Se acerca la hora de cambiar el calendario. Las últimas semanas han pasado como la nieve por Jerusalén en una enorme tormenta dejándonos sin luz, sin transporte y medio desquiciados por la sorpresa. Aún así, apenas nos habíamos acostumbrado cuando ya se estaba derritiendo todo.
Me pinto las uñas del color de mis pulseras. El vestido que pienso ponerme cuelga de la puerta, las medias reposan sobre la silla junto con las zapatillas, el bolso, la cartera… la cámara. En unas doce horas debo estar lista y no quiero empezar a experimentar con el guardarropa o el maquillaje sin tiempo para arreglar cualquier catástrofe.
En la mesa la última página de la agenda, la «semana muerta» casi en blanco, me recuerda que éstas usualmente son las fechas en que uno visita a la familia; uno se entera de las novedades y come puras delicias engordadoras hasta hartarse. Desde aquí, tan lejos de casa, uno hace del contacto un obsesivo mensajeo con fotos y videos que hagan sentir que la distancia no es tanta como la que se siente.
Ser un inmigrante siempre es difícil, pero en fechas como éstas, es particularmente duro. Si no fuera por la cena de esta noche, quizás tendría que pasarla sola, en cama y con la botella de whiskey bajo las cobijas. Pero esta noche tengo un acompañante que me llevará a un restaurante marroquí llamado «Darna» que él asegura es maravilloso. Y yo, que llevo semanas haciéndole ojitos, me siento emocionada, con lapsos de pánico e histeria, pero emocionada.
El Top 10 obligado
Afuera el invierno trae consigo el viento helado que hace remolinos de todo aquello que deseamos en el siguiente año, envolviendo los logros y errores, y abriendo camino a nuevos retos. Y eso suena muy bien, pero el fin de ciclo también arrastra la necedad de hacer de todo un conteo de lo mejor y peor del año, las selfies, los buenos deseos, las Kardashian y hasta el twerking.
En Jerusalén también contamos; contamos los días, las calles, los prisioneros, los asentamientos, los refugiados, los inmigrantes, los políticos, las dádivas, las burlas, la incertidumbre… El único recuento real es el de las decepciones que van dejando las negociaciones de paz.
Quienes se dedican al negocio de la paz parecen hacer poco por impedir que el conflicto se entienda como más que un pleito de unos contra otros que simplemente requieren un compromiso. Sin embargo, cuando pensamos en la paz no pensamos en dar ficha por ficha, una tierras por otras, unos prisioneros por unos edificios, sino en un proceso que conlleva al reconocimiento del otro y el compromiso de buscar y pelear conjuntamente por una vida digna en común.
Quizás este año debamos hacer el propósito de dejar las promesas vanas, y mejor emprender el recuento de aquéllas que no hemos cumplido y nos persiguen día a día.
La cajita de los años
Me hago el quinto café del día para asegurar que no me quedaré dormida en la mesa por la noche. La uñas me quedaron perfectas y sólo queda esperar el momento en que el susodicho me llame. Reviso las fotos que he hecho en el último año, contemplo mi trabajo y hago planes para 2014.
Las horas se comen el último día del año y también la nostalgia se comienza a colar entre los buenos deseos y los correos con felicitaciones. Con un sentimiento casi infantil abro la cajita en que guardo los retratos de mi familia y mis tesoritos. No creo que haya mayor sensación de vacío.
El teléfono suena y es Zví quien llama para confirmar nuestro encuentro. Me limpio las lágrimas y pongo la cajita de retratos en mi bolso.
Esta promete ser una noche muy bella.
Con los mejores deseos en 2014 para todos ustedes.