Yvet Liberman cruzó la línea roja. Durante años apareció como el niño malo de la política israelí, pero no es más que otro dirigente corrupto, imputado por fraude, lavado de dinero, acoso de testigos y violación de confianza; un "santo" padre que se utilizó a su hija para cometer delitos.
Todo el que se creyó esa farsa de "o Tzipi o Bibi" en las últimas elecciones hubiera hecho bien en no olvidar donde estos dos políticos, Binyamín Netanyahu, ahora primer ministro, y Tzipi Livni, ahora líder de la oposición, estaban cuando la Knéset israelí aprobó las leyes controvertidas y discriminadoras de Liberman.
No sorprende que Netanyahu y Livni hayan rehuido su responsabilidad de preservar un Estado israelí judío y democrático. Netanyahu comparte el gobierno con el post-sionista nacionalista ministro de Exteriores, y en una entrevista Livni lo llamó "mi amigo".
Netanyahu, sin adulación como en el caso de Livni, designó a Liberman como canciller y primer ministro interino.
Pero no son únicamente Bibi y Tzipi a quienes se debe recordar antes de votar en las próximas elecciones. Tampoco se debe olvidar a los ministros del Partido Laborista ni a los miembros de la Knéset.
Algunos de ellos se están postulando para hacerse con el liderazgo de su partido, pero cada uno entregó su voto de confianza al gobierno que integra Liberman una y otra vez durante los últimos dos años.
En los últimos años Yvet cruzó la línea roja. Una persona que durante años apareció como el niño malo de la política israelí, pero que en el fondo no es más que otro mafioso dirigente corrupto, imputado por fraude, lavado de dinero, acoso de testigos y violación de confianza; un "santo" padre racista que se valió de su hija para cometer sus delitos.
En un hebreo preciso, se ocupó de traducir a Jean-Marie Le Pen del francés o a Joerg Haider del alemán. Si algunas de las leyes raciales que promovió en la Knéset hubieran sido aprobadas en contra de los judíos en países europeos, Jerusalén hubiera llamado oficialmente a consulta a sus embajadores.
Zeev Jabotinsky y Menájem Begin, brújula y voz de la conciencia de Netanyahu y Livni, se revuelven en sus tumbas.
Pero no solamente ellos. En un momento oportuno, cientos de miles de israelíes decididos a votar por Liberman "porque Israel necesita un líder fuerte", deberían dar marcha atrás y releer "Altneuland" ("La antigua nueva tierra") de Theodor Herzl.
Si Herzl pudiera echar un vistazo rápido del mundo por venir, simplemente afirmaría que Liberman es un post-sionista, no un israelí; definitivamente, no un judío; y, ciertamente, tampoco un demócrata.
Para poner fin a Liberman no basta con el veredicto de los juzgados; debemos asegurarnos que en las próximas elecciones no votaremos por ningún partido que no se comprometa oficialmente a no compartir gobierno con lo que él representa.
No se trata de la indudable expresión de un voto castigo, un boicot a Liberman o de su expulsión hecha de modo inaceptable. Para que un consenso favorable a la paz y a la decencia gane en las próximas elecciones, debe llamar por su nombre al demonio que necesita exorcizar.
Frente a los partidarios del nacionalista y racista Liberman, los partidarios del sionismo auténtico deben de cerrar filas; los que abogan por un Israel judío y democrático; los partidarios de la clase media, harta de que Liberman piense que Israel sólo pertenece a las oligarquias y a los habitantes de los asentamientos.
Si bien es cierto que una mitad de la población tiene gran temor ante la posibilidad de que misiles estallen en el Aeropuerto Ben Gurion, la otra teme mucho más el hecho de tener a Liberman en los más altos y responsables cargos del Estado.
Para derrotar a la ultra derecha nacionalista y discriminadora, la población necesita volver a ser un verdadero agente de cambio y presentarse como lo opuesto a todo lo que ésta simboliza: la soberbia, el chauvinismo, el odio hacia todo lo que es diferente.
Cuando en la próxima campaña electoral los seguidores de Liberman levanten la voz para decir en ruso: "Da, Liberman, da", será necesario ponerse de pie ante ellos con una bandera israelí en la mano y responderles en el mismo idioma: "¡Yvet, Niet!"
Fuente: Maariv - 14.4.11
Traducción: www.argentina.co.il