Los palestinos existen. A pesar del terrorismo sangriento y de la falta de visión de su dirigencia en momentos claves, están allí. Aunque a muchos les parezca mentira, no son una creación de Israel.
Lo que comenzó hace más de 40 años, tras la victoria en la Guerra de los Seis Días, no es la historia de los palestinos, sino la historia de la ocupación israelí.
Esta afirmación podría parecer obvia si no fuera porque durante largo tiempo la identidad nacional palestina fue puesta en cuestión, tanto por quienes la presentaban como un mero reflejo reactivo frente al movimiento sionista - acentuado tras la creación del Estado de Israel -, como por aquéllos que, al incluir a los palestinos dentro del grupo árabe al que pertenecen - como en el caso de Golda Meir -, negaban su existencia separada.
No obstante, la historia palestina está estrechamente ligada con la de Israel y con el conflicto, tanto el árabe-israelí como el israelí-palestino. La relación aparece, en primer lugar, a la hora de establecer una definición sobre quiénes son los palestinos; un interrogante bastante más complicado de lo que aparenta:
1) ¿Son palestinos todos los que viven en el territorio de la antigua Palestina del Mandato británico?
2) ¿Son palestinos los refugiados de la guerra de 1948; los únicos a los cuales la ONU reconoce tal estatus?
3) ¿Son palestinos también sus descendientes?
4) ¿Son palestinos los oficialmente denominados árabes israelíes, en torno al 20% de la población israelí actual, que viven en Israel y que tienen la ciudadanía israelí, pero no la nacionalidad, ya que el Estado de Israel no reconoce oficialmente como tal la nacionalidad israelí?
5) ¿Son palestinos únicamente aquéllos que habitan en los territorios de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Oriental, ocupados por Israel en 1967, y que desde 1949 habían estado bajo administración jordana o egipcia?
6) ¿Son palestinos quienes tienen la ciudadanía jordana, ya que en 1950 el reino hachemita anexionó Cisjordania, incluido Jerusalén Oriental, otorgando la ciudadanía a los palestinos de la región?
7) ¿Son palestinos únicamente los desplazados de 1967 y quienes se encuentran en los campos de refugiados de Siria, Líbano, Jordania y demás, con o sin estatus de ciudadanía, dependiendo de los diferentes países?
Las dificultades para lograr un acuerdo en la definición se repiten también a la hora de fijar su número, ya que existen divergencias, tanto en lo relativo a los más de cuatro millones y medio que da la ONU, como en lo que se refiere a los desplazados y exiliados después de 1967. No obstante, aun cuando definición y cifras fueran comúnmente aceptadas, quedaría pendiente la respuesta a la cuestión clave de si el reconocimiento de una identidad palestina propia conlleva necesariamente el de los derechos políticos nacionales. Y, de ser así, ¿dentro de qué entidad política?, dado que la Autoridad Palestina, creada luego de los Acuerdos de Oslo, es apenas un órgano administrativo, provisional, con limitadas facultades políticas, y no un Estado soberano capaz de establecer, y hacer efectivos, sus propios requisitos legales para la concesión de la ciudadanía.
La provisionalidad, con las distintas interpretaciones que conlleva, ha marcado el conflicto desde sus inicios. Los estados árabes, que no aceptaron la resolución 181 de la ONU en 1947 sobre la división de Palestina en dos estados, uno árabe y otro judío, percibieron como provisionales los resultados de la guerra de 1948-49 y la creación del Estado de Israel. Los contundentes resultados de la guerra de 1967 acabaron con esa percepción de provisionalidad y, a pesar de los tres «No» árabes de la Conferencia Jartum - no a la negociación, no al reconocimiento, no a la paz -, lo cierto es que Israel salió fortalecido frente al panarabismo laico, que no se recuperaría de su derrota. Los tratados de paz con Egipto - que recuperó el Sinaí - y Jordania confirman tal determinación.
Pero el 11 de junio de 1967 se instaló una nueva provisionalidad: la de la ocupación israelí de los territorios palestinos. Una ocupación administrativa, política y militar que se doblaría con la ocupación física a través de la implantación de colonos judíos israelíes con orientación mesiánica y discriminatoria a la vez. Tal es así que a los árabes israelíes, con igualdad de derechos (sic), no les está permitido hacerlo, aunque la gran mayoría de ellos tengan allí innumerables familiares.
Únicamente Jerusalén y las Alturas del Golán fueron anexionadas oficialmente por Israel, mientras que Gaza y Cisjordania siguen en una situación de provisionalidad que sólo varió, parcialmente, con la desconexión de Gaza realizada unilateralmente por el Gobierno de Ariel Sharón.
Mientras, la colonización judía en Cisjordania continúa de forma ininterrumpida hasta hoy, creando hechos sobre el terreno que hacen cada vez más difícil una solución negociada del conflicto y la creación de dos Estados viables, dentro de fronteras fijas, que vivan en paz y seguridad uno al lado del otro, como se establece en la desfallecida Hoja de Rutas del Cuarteto para Oriente Medio (EE.UU, Rusia, Unión Europea y ONU).
Es cierto que la provisionalidad no es sino una de las muchas facetas de un conflicto en el que existen ramificaciones geopolíticas e ideológicas muy diversas. No obstante, salir de ese marco y de la asimetría que propicia en todo el entorno aparece como un requisito necesario para resolver el callejón sin salida en que todo el proceso parece estar sumido, hasta tal punto que cada vez hay más voces que dudan de la viabilidad real de una solución biestatal si el deterioro de la situación no se detiene.
Las luchas por el poder que han caracterizado a la Autoridad Palestina, prácticamente desde su creación, y que han dañado más aun el desarrollo del proceso de paz, no son ajenas a esta situación de provisionalidad y de indefinición conceptual y política que preside los Acuerdos de Oslo. Al no definir claramente los términos, al dejar todos los temas fundamentales para un final que nunca se ha realizado, dichos acuerdos no se despegaron del concepto de provisionalidad que implica verlos, no en términos políticos, que pragmáticamente buscan ganancias reales para todos los implicados, sino en términos concretos, donde unos ganan lo que otros pierden.
Todas las encuestas, tanto en Israel como en la Autoridad Palestina, muestran - por ahora - una opinión mayoritariamente favorable a una solución definitiva, aunque la influencia cada vez mayor de Hamás, el titubeo de Abbás y la falta de capacidad de maniobra del Gobierno de Netanyahu sólo contribuyan a disminuir las expectativas.
La propuesta de paz saudita, apoyada por la Liga Árabe, representa, en opinión de algunos líderes israelíes, los tres «Sí», frente a los tres «No» árabes de hace 40 años. Tanto ese plan como la Iniciativa de Ginebra, se enmarcan dentro de esa conciencia de la necesidad de terminar con la provisionalidad y establecer, no de forma unilateral sino acordada, los parámetros claros de una solución que pasa, en todos los casos, por una adecuación con las líneas del 4 de junio de 1967 y, por ende, con el final de la ocupación israelí.
El establecimiento de un Estado palestino dentro de unas fronteras negociadas y precisas dejaría a Hamás sin uno de sus argumentos básicos - es decir, que sólo un Estado puede reconocer a un Estado y que es Israel, y no al contrario, el que debe reconocer a los palestinos - en los que ha venido basando su negativa a aceptar las tres condiciones - fin de la violencia, reconocimiento de los acuerdos previamente firmados y reconocimiento de Israel - que le impone la comunidad internacional para terminar con el bloqueo a Gaza. El final de la provisionalidad permitiría, por otra parte, intentar frenar el resurgimiento de un preocupante antisemitismo.
Y, sobre todo, permitiría construir el futuro, no sólo el de los palestinos, sino principalmente el de Israel, ya que el conflicto y la ocupación son considerados por muchos israelíes como uno de los elementos que han deshecho el tejido moral de su propio Estado, donde la concepción de la provisionalidad de la ocupación no va de la mano con su permanencia en el tiempo y con la continuada expansión colonizadora en Cisjordania, una vez vaciada la superpoblada Gaza de sus colonos judíos. El fin de la provisionalidad contribuiría a fijar los límites del poder palestino y resolver así, políticamente, el conflicto de competencias e institucional entre la OLP y la Autoridad Palestina, cuya capacidad ejecutiva es mínima y cuya soberanía no existe.
Al determinar límites territoriales y de soberanía se fijarían, además, las responsabilidades y se sabría a quién exigirlas, e Israel dejaría de luchar contra un enemigo muchas veces fantasma y clandestino.
La comunidad internacional, finalmente, podría centrarse en la ayuda y en la supervisión de la construcción del Estado palestino y no limitarse a labores de beneficencia, no forzosamente coherentes con la justicia, como ha sucedido a lo largo de muchos años.
¿Utopía? No; simplemente delimitación precisa de causas, consecuencias y visión de conjunto no sólo puntual. Es decir, accionar político o, según la definición clásica: «el arte de lo posible». Algo que nos permita iniciarnos en una más que esperada normalización.