en suelo israelí - han hecho que estos últimos cinco años sean hoy una marca imborrable en sus vidas, llena de marchas, rezos, pedidos, protestas, ruegos, escritos y desde todo punto de vista, del desgarro de sus padres con su hijo; sin saber si éste estaba vivo, cuánto ha sufrido y hasta el último momento de su liberación sin saber su real condición psíquica y física.
La comunidad internacional - como siempre - se encontró mirando para otro lado mientras nosotros, como seres humanos indignados, reclamábamos la devolución con vida de este joven soldado inocente, cuyo único delito consistió en servir a su patria, como ocurre con millones y millones de jóvenes que en todo el mundo cumplen con esas mismas obligaciones.
Para nuestras más antiguas tradiciones judías, liberar a un cautivo siempre fué una obligación. Este compromiso - uno de nuestros principales preceptos - tiene dos puntales que cumplir: por un lado, la liberación, como dice el Shulján Aruj (Código de Leyes Judías recopilado por Yosef Caro en 1563): "Cada momento que uno demora en liberar cautivos es equivalente a asesinarlos"; y por otro, el Talmud (Tratado de Mishná): "Quien salva una vida, se considera que ha salvado al mundo entero".
Por eso el Estado de Israel ha tenido que ceder en innumerables oportunidades y cumplir con su obligación de rescatar a sus secuestrados a manos de los chantajistas y asesinos árabes. Cobardes actitudes para poner en jaque a un país que democráticamente ha juzgado - conforme a la ley - a esos terroristas según sus delitos y los ha tenido que canjear ya sea por civiles o militares vivos o muertos. Sí; por individuos que regresan a sus hogares o por cadáveres entregados a sus familiares, para ser enterrados conforme a los ritos de la tradición judia. Esta es nuestra respuesta ética y moral.
¿Cuál es la equivalencia entre un canje y otro? Ninguna. Siempre la cantidad de terroristas devueltos es infinitamente mayor que nuestros secuestrados. Pero la respuesta parece clara: la vida de cada judío no tiene precio y nuestra alegría por su vida - o su cadáver - es siempre un acto de justicia reparado. En cambio, para las organizaciones terroristas árabes, este delito, que debería ser de lesa humanidad, es un simple negocio con un saldo a su favor; un triunfo por cantidad que los líderes muestran a sus pueblos ignorantes como si se tratara de una victoria política.
Jamás hemos visto en ningún medio informativo que alguien tuviera la valentía de equiparar los secuestros de ciudadanos israelíes - civiles o militares - con los de los barcos y sus tripulantes por parte de piratas somalíes; o de los narcotraficantes en Colombia que secuestran y torturan a cientos de personas en la selva limítrofe con Venezuela; o en España y Argentina, donde los secuestros "express" son el negocio de moda, cobrando sumas módicas, fáciles de juntar en pocas horas para liberar a una persona elegida al azar.
Mientras tanto la historia no cuenta que desde hace añares el Estado de Israel, detiene, juzga y hace cumplir la ley penal a terroristas palestinos o de otras nacionalidades vecinas y les brinda cárceles sanas y límpias, alimentación adecuada, estudios universitarios, visitas regulares de sus familiares, y como si fuera poco la "supervisión" por parte de la Cruz Roja internacional para certificar el trato dado a estos asesinos.
Claro está que a nuestro Gilad Shalid, en sus cinco años de cautiverio, nunca la Cruz Roja lo visitó ni atestiguó por su estado de salud, ni por el trato recibido por parte de sus captores. Esa es la equivalencia entre nuestras diferentes sociedades. La relación de los humanos y el contraste de las bestias.
A veces ante el dolor por la distancia, por la esperanza del reencuentro, por el temor a los peligros diarios en otros países, uno observa con orgullo lo que pasa aquí en Israel con los detenidos terroristas: el cumplimiento de los Derechos Humanos, de las Leyes Internacionales y, sobre todo, los deberes cumplidos de cualquier Estado civilizado con respecto a sus presos condenados; a sabiendas, que en todos los casos estos hombres han no sólo atentado contra nuestra seguridad, sino que han asesinado a miles de inocentes en restaurantes, hoteles, autobuses y en las calles de las diferentes ciudades. Esas manos llenas de sangre de inocentes tienen un trato justo, opuesto al que ellos les dan a sus víctimas.
Querido hijo Gilad: al igual que por mi hijo biológico, he rezado por ti, y lo seguiré haciendo. Siento la alegría de tus padres y la satisfacción de todos los demás padres; porque sé que volverás a tu hogar y porque te veremos crecer y ser uno más; porque se ha hecho nuevamente justicia; porque estás vivo y porque tu carácter te ha permitido sobrellevar este infierno de cautiverio; porque vales más que mil cobardes; porque estarás sano y porque todos podremos descalificar nuevamente de esos criminales sin escrúpulos.
Otra vez honramos la vida.
Tú, querido Gilad, eres también nuestro hijo. ¡Bienvenido a casa!