Personas jóvenes, mujeres y hombres, salieron a un curso de oficiales del Servicio de Cárceles. Llegaron al él desde diferentes puntos del país: Safed, Ashkelón, Dimona, Netivot, Ofakim, Rehovot, Gan Yavne, Yarka, Kfar Jat y Beit Jann.
Todos con las miradas firmes en sus ojos; expresiones de misionerismos y objetivos que caracterizan a los soldados de un curso de oficiales. Sonrisas de orgullo en sus rostros.
Con esas miradas y con esas expresiones salieron a su cometido. Porque ésa era su función.
El 17 de octubre comenzaron un camino común, sólo mes y medio lograron trabajar mancomunados. Todos y cada uno de ellos, sin lugar a dudas: hasta la ceremonia de culminación del curso, a fin de Marzo, los lazos se estrecharían y se convertirían en casi una familia.
Personas jóvenes, mujeres y hombres, vieron en el Servicio de Cárceles más que una fuente de ingresos. En la realidad actual, en la que cada niño sueña con ser famoso sin importale cómo, en la cual incluso con lupa sería difícil ubicar a alguien que declare que el sueño de su vida es vestir el uniforme de carcelero, ellos tuvieron la motivación.
La ambición a la excelencia ardió en sus entrañas. Pero el candente fuego interno no pudo contra el incendio externo.
Algunos de ellos quisieron seguir los pasos de sus hermanos o padres que sirvieron en la guardia de fronteras, algunos estudiaron Criminología hasta que no pudieron conformarse con la teoría, y también hubo quienes eligieron el Servicio de Cárceles a raíz de su experiencia personal como policías militares.
El amor por el ser humano fue el común denominador. El ferviente deseo de ayudar los unió. No pensaron dos veces cuando se los convocó para rescatar a prisioneros.
En la Fiesta de las Luminarias sus luces se apagaron.
En las historias de heroísmo de los caídos en Tzáhal buscamos legados no sólo para amenguar, aunque sea ínfimamente, el dolor. Necesitamos que ellos nos iluminen para recordar que no en vano cavamos otra fosa en la tierra de Israel.
36 alumnos del curso de oficiales del Servicio de Cárceles que no lograrán participar en la ceremonia de final, que merecen perpetuarse en las páginas de la historia y en el disco duro de cada ciudadano del país como héroes que sacrificaron sus vidas para defenderlo. Por rescatar prisioneros.
Los recordaremos como héroes que llegaron hasta el final, contra fuego y marea, hasta que el fuego los abatió.
El fuego que los deflagró hasta el último hálito de vida es el mismo que arderá en nuestra conciencia, como símbolo y ejemplo.
Ojalá que gracias a ellos, surjan niños que digan “yo quiero ser carcelero”, “yo quiero ser bombero”, “yo quiero aportar y reconstruir”.
Fuente: Yediot Aharonot
Traducción: Lea Dassa para Argentina.co.il