La revolución israelí no ocurrirá en las plazas, sino en los pasillos del poder mismo. No estallará como consecuencia de un explosivo aumento del precio del combustible y el pan, sino por temor a la anarquía y a la pérdida de gobernabilidad. No serán las masas las que se levanten contra el régimen, sino todo lo contrario. Es el gobierno el que habrá de sacudirse los controles y los contrapesos democráticos que restringen su poder.
La falla en el sistema, develada con el nombramiento del nuevo Jefe del Estado Mayor de Tzáhal, supone una seria amenaza que puede conmover los cimientos mismos de la república de Israel. Tal peligro puede apreciarse en el fracaso de liderazgo y buen desempeño demostrado por el primer ministro, Binyamín Netanyahu, y el ministro de Defensa, Ehud Barak, en el debilitamiento del control político en el ejército; en la intervención por parte de la Corte Suprema de Justicia, el contralor general del Estado y el Fiscal General para determinar quién habría de ser el próximo Comandante en Jefe del Ejército y quién habría que de renunciar, lleno de frustración. Todo esto ha provocado una pública reacción de rechazo.
Los llamados a fortalecer el gobierno y el fin del control ejercido por juristas y medios de comunicación han ido creciendo. En lugar del eslogan, "corruptos, ya dan asco", tenemos este otro, "puristas, ya han ido demasiado lejos."
La pérdida de fe en nuestros líderes electos se ha visto agravada aún más por las preocupaciones ante la posibilidad de una nueva amenaza externa si se derrumba el régimen de Mubarak y Egipto termina convirtiéndose en un clon iraní. Ese temor está creciendo, mientras los dirigentes del país tienen serios problemas para afirmar su autoridad y brindar sensación de seguridad.
En nuestras clases de Biblia, todos hemos estudiado la lectura política en el Libro de los Jueces. "En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que le parecía bien", dice la Biblia. Cuando ese sentimiento terminó de fijarse en la conciencia colectiva, el remedio, bajo la forma de un "hombre fuerte" que habría de poner las cosas en orden y defendernos de nuestros enemigos en el exterior, tal como los jueces y reyes de la antigüedad, quedó al alcance de la mano.
En Israel 2011, a diferencia de los tiempos bíblicos, no es necesario salir a buscar al hombre fuerte detrás de las mulas. Él está esperando su turno en la oficina del ministro de Exteriores. Más que cualquier otro político, el ministro de Exteriores, Avigdor Liberman, aboga continuamente por el establecimiento de un sistema de gobierno presidencial. Esa es su "verdad", su solución para curar los males del sistema político actual.
Los proyectos de ley de Liberman en la última Knéset que buscaban establecer una separación de poderes y una forma de gobierno presidencial, se redactaron descuidadamente, pero resultan fáciles de entender. El primer ministro se convertiría en la parte ejecutiva del país. Él se encargaría del nombramiento de ministros "profesionales" y de la supervisión de Tzáhal. El balance se lograría a través de un poder de mutua disuasión: El primer ministro tendría poder para disolver la Knéset si una mayoría parlamentaria se opusiera a su política, y la Knéset, con 80 votos, tendría poder para despedirlo. Liberman promete un ejecutivo estable de tecnócratas que no dependería de una coalición. Su sistema de gobierno no tendría superfluos ministros sin cartera o vice-ministros como los del gobierno de Netanyahu.
Cuanto mayor menoscabo sufra la autoridad del gobierno y Netanyahu sea percibido como un ineficaz debilucho, mayor habrá de ser la simpatía del público por las ideas de Liberman. Esto es particularmente cierto si él consolida esa pública simpatía con disposiciones tales como la eliminación del derecho de petición ante el Tribunal Superior de Justicia, la reducción de la autoridad del Contralor del Estado y la limitación de la libertad de prensa. En su sistema de gobierno presidencial, el primer ministro podría designar un Jefe de Estado Mayor de Tzáhal afín a su pensamiento. Los vecinos dispuestos a protestar, los periodistas curiosos y los abogados molestos, ninguno de ellos tendría capacidad para interferir.
El sistema parlamentario es propenso a las crisis y difícil de pilotear, pero tiene dos atributos positivos. Limita el poder del primer ministro y asegura la representación de los campos rivales en la sociedad israelí. En una forma de gobierno presidencial, el ganador se lleva todo. Los votos no favorecidos se desaprovechan y las minorías no quedan representadas en el gobierno.
Este sistema se adapta al ala derecha israelí, que aboga por un gobierno de las mayorías y el sometimiento de la comunidad árabe y de la "viejas élites." Netanyahu se ha subido a esa ola en el pasado. En la actual Knéset, Liberman la ha heredado como líder de la derecha y principal fuerza legislativa nacionalista, mientras el Likud marcha a la zaga.
Liberman no interviene en la crisis del nombramiento del Jefe de Estado Mayor, y mientras se mantiene aún a la espera de una decisión acerca de si será finalmente acusado por delitos de corrupción, se dedica a disfrutar tranquilamente de la progresiva erosión en la imagen pública de sus rivales: el premier, el ministro de Defensa y el sistema judicial. Sólo un par más de aquellas controversias de importancia superior y los llamados a dejar que otros se hagan cargo del gobierno se traducirán en un profundo deseo de cambio en el sistema gubernamental y en la necesidad de colocar un líder fuerte en la cúspide del poder.
Situaciones de crisis como la actual son propensas a tales cambios radicales. La llamada "maniobra pestilente"de 1990, que provocó la repulsión hacia el sistema político, dio lugar a la elección directa del primer ministro, derogada posteriormente. La frustración del nombramiento de Yoav Galant como Jefe del Estado Mayor de Tzáhal y las anticipadas revelaciones en el caso de falsificación de Boaz Harpaz en la oficina del Jefe de Estado Mayor, podrían desencadenar el próximo cambio constitucional.
¿Suena disparatado? ¿Si nos hubieran asegurado hace un mes atrás que millones de egipcios iban a tomar las calles, exigiendo la expulsión del presidente Hosni Mubarak, lo hubiéramos creído?
Fuente: Haaretz - 11.2.11
Traducción: www.argentina.co.il