Luego de haber estancado por completo los esfuerzos diplomáticos de Israel - y dicho sea a su favor: también otra precipitada operación militar -, Bibi descubrió el arte de apalancar, incluso de apalancar los "agravios" como un recordatorio de que él sigue siendo "el primer ministro".
La sensación de déja-vu que acompaña al segundo mandato de Binyamín Netanyahu alcanzó otro ilusorio clímax cuando su abogado trató de aplastar los informes acerca de su hedonismo con amenazas de demanda por difamación. El letrado, en un tono aterrador, declaró que "desde la década de 1950 no se da un caso tan grave de difamación y agravios en el Estado de Israel".
Mientras nos preguntábamos cuál era ese terrible precedente, no fue difícil recordar un caso anterior no menos terrible por parte del propio Netanyahu. En enero de 1993, en el affaire del "video caliente", Bibi acusó a "uno de los altos miembros del Likud, rodeado por una banda de criminales", de intentar chantajearlo para que abandonara la carrera por el liderazgo del partido con una cinta que supuestamente probaba la comisión de una acción ilícita.
En ambos casos, Netanyahu intentó dar la impresión de que invisibles fuerzas de las tinieblas intentaban arrebatarle de las manos el cargo de primer ministro. Es una afirmación un tanto absurda teniendo en cuenta el hecho de que en 1993 aún no había sido electo como para atraer sobre si oscuras fuerzas, y en el caso actual, aún no ha hecho nada determinante en el cargo de primer ministro.
Incluso en tiempos normales Netanyahu se comporta como un chihuahua neurótico, custodiando su hueso, aunque sin saber muy bien qué hacer con él. Y, en efecto, únicamente al aparecer el redentor caso de los "agravios" parece que Bibi hubiera despertado repentinamente del prolongado estado de somnolencia que experimenta en los aviones y hoteles de lujo, y volviera otra vez a la esencia principal de su vida como primer ministro: rechazar los intentos para quitarlo del cargo.
Hay quienes sostienen que los "agravios" y la necesidad de hacer frente a nimiedades como la lavandería, los zapatos, su esposa y cuál libro leyó o dejó de leer, impiden que el premier se ocupe de asuntos más importantes. Sin embargo, no puede cometerse un error más grave: El servicio de lavandería y el libro constituyen la esencia misma de las actividades de Netanyahu como primer ministro.
Luego de haber estancado por completo los esfuerzos diplomáticos de Israel - y dicho sea a su favor: también cualquier otra precipitada operación militar -, Bibi descubrió el arte de apalancar, incluso de apalancar los "agravios" como un recordatorio y una prueba del hecho de que él sigue siendo "el primer ministro".
Pero, contrariamente a Arquímedes, que afirmó: "Dadme una palanca y un punto de apoyo y moveré el mundo", Netanyahu se satisface con: "Dame un experto en relaciones públicas o un punto de apoyo jurídico y haré sonrojar a los reporteros televisivos a causa de algún error de corrección de pruebas".
Cada fracción de oportunidad es aprovechada por él para "apalancarse" a si mismo como alguien que está representando el papel de primer ministro. Aprovechó el incendio en el Carmel como telón de fondo para llegar como salvador a bordo del Super Jumbo; aprovechó inmediatamente el éxito del sistema "Cúpula de Hierro" para una repentina sesión de fotos con el lanzador en el fondo y las manos en las caderas, tal como el general Patton lo hiciera durante su aterrizaje en Europa.
Y como alguien para quien el aspecto era, y sigue siendo, esencial, las supuestas palancas políticas siempre se realizan "con fines de relaciones públicas". De esa manera, aprovechó el ataque terrorista en Itamar a través de la difusión de las imágenes de los cuerpos, y el misil que impactó contra el autobús escolar casi fue aprovechado - "para garantizar el efecto de las relaciones públicas" - por medio de la realización de una cumbre tripartita entre Bibi, los niños que bajaron del autobús antes del impacto y el cantante Justin Bieber.
Lo común a todas las ideas registradas que salen de la oficina de Netanyahu es ese aprovechamiento de la joroba de la desgracia y la persecución, como en una obra de teatro yiddish. Esto proviene de la infantil e ingenua - y acaso, marginal - esperanza de que será posible obtener eternamente algún beneficio de los sentimientos de culpa de los gentiles.
También hay otro aspecto que es compartido por ambos tipos de palancas, diplomática y personal, que en todos los casos terminan siendo un fracaso y lo hacen aparecer como un desafortunado.
En judo, se enseña a utilizar la fuerza del rival como palanca para derribarlo. Netanyahu usa el poder del rival para derribarse a si mismo continuamente.
Fuente: Haaretz - 18.4.11
Traducción: www.argentina.co.il