Binyamín Netanyahu está alcanzando el punto de irrelevancia límite desde el cual su gobierno habrá de deslizarse lánguidamente hasta llegar a las próximas elecciones con la impotencia de no tener nada valioso que destacar del período actual.
El gobierno de Bibi se ocupa de temas absurdos: el proyecto de ley para el juramento de lealtad destinado a los nuevos ciudadanos árabes, y ahora también para los judíos; el juego del culpable, disputado con los palestinos, para saber quién es el responsable del fracaso de las conversaciones, ya sea, a causa de los asentamientos o por el rechazo palestino a reconocer un Estado judío.
Netanyahu rechazó la propuesta del presidente de los EE.UU, Barack Obama, y del ministro de Defensa, Ehud Barak, sobre un congelamiento adicional de sesenta días en la construcción de asentamientos, explicando que debía demostrar “fiabilidad y determinación". Tal como él lo percibe, si resiste al mandatario estadounidense ahora, reservará para si cierto espacio de maniobra, en previsión de las difíciles decisiones que se avecinan. Pero resulta que esta misma persona que pretende ser vista como un líder inflexible en sus decisiones frente a Obama - lo cual no constituye una gran demostración de fuerza si se tiene en cuenta que el presidente de los EE.UU ha quedado tan debilitado y, más bien, se está preparando para la derrota en las elecciones legislativas de noviembre - no hace demasiado por no quedar como un trapo viejo cuando se trata de enfrentar al ministro de Exteriores, Avigdor Liberman.
Los intentos por satisfacer a Liberman minan esa fiabilidad y determinación pretendida por Netanyahu, en la misma medida que socava la prolongación del congelamiento, pero con el efecto contrario. Ahora, resulta que el primer ministro no tiene nada que decir. Su comportamiento se limita a ser el de un balón de fútbol, que rueda juguetonamente entre Obama y Liberman; entre el ministro de Justicia, Yaakov Neemán y el diputado ultra ortodoxo Moshe Gafni; entre el ministro de Defensa, Barak, y el de Asuntos Sociales, Itzjak Herzog.
Netanyahu va a sobrevivir los próximos meses. No hay indicios de que Liberman vaya a renunciar. Barak y los demás ministros del Partido Laborista aún conservan la esperanza de un “genuino proceso de paz” y no abandonarán sus puestos hasta que su colapso sea inminente. Tal vez en la primavera. Eso podría ganarle tiempo a Bibi, pero ¿qué hará durante ese período?
La diplomacia de Israel ha llegado a un punto crítico. En lugar de ocuparse de las conversaciones directas, Israel habrá de orquestar una acción de contención diplomática en contra de la iniciativa palestina que pretende que el Consejo de Seguridad de la ONU reconozca la independencia de Palestina dentro de las fronteras de 1967. Tal determinación hará de Israel un invasor y un ocupante, allanando el camino para que se tomen medidas en su contra. Obama podría echar por tierra todo el proceso si decide vetarlo. ¿Lo haría? ¿A qué precio?
Barak está advirtiéndole a Netanyahu de la firme decisión de Obama a establecer un estado palestino, incluso a costa de los posibles riesgos políticos. El presidente no tiene por qué posicionarse públicamente en contra de Israel, sino que puede mantenerse simplemente al margen cuando el Consejo de Seguridad reconozca a Palestina. El movimiento internacional de desprestigio a Israel ganará impulso masivo una vez que Europa, China y la India le vuelvan la espalda y socaven los últimos vestigios de su legitimidad. Poco a poco, también la opinión pública israelí irá sintiendo el dominio diplomático y económico.
No es seguro que esto vaya a suceder. Un Congreso bajo control republicano ejercería una enorme presión sobre Obama para emitir un veto estadounidense en la ONU. Algo mucho más grave aún, sin embargo, lo constituye el hecho de que una declaración internacional que identifique a Israel como ocupante e intruso, podría desatar una nueva guerra, y la gran cantidad de sangre que habría de derramarse mancharía fatalmente las manos de Obama si aprobara esa resolución. Esto podría disuadir al presidente, pero entonces es seguro que exigirá un quid pro quo a Israel.
Tampoco en el frente iraní la situación es color de rosa. La visita al Líbano del presidente iraní, Mahmud Ahmadinejad, favoreció los puntos fuertes de la propaganda de Netanyahu. Pero no es posible desarmar bombas atómicas con propaganda. Israel ha redefinido el punto de no retorno. En lugar de hablar de una bomba nuclear operativa o de “nación umbral”, que acumula uranio enriquecido y que rápidamente podría montar una bomba, ahora se ocupa de hacer advertencias sobre una situación en la que Irán va ampliando cada vez más su infraestructura nuclear hasta lograr asegurar su supervivencia por completo y, de ese modo, frustrar la posibilidad de corte quirúrgico sobre sus instalaciones.
Cualquiera que desee enfrentarse al gobierno de Teherán tendrá que involucrarse en una guerra abierta, destinada a derrocar al régimen. Pero Israel no tiene esa capacidad y el tiempo se está acabando.
En vista de ello, no es demasiado tarde para atacar a Irán, pero ¿cómo superará Netanyahu la oposición de Obama acerca de una operación israelí? ¿Será suficiente el apoyo del Congreso? Los registros de la Guerra de Yom Kipur revelan la profunda dependencia de Israel respecto de EE.UU, aún en lo relativo a la legítima defensa.
Bibi podría desafiar a Obama sólo en el caso de que el presidente se halle lo suficientemente debilitado e Israel sienta que su espalda está contra la pared. Entretanto, esa no es la situación.
En su mandato anterior como primer ministro, Netanyahu perdió la mayor parte del tiempo en maniobras dilatorias, y cuando firmó los Acuerdos de Wye con los palestinos, su posición ya era demasiado débil y perdió el poder. Ahora está comportándose de la misma forma. Su tiempo es efímero. ¿Será capaz de tomar una decisión y así dejar su sello personal en la historia de Israel, o proseguirá con sus tácticas evasivas y será recordado como un líder que desperdició su oportunidad dos veces?
Fuente: Haaretz - 22.10.10
Traducción: www.argentina.co.il