Primer día de lluvia. Después de meses de sequía y calor, al fin ha llegado el otoño con sus nubes grises y el sonido de las calles mojadas. La fiesta de Sucot vistió a la ciudad de cabañas, los ciclos cambian y los muros caen; cada casa celebra su cosecha; cada pueblo renueva sus promesas con miel. También fue el primer apagón de luz de la temporada.
Pongo estampillas en postales y cartas que pienso dejar en el correo de camino a la oficina. Me gustan las postales con la caligrafía distintiva de cada quien y los sellos del viaje que hacen esos pequeños pedazos de papel por el mundo para acercarnos. Salgo con mi suéter bajo el brazo con la extraña satisfacción de saber que al regreso hará frío y me hará falta.
La ventanilla empañada del autobús apenas permite ver la enorme muralla de la Ciudad Vieja que guía el camino. Uno no puede sino imaginar cómo se veía este lugar hace un siglo, como en las reproducciones de acuarelas que muestran mis postales, con el transcurso de tiempo que ha hecho de ese muro una constante, un parámetro de todos y nadas que se enciende cada vez que cae el sol.
La corta distancia
A unos kilómetros de aquí, en Siria se espera un ataque, no hoy, ni mañana, sino como maldición «Un día». No son sólo las armas, es también la incertidumbre lo que debilita, enoja. En Jerusalén no nos toca la guerra, nos tocan las alarmas y la tele. Qué grande la tele cuando te lleva de la mano hasta la boca del cañón y te dice quién es el bueno y quién el malo para que no te confundas. Y dispara.
Qué largo es el presente a la espera de la señal. Los caminos se llenan de refugiados, los hospitales llenos de heridos, las carpas que se extienden por kilómetros en medio de la nada y sin servicios mínimos para la población que huye de la violencia y encuentra la guerra dondequiera que le llevan los pies y las prisas.
De lado a lado
Mientras tanto, ahí donde no hay hambre, las negociaciones de paz se detienen. Dialogar con la panza llena no es lo mismo que hacerlo echando de menos a los hijos que la tierra disputada ha dejado a ambos lados del enorme muro que crece con las generaciones.
Bajo la llovizna meto las postales en el buzón. El cielo se va limpiando y queda perfectamente claro con el paisaje, los edificios color arena y el sol rebotando alegremente por el horizonte.
Comienza el viaje de mis cartas con el nuevo ciclo para este año.
La oficina me recibe con gente abrigada y cafecito caliente en la cocina comunitaria. La agenda está repleta y una tromba de ideas comienzan a surgir. En un negocio donde buscar y contar historias es el día a día, encontrar las más excitantes es una constante competencia, no así el encontrar aquellos espacios donde el diálogo real existe y da frutos.
Tomo mi cámara y me lanzo a hacer la foto del día. Hay tanto de qué dialogar, las historias estan allá afuera, sólo hay que buscar las estampillas y alistarnos para el viaje.