Estimados,
Luego de 50 días de conflicto entre Israel y Hamás se llegó a un cese de fuego arbitrado por Egipto que, de momento, las partes respetan. Hamás lo celebró como una «victoria de la resistencia» y parte de razón tienen. Una vez más, Israel suspendió las hostilidades y la organización terrorista sobrevive.
La destrucción o serios daños de unos 17.000 inmuebles y más de 2.200 bajas mortales son el precio que estuvo dispuesta a pagar por esta «victoria» que consiste, sencillamente, en la supervivencia y en que Israel les suspenda parcialmente el bloqueo.
Puesto que la agrupación terrorista demostró que no le tiene ningún aprecio ni respeto a la vida de los palestinos ni a sus bienes, el conflicto le resulta costeable: a pesar de los golpes, se mantiene en pie y «desafiante», ya eso es muchísimo.
Fue un grave error, que todavía puede costarle muy caro a Israel, el haber permitido la existencia de estos grupos terroristas - Hamás y Hezbolá - en sus fronteras, pese a haber sostenido guerras con ambos. Esa tolerancia hizo posible que esas organizaciones se armen y que constituyan una seria y permanente amenaza a la estabilidad del Estado judío, particularmente en el caso de los chiítas libaneses, que disponen de un vasto arsenal de misiles provisto por Irán.
Ambos grupos debieron haber sido destruidos por Israel tan pronto surgieron o, a más tardar, cuando cometieron la primera agresión. Pensar que la coexistencia es posible es una ilusión o una inconfesada falta de voluntad: hasta ahora, Israel se muestra renuente a pagar - en vidas, recursos y prestigio - lo que cuesta llevar esta guerra hasta la paz que sólo podría proporcionarles una victoria total y sin reservas.
En la campaña que, al parecer, acaba de terminar, Israel perdió 64 soldados y 7 civiles. Frente al número de bajas palestinas, la asimetría no podría ser mayor. Sin embargo, esos soldados muertos pesan mucho más en la conciencia del Gobierno de Netanyahu y la sociedad local que los dos millares y tantos de palestinos en la de sus adversarios.
Ese aprecio por la vida de sus soldados, que en principio puede celebrarse como virtud, se traduce también como debilidad e instrumento de chantaje: los israelíes valen mucho más para sus líderes que los palestinos para los suyos y esto equilibra cualquier asimetría y le da ventaja a los enemigos de la nación hebrea.
No creo que Bibi crea seriamente que pueda convivir con Hamás, a pesar de la última paliza que le propinó en Gaza, ni tampoco con Hezbolá en el norte, no obstante la relativa calma de los últimos años. ¿Qué se interpone ante la necesaria acción demoledora?
En primer lugar, la fatiga. 66 años después de la fundación del Estado judío, el conflicto no parece atenuarse y muchos israelíes dan muestras de cansancio con una consiguiente erosión del patriotismo; razón por la cual Israel, que es tradicionalmente un país de inmigrantes, se esté volviendo también un lugar de donde la gente se va. Muchos jóvenes, provenientes sobre todo de naciones del tercer mundo, que hicieron aliá - más en busca de prosperidad que por identidad nacional - terminaron en Estados Unidos o se fueron a otros países por no querer - entre otras razones - servir de soldados en una guerra interminable que no les permite planificar sus vidas de manera normal.
Así las cosas, tal vez no esté lejos el día en que Israel tenga que empezar a reclutar soldados profesionales, nacionales o extranjeros, para seguir librando sus contiendas. Muchas naciones lo hicieron antes y algunas con gran éxito.
Nos encontramos de nuevo en una tregua que podría terminar anulando el empeño bélico de Israel en estos últimos 50 días, tal como ocurrió en los enfrentamientos previos.
Bibi le advertió a Hamás que el menor intento de agresión provocaría una respuesta israelí aún más severa.
Esperemos que cuando esa agresión - que necesariamente ocurrirá - tenga lugar, no le falte la voluntad para erradicar a sus mortales enemigos.
¡Buena Semana!