La pregunta del millón de dólares es: ¿en qué cree realmente el primer ministro Binyamín Netanyahu? ¿En la Gran Tierra de Israel? Ya no. ¿En la paz? Todavía no. ¿En los asentamientos? Definitivamente no. ¿En la división del territorio? En realidad, no.
En cambio, en lo que sí cree Bibi es en el desarrollo de la fuerza de Israel. Él piensa que el asediado Estado de Israel sólo podrá sobrevivir si logra convertirse en una potencia económica. Además está convencido de que la única manera de hacer de Israel una potencia económica es mediante la privatización.
Bibi puede ciertamente hablar como Churchill, pero su sueño es el sueño de Reagan y Thatcher. Él cree que así como Ronald Reagan fue capaz de recuperar a EE.UU a través del mercado, y como Margaret Thatcher fue capaz de resucitar a Gran Bretaña también a través del mercado, él podrá fortalecer a Israel a través del mercado. La privatización, la competencia y la eliminación de las barreras burocráticas son los factores determinantes que harán florecer a Israel, que de ese modo podrá dar un gran salto hacia adelante. El libre mercado es lo que habrá de salvar al Estado judío, ya que le otorgará la capacidad de defenderse a sí mismo.
En cierto sentido, el análisis que hace Netanyahu de Israel es correcto: el rápido crecimiento constituye un requisito indispensable. Israel no puede darse el lujo de quedarse dormida de la misma forma que Grecia, Portugal o Italia. Para poder hacer frente a los desafíos que se le presentan, debe transformarse en un Atlas económico.
Pero, en otro sentido, su análisis resulta esencialmente erróneo. Porque Israel debe ser un estado igualitario; no sólo por razones morales, sino también estratégicas. El abandono de los jóvenes - quienes llevan sobre sí la carga de Israel - y de las clases medias no es solamente injusto: es ridículo. Para sobrevivir, esa potencia económica israelí debe ser además una sociedad de fraternidad, solidaridad y valores bien establecidos.
El error de Bibi es de tipo histórico. En un estado de semi-guerra, un apego incondicional al capitalismo desenfrenado, a la tiranía sin control de las fuerzas del mercado, es algo imposible. No es casualidad que el estado de bienestar europeo haya surgido tras la Segunda Guerra Mundial. No es casualidad que la Ley G.I de Estados Unidos, que garantizaba la educación superior gratuita para los soldados desmovilizados, fuera promulgada en 1946. En vista de la amenaza que suponían Hitler y Stalin, incluso conservadores como Churchill y republicanos como Eisenhower fueron capaces de comprender que era necesario poner ciertos límites al mercado. Ellos entendieron claramente que una sociedad que recluta a sus hijos para exigirles que pongan en riesgo sus vidas, debe ser una sociedad solidaria. Porque sin un mínimo de solidaridad, sin justicia social básica, no tendrá éxito, y por ende, tampoco sobrevivirá.
Reagan y Thatcher pensaban de modo diferente, es cierto, pero sus revoluciones fueron producto de tiempos de paz. Sólo 30 a 40 años después de aquella gran guerra, EE.UU y Gran Bretaña decidieron darle la espalda a la sociedad para dedicarse por completo al mercado.
En Israel, sin embargo, la guerra aún no ha terminado; en nuestro caso, no hacemos más que vivir entre guerras. Israel todavía necesita llamar a las armas a sus hijos e hijas, exigiéndoles en ocasiones que den su vida. Por tal razón, aquí no es posible seguir aquel método formulado por Reagan y Thatcher. En este preciso lugar, en este momento histórico, la democracia social no es un capricho de izquierdistas o estalinistas, sino una necesidad estratégica primordial. Israel necesita una sociedad fuerte, cohesionada y justa no menos que una sólida economía.
Pero Bibi se niega a entender esta verdad evidente por sí misma. Esa orientación en la línea Reagan-Thatcher que ha decidido seguir no ha hecho sino desgarrar a la sociedad israelí, creando una economía floreciente a costa del profundo deterioro social.
Por tanto, tal orientación reaganista-thatcherista en Netanyahu es anti-churchilliana. Porque en lugar de crear una potencia económica y social capaz de responder a los desafíos que la rodean, Bibi terminó configurando un estado despótico al servicio de los habitantes de los asentamientos, los ultraortodoxos y los magnates. En lugar de crear un Estado judío, democrático y moral, ha establecido un Estado que se dedica a acabar con las aspiraciones de su población productiva y creativa. En nombre de las fuerzas de mercado y del mercado mismo, Netanyahu ha atrofiado los sistemas estatales y debilitando peligrosamente a Israel.
Este momento es, pues, decisivo. La actual crisis es también una oportunidad: su última oportunidad.
Netanyahu no tiene por qué obedecer los dictados de los líderes de la protesta que gana el Bulevar Rothschild de Tel Aviv. Sin embargo, tiene que escuchar finalmente el clamor que proviene desde allí. A pesar de los juegos políticos y oportunistas de diferentes partidos e instituciones, esta protesta es genuina. Y requiere que Bibi sea capaz de comprender lo que Churchill comprendió: lo que se necesita es un nuevo pacto social israelí.
Fuente: Haretz - 7.8.11
Traducción: www.argentina.co.il