Estimados,
Antes incluso de que aceptara los términos de la tregua que llevó a que le lluevan críticas de todo el espectro político israelí, la popularidad de Netanyahu había caído en picada respecto al apoyo generalizado que recibió al iniciar la guerra con Hamás.
Sin embargo, se equivocan quienes piensan que la insatisfacción con la cual Bibi aceptó «un empate con Hamás» acelerará el fin de su Gobierno o acortará su mandato.
Las opciones que tienen los críticos de Netanyahu son tan reducidas como las que se le presentaron al mismo Bibi cuando no le quedó más remedio que «tragarse el sapo» y permitir que Hamás alardeara falsamente de haber triunfado.
La gran caída en la popularidad de Bibi indica la insatisfacción con la realidad a la que se enfrentó Israel en Gaza. Su decisión de reducir la intensidad de la ofensiva contra Hamás, después de que las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) destruyeran los túneles, no se vio recompensada con un fin de los combates. Los masivos lanzamientos de cohetes por parte de la organización terrorista palestina fueron vistos como un revés para su política de contención criticada por sus ministros de la ultraderecha.
Pese a que la opinión pública internacional vapuleó a Israel por atacar duramente objetivos de Hamás y provocar víctimas civiles en Gaza, el público de Bibi comprendió que sus intentos de evitar una escalada masiva hasta que se vio arrastrado a ella por culpa de los ataques de Hamás, eran consecuencia de su característica cautela acerca de no decidir sobre un tema que pueda obligarlo de carambola a negociar sobre una retirada de Cisjordabia y la creación de un Estado palestino. O sea, hablar por la sóla obligación de hablar, sin decir nada.
Pero destruir los túneles no acabó con los lanzamientos de cohetes ni debilitó el control de Hamás sobre Gaza. Con Liberman y Bennett instando a reocupar la franja «cueste lo que cueste» para forzar su desmilitarización, Bibi se encontró con que la comunidad internacional lo tachaba de «genocida» y, al mismo tiempo, en Israel, sus aliados lo acusaban de ser un cobarde.
La triste realidad del conflicto es que nada que no sea aislar a Hamás garantizará que Israel no tenga que enfrentarse a otra ronda de combates cada vez que los islamistas quieran subir el valor de sus acciones en la región. También es cierto que mientras Hamás siga al mando en Gaza cualquier tratativa sobre una solución de dos Estados en Cisjordania quedará archivada.
Pese a sus amenazas de acudir a Naciones Unidas para obligar a Israel a retirarse sin un acuerdo, la reciente lucha demostró una vez más la irrelevancia del líder de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abbás. Incluso si los israelíes estuvieran dispuestos a creer que Abu Mazen es un socio fiable, ningún Gobierno israelí de cualquier color renunciaría a Cisjordania mientras hubiera allí la más remota posibilidad de que ello supusiera tener otro Hamastán, mayor y más peligroso, con los ojos puestos en el Aeropuerto Ben Gurión y las espaldas cuidadas por los yihadistas del Estado Islámico ya instalados en la frontera entre Jordania e Irak, a pocas decenas de kilómetros de Israel.
Abbás sobrevive en Cisjordania gracias a la protección israelí. La idea de que la AP pueda gobernar Gaza y asegurar que materiales de construcción no se empleen para túneles de Hamás, o evitar que éste introduzca más armas en la franja, es ridícula, pese a las promesas de Estados Unidos y de los demás patrocinadores de treguas.
Quienes ahora vapulean a Bibi por su cobardía también deben darse cuenta de que la decisión de ocuparse de Hamás de una vez por todas llevaría implícito un precio mayor del que la mayoría de los israelíes están dispuestos a pagar actualmente, incluidos muchos de aquéllos que reclaman sus resoluciones.
Acabar con la organización terrorista costaría sin duda cientos de vidas de soldados de las FDI, causaría miles de víctimas palestinas, aumentaría el aislamiento diplomático de Israel y empeoraría las ya tensas relaciones con Estados Unidos. Y eso sin considerar siquiera el costo de tener que volver a asumir la administración de Gaza y de enfrentarse a lo que, casi con certeza, sería una continua y sangrienta guerrilla urbana por parte de Hamás y de otras organizaciones yihadistas.
¿Valdría la pena? Es fácil responder de forma abstracta a esa pregunta, ya que decir que sí supone el único camino lógico hacia una mayor posibilidad de calma, así como a una solución de dos Estados. Pero no se lo puede culpar a Bibi por dudar en pagar tan alto precio por algo en lo que él nunca creyó.
Tampoco deber suponerse que este decepcionante resultado vaya a significar el colapso de su Gobierno o unas nuevas elecciones a corto plazo. No hay motivos para creer que los rivales ubicados a la ultraderecha de Bibi sean tan insensatos como para abandonar el Ejecutivo. Ello le dejaría abierto el camino para formar un nuevo Gabinete más centrista. Liberman y Bennett lo seguirán criticando y ganarán puntos entre sus propios admiradores, así como entre los votantes del Likud decepcionados con que Bibi no llegue a la concluir sus propios argumentos sobre Hamás. Pero se trata de hablar, sólo de hablar, sin decir nada.
Incluso si Hamás respeta verdaderamente la tregua, los próximos meses serán duros para Bibi, Pero hablar de reocupar Gaza o de dar un audaz golpe que haga posible un acuerdo de paz a base de cañonazos, no es más que eso: hablar, hablar sin decir nada.
¡Buena Semana!