Ser judío, según Bibi, es aferrarse a la Explanada de las Mesquitas en el Monte del Templo, aún a costa de un gran daño diplomático al propio Estado de Israel. Ser judío para él significa hablar en nombre de aquel abstracto pueblo judío sin fronteras, cuya entidad sólo existe en el plano retórico.
No es casual que la protesta de los moradores de las carpas no resulte todo lo "centrada" que pudiera esperarse, por lo menos a los ojos de aquellos que gustan del orden, ya que sus quejas van desde los precios de la vivienda, el transporte público y la matrícula universitaria, hasta los de la salud, la educación o la electricidad.
Tampoco es casualidad que la mayoría de los dirigentes que lideran la oposición a la protesta provengan de aquel metafísico campo de la "gente judía", es decir, los habitantes de los asentamientos y sus partidarios.
Menos aún es algo casual el que las olas de protesta y rabia hayan estallado mientras el gobierno del país está en manos de Binyamín Netanyahu, el primer ministro del "nada por nada", cuyo anhelo era sólo gobernar un período más.
Nada de esto puede ser coincidencia desde que las protestas constituyen tan sólo la punta del iceberg de una revuelta más general que estalla de vez en cuando. Esta es la intifada de aquellas otras personas que habitan la Tierra de Israel, oprimidas durante años: el verdadero pueblo israelí (por oposición al trascendental pueblo judío).
La vivienda, la matrícula y el costo de vida no son más que expresiones accidentales de la opresión existencial y abandono generalizado que padece esta nación, razón por la cual las protestas no están centradas y no siempre logran expresarse con fluidez. Es por eso que la lucha social provoca un rechazo casi instintivo en la ultraderecha y los colonos, lucha que a causa de su propia naturaleza es contraria a su preferencia por los territorios y a sus trascendentales puntos de vista mesiánicos. Además, existe una razón por la cual la ira y la rebelión han venido a estallar "precisamente" durante el segundo mandato de Netanyahu.
Para poder entender todo esto es necesario remontarse 14 años atrás hasta aquel preciso instante en que el primer ministro de entonces, el mismo de hoy, le susurró al oído al viejo cabalista, el rabino Itzjak Kaduri: "La gente izquierda se olvidó lo que significa ser judío".
Desde entonces, y durante dos períodos, ha tenido la oportunidad de demostrar "lo que significa ser judío" según su particular visión del mundo, y por ende, "lo que significa ser primer ministro de los judíos".
"Ser judío", según Bibi, es aferrarse a la Explanada de las Mesquitas en el Monte del Templo de Jerusalén ("la roca de nuestra existencia", según él), aún a costa de un tremendo daño diplomático al propio Estado de Israel. "Ser judío" significa hablar en nombre de aquel abstracto pueblo judío sin fronteras, cuya entidad sólo existe en el plano retórico; abstracción que pervive en el corazón de todo senador republicano norteamericano.
"Ser judío" en la concepción de Netanyahu, quiere decir buscar y encontrar un motivo antisemita en cada acto y expresión políticos; significa hundirse en la inquieta pasividad mientras se exacerban los temores, al igual que en un pueblito judío en la Rusia zarista devastado por un pogrom.
"Ser judío" significa considerar a otros líderes mundiales como corruptos gentiles, miembros de la aristocracia, cuya dimisión debe lograrse a cualquier precio, como cierto retórico rabino Amnón de Maguncia, quien prefirió sacrificar su vida antes que convertirse al cristianismo.
"Ser judío", según Bibi, equivale a afirmar que "el conflicto con los palestinos es insoluble", con idéntico encogimiento de hombros que en la diáspora, cuando solía decirse: "Qué se le va a hacer; es el destino de todo judío".
Resulta superfluo señalar que la versión de Netanyahu constituye tan sólo una versión - singularmente triste y arcaica - de la importancia del "ser judío." Se trata de una versión que choca intencionadamente contra los intereses de los habitantes de Israel, quienes no dudan en rechazarla, y anhelan ser una nación normal para vivir bien, para perseguir sus verdaderos intereses, incluso hasta la paz probablemente, ¡Dios nos libre!
Siempre se ha interpuesto una pantalla divisoria entre Bibi y la gente que vive y se ahoga en este país. Aun su pasado en una unidad de élite de Tzáhal y la forma en que utiliza las expresiones relacionadas con los problemas, han sonado siempre un tanto afectadas y falsas cuando provienen directamente de él, como el tipo de recuerdos emotivos de un judío estadounidense que visitó Israel por dos semanas.
Pero aquello no es otra cosa que la expresión superficial de algo mucho más profundo. No se trata de que alguien haya olvidado "lo que significa ser judío": es Netanyahu quien ha olvidado lo que significa ser israelí, y es hasta dudoso que lo haya sabido realmente alguna vez.
Fuente: Haaretz - 1.8.11
Traducción: www.argentina.co.il