Estimados,
Muy pocos me oyeron elogiar alguna vez a Binyamín Netanyahu. Ni en su primer mandato ni durante el segundo y en lo que va del tercero. Y ni que hablar sobre su accionar cuando le tocó liderar la oposición.
No tengo intenciones de retractarme de todo lo que escribí antes, ni de lo que llevo escribiendo hasta ahora durante su actual dirigencia. Bibi no me solicitó consultas de tipo personal ni tampoco ejerce ninguna magia sobre mí.
Nunca predije que cada una de sus apariciones ante las cámaras o en foros nacionales y extranjeros iban a resultar «los discursos de su vida", lo que significa que ellos no me sorprendieron.
Se cumplió a la perfección lo que él ya había planeado en su mente: desde las fervientes ovaciones hasta la transmisión de su mensaje dirigido a la comunidad internacional acerca de que no renunció al principio de dos Estados para dos pueblos.
Sin embargo, en retrospectiva, ningún inflexible miembro del ex partido Jerut - alguien proveniente de la lista precursora del Likud - apoyó la concepción de dos Estados para dos pueblos.
El primer ministro Menajem Begin, Premio Nobel de la Paz junto con el presidente egipcio Anwar Sadat, hizo todo lo posible por evitar cualquier mención en los Acuerdos de Camp David sobre el derecho de los palestinos a tener un Estado.
Incluso Ariel Sharón, quien abandonó los asentamientos de la Franja de Gaza y habló de la necesidad de despertar del sueño del Gran Israel, nunca mencionó la fórmula de dos Estados.
Bibi fue el primer líder del Likud que articuló con precisión las palabras «Estado palestino», y además expresó su voluntad de llevar a cabo las negociaciones necesarias para establecerlo; primero en el discurso de Bar-Ilán, y más tarde en sus alegatos ante el Congreso norteamericano, en la ONU e, incluso, en Rusia, China y en el pleno del Parlamento europeo.
Veamos ahora su situación en lo que va del operativo «Margen Protector» contra Hamás en Gaza. La ultraderecha nacionalista y religiosa, incluida la de su propio partido, lo ataca sin piedad, mientras que la izquierda sionista le brinda su apoyo. La mayoría de los medios de comunicación lo consideran el adulto responsable y dejaron de hacerlo pedazos.
Dicen que la responsabilidad total en la toma de decisiones durante una guerra lleva a líderes a observar las cosas desde perspectivas diferentes. En el último mes, desde el secuestro de los adolescentes judíos en Cisjordania, Bibi acciona como si pareciera entender realmente la importancia de dos Estados, con los límites que él establece, y continúa trabajando para torpedear la amenaza de Hamás y el yihadismo.
Esa responsabilidad que obliga a ver un panorama más amplio de la situación, puede llevarlo a admitir que sin una renovación inmediata de negociaciones - secretas o abiertas - con palestinos moderados y con líderes regionales que se oponen al yihadismo y a la hegemonía iraní o turca, nuestra pequeña «aldea hebrea» habrá de terminar sumándose a la ola de levantamientos en la región.
Cualquiera que diga que sólo la izquierda puede lograr la paz y una partición del territorio se equivoca. La izquierda israelí se fue deshaciendo progresivamente y con cierto grado de justificación. ¿Quién inició la construcción de asentamientos en los territorios si no el Partido Laborista durante su encarnación previa y con Mapam (hoy parte de Meretz) en el Gobierno? ¿Quién se negó obstinadamente a ceder unos pocos kilómetros en el Canal de Suez cuando el Gobierno de Estados Unidos lo exigía para permitirle a Egipto reanudar la navegación, si no la primer ministro Golda Meir con el apoyo total del socialista Yaakov Hazán? De esa forma, nos arrastró hacia la Guerra de Yom Kipur. ¿Y cuándo fue que estallaron dos letales intifadas si no bajo el Gobierno de los laboristas Peres y Barak?
¿Y quién forjó políticamente el histórico tratado de paz con Egipto si no el líder del Likud, Menajem Begin? Él, mejor que nadie, sentó el precedente de «retirada hasta el último milímetro de tierra» y el principio de «evacuación de asentamientos construidos en territorios ocupados». En la época en que llegó al poder, Begin era considerado por la prensa mundial como un hombre de guerra, descripción que trató de desmentir durante la primera mitad de su mandato, por lo menos.
Begin fue doblemente afortunado: Contó con la colaboración de Moshé Dayán, que quería expiar su responsabilidad en la Guerra de Yom Kipur y fue nombrado ministro de Exteriores. También tuvo a Sadat, quien luego de su éxito en la guerra de octubre de 1973 proclamó a los cuatro vientos la necesidad de alcanzar la paz con el fin de recuperar los territorios. Además, en el Gobierno de Estados Unidos descollaba una figura muy especial: el secretario de Estado Henry Kissinger, que nos ayudó tanto en la Guerra de Yom Kipur como en la tarea de convertirla en un pasillo hacia la paz.
El problema ahora está dado por la falta de un líder que posea, como Sadat, la autoridad necesaria del lado palestino, y por el enfrentamiento entre Al Fatah y Hamás y decenas de otras organizaciones terroristas islámicas dedicadas a frustrar toda posibilidad de paz. Ambas partes se refieren a los territorios con un sentido de sagrado temor y no como botín de guerra que debe ser devuelto sin dejar de tomar en cuenta la nueva realidad en la región.
Antes y ahora, nunca a los presidentes norteamericanos les gustó realmente tratar con Israel, pero eso no impidió que Jimmy Carter gobernara con el objetivo de lograr la paz. No queda del todo claro si Obama posee el mismo fervor. Eso significa que debe enfrentarse a un primer ministro israelí con influyentes conexiones en Estados Unidos.
Bibi fue el primer miembro del Likud que declaró su voluntad de dividir el país y, además, maniobra con responsabilidad en la guerra contra Hamás. Se ve bien asesorado por su ministro de Defensa, Moshé Yaalón, y el jefe del Estado Mayor, Benny Gantz. Además, los acontecimientos en Oriente Medio juegan a su favor. Pero lo que no surgió hasta aquí es la figura de un Sadat como contraparte, y no parece que Obama vaya a convertirse en otro Carter.
En ese contexto tan complicado y confuso, Bibi todavía merece una oportunidad.
¡Buena Semana!