Estimados,
«El adolescente gozará de una protección especial y dispondrá de oportunidades y servicios, dispensado todo ello por la ley y por los medios, para que pueda desarrollarse física, mental, moral, espiritual y socialmente, en forma saludable y normal, así como en condiciones de libertad y dignidad».
(Artículo 2, Declaración de los Derechos de la Juventud - Resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas, firmada, entre otros, por Israel y la Autoridad Palestina)
El pasado 12 de junio, los alumnos judíos, Eyal Yifrah, Gil-Ad Shaer y Naftali Frenkel, fueron asesinados cuando regresaban de la escuela a sus casas. Este lunes, el joven palestino, Muhammad Abu Khdeir, fue secuestrado en Jerusalén cuando se disponía a rezar la plegaria matutina del Ramadán, luego asesinado y su cuerpo incinerado en el Bosque de Jerusalén.
Dichas tragedias me recuerdan una más de tantas en este interminable baño de sangre que nos toca vivir: el 3 de febrero de 2013, fuerzas de combate del Ejército israelí dispararon sobre presuntos terroristas en el campamento de refugiados de Jenín en Cisjordania.
El joven Ahmed al-Hativ (15), que volvía del colegio a su hogar, fue gravemente herido de una bala en la cabeza; todos los medios de difusión israelíes informaron que los soldados pensaron que se trataba de un terrorista.
Una vez detectado el error, Ahmed fué trasladado de urgencia al Hospital Rambam en Haifa. Los médicos, a pesar de los múltiples esfuerzos, no consiguieron salvar su vida. Cuando llegaron a la conclusión de que el adolescente había muerto clínicamente, exhortaron a sus padres a donar los órganos de su cuerpo; éstos, a pesar del dolor, la angustia y la desesperación, respondieron afirmativamente para que, según ellos, «jóvenes israelíes puedan reponerse de sus dolencias y para que sea éste un mensaje de paz para todos los pueblos de la región».
En los últimos años, se registró un fuerte deterioro en las condiciones de los jóvenes palestinos e israelíes como resultado de escaladas de violencia, atentados terroristas, intentos de secuestro, lanzamiento de misiles y operaciones militares. Además del dolor y el sufrimiento de los jóvenes de ambas partes, existe también una preocupación por el daño psicológico a largo plazo que puede resultar del trauma de presenciar la violencia, sea en forma directa o como resultado de estar involucrada la familia de un ser querido.
Expertos del Centro Israelí para el Tratamiento Psicotraumático y del Fondo de Naciones Unidas para la Juventud, advirtieron que la ansiedad, los síndromes postraumáticos y el miedo aumentaron de manera preocupante entre los adolescentes palestinos e israelíes.
«Los jóvenes de ambos pueblos están gravemente afectados; esto tendrá ciertamente consecuencias a largo plazo», alertó la Dra Vered Nakdimón, que recordaba la muerte de más de 1.800 adolescentes, palestinos e israelíes, desde el inicio de la segunda Intifada (2000) hasta nuestros días.
Sólo en Gaza, uno de cada tres jóvenes (!) presenta algún tipo de alteración psicológica y la mayoría tiene pesadillas, ansiedad, incontinencia nocturna y falta de concentración.
Más del 80% de los adolescentes palestinos presenciaron algún enfrentamiento armado y menos del 9% están convencidos de que algún día podrán vivir en paz.
Más del 20% (!) de estos chicos y chicas afirman también que en alguna ocasión pensaron en convertirse en terroristas suicidas.
Del lado israelí, más de la mitad (!) de los jóvenes estuvieron expuestos alguna vez a ataques terroristas, principalmente con misiles; el 20% de ellos perdió a algún familiar o amigo.
Durante mucho tiempo, los adolescentes que fueron testigos de una acción terrorista palestina reviven los hechos una y otra vez hasta el extremo de sufrir signos de gran tensión y estrés.
De hecho, el miedo y la ansiedad entre los jóvenes israelíes y palestinos es tal que gran parte de ellos se muestran convencidos de que la violencia es la única solución al conflicto.
Los estereotipos negativos entre ambos también aumentaron de manera importante.
De acuerdo con la investigación, uno de los ámbitos en los que más se nota el impacto de la violencia y las alteraciones psicológicas que ésta provoca en la juventud palestina e israelí es la escuela; son cada vez más los alumnos reticentes a ir al colegio por miedo a los misiles desde Gaza o por las represalias de Israel ante los lanzamientos.
La gran mayoría de ambos pueblos están ya hartos de excusas y razones inaceptables. Tanto la Autoridad Palestina como el Gobierno israelí deberían actuar sin dilación y con firmeza para investigar el asesinato de todos y cada uno de los adolescentes, y garantizar que se procesará a los responsables de estos crímenes.
Nadie les exige nada del otro mundo; tan sólo cumplir con lo que ellos mismos aceptaron y firmaron cuando decidieron formar parte de la comunidad internacional.
Mientas tanto, en esta región de locura, donde todo lo inimaginable se convierte diariamente en realidad, permanecerán para siempre las imágenes inocentes de Eyal, Gil-Ad, Naftali y Muhammad, así como la de Ahmed al-Hativ, acribillado por equivocación, y de sus órganos transplantados a cuerpos de jóvenes israelíes para otorgarles vida.
No se olviden de ellos.
¡Buena Semana!