Estimados,
Esta semana nos enteramos de que el ex primer ministro israelí, Ehud Olmert, sentenciado a seis años de prisión por recibir ilegalmente grandes sumas de dinero, y cuya sentencia debería empezar a cumplir a principios de este mes, podría no ser encarcelado hasta que recurra a la Corte Suprema de Justicia, un proceso que llevaría más de un año.
Expertos en procesos judiciales señalaron que de cualquier manera, la posibilidad de que el Tribunal Supremo decida absolver a Olmert por apropiarse de dinero ajeno es casi nula, más aún tomando en cuenta casos similares de ministros que ya cumplieron largas condenas por delitos de menor categoría.
Sin embargo, esa situación no ocurre en otra esfera, sobre la cual el sistema judicial israelí se muestra mucho más indulgente: la diplomática. Allí, al menos por ahora, el primer ministro y su Gobierno permanecen exentos de reclamos o castigos a pesar de apropiarse de lo ajeno y de haberlo anunciado abiertamente.
Asidua, terca y sistemáticamente, si no con arrogancia nihilista, Netanyahu y su Ejecutivo se encargan de dirigir a Israel hacia una situación de parálisis forzada, aislamiento diplomático y vulnerabilidad internacional que ya hace tiempo captó la atención de los líderes y los medios de todo el mundo, provocando en ellos inquietud y decepción.
En un momento de «gran inspiración política», Netanyahu volvió a transformarse en Bibi y anunció que 440 hectáreas en la zona de Gush Etzión, en Cisjordania, fueron declaradas «estatales» y en ellas se edificarán nuevos asentamientos; algo que sus allegados definieron como una «respuesta sionista adecuada» por el asesinato de tres jóvenes judíos perpetrados por Hamás.
Si aún quedaban pequeños restos de esperanza, y si todavía era posible hallar botes salvavidas flotando que traten de salvar la reanudación de las negociaciones con los palestinos, Bibi se aseguró personalmente de hundirlos con sus propias palabras, por medio de sus enfrentamientos personales con líderes mundiales; con discursos huecos; con sus pronósticos de desastres y terror destinados a mostrar que no hay ninguna razón para inquietarse, y sobre todo, mediante la revelación de su profundo convencimiento de que el conflicto no tiene solución.
Groucho Marx se jactaba en una de sus películas de haberse ido abriendo paso gradualmente desde la nada hasta un estado de extrema pobreza. El logro de Netanyahu resulta mucho más impresionante, ya que en su caso, al inicio de sus tres mandatos, tuvo a su disposición un sinnúmero de alternativas políticas y ventajas diplomáticas; sin embargo, en todos esos periodos, alcanzó una extrema pobreza política: sin esperanza, sin ser fiable, sin interlocutores para el diálogo, casi sin aliados y casi privado incluso de opciones militares.
Bibi y su Gobierno se dedicaron a actuar sin preocuparse en absoluto por preservar un mínimo sentido de fineza diplomática, propagando amenazas, provocando crisis, buscando expresiones de antisemitismo y hallando las excusas más ridículas para la continuación de un statu quo anexionista.
¿Por qué ridículas? Porque de hecho hay que ser más que insensato para «robar» lo que uno sabe que ya le pertenece. El mismo presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abbás, aceptó en 2003, en la llamada «Iniciativa de Ginebra», que «en un acuerdo definitivo Israel conservará los cuatro grandes bloques de asentamientos en Cisjordania cercanos a Jerusalén», entre los cuales se encuentra Gush Etzión. ¿Como lo sé? Por dos medios, uno más fidedigno que otro. El primero es que el mismo Abbás se cansó de repetirlo cientos de veces en reuniones con israelíes y en foros internacionales. El segundo, porque el dirigente palestino, Yasser Abed Rabo, asesor de Abbás y firmante en su nombre de la «Iniciativa de Ginebra», me lo dijo personalmente.
Únicamente en aquellos casos en que no les quedó otra salida, Netanyahu y su orquesta se ocuparon de rendir falsas alabanzas a «dos Estados» y a la «voluntad de negociar», pero con tal falta de convicción que resultó aún peor que un rechazo directo. De ese modo, Bibi no sólo perdió irreversiblemente popularidad internacional, sino que también desperdició una carta política mucho más importante: la confianza.
Durante dos décadas, la derecha, la ultraderecha nacionalista y religiosa y los habitantes de los asentamientos demonizaron los Acuerdos de Oslo (1993), y de hecho, cualquier proceso diplomático que supusiera la desocupación de territorios. Llamaron a sus promotores - incluso a Sharón cuando dedidió retirarse unilateralmente de Gaza - «criminales de Oslo» e incluso, luego de apropiarse ilegalmente de tierras, reclamaron que - paradójicamente - éstos deberían ser «llevados a juicio».
En los últimos años, un Gobierno de extrema derecha tuvo la oportunidad - y una libertad política casi total - para implementar aquella «alternativa de seguridad» que siempre afirmó que existía sin necesidad de hacer concesiones: «Paz a cambio de paz», la definían. Pero a medida que pasa el tiempo, se hace evidente que Bibi y su Gabinete no tienen nada positivo que ofrecer, salvo la aplicación drástica de una política unilateral de expropiación; es decir, socavando y arrancando de raíz cualquier rastro de buena voluntad y esperanza que pueda aparecer alguna vez en el trío conformado por Estados Unidos, Israel y la AP.
Es cierto que también los palestinos tienen una enorme parte de responsabilidad en este fracaso político. Además, no hay dudas de que los cambios radicales que se desarrollan actualmente en la región deben encender luces rojas. Pero, ¿puede realmente Netanyahu considerarse libre de toda culpa ante tal estado de cosas?
Sólo la nueva tregua relativa y transitoria con Hamás - cuyo tiempo también se agota, tal como varios ministros del Gobierno admiten - logró aplazar la cuestión de responsabilidad que recae sobre este primer ministro que guía a Israel hasta un peligroso e inédito callejón sin salida.
Al apoderarse de otras 440 hectáreas en Cisjordania, Bibi y su Ejecutivo ni siquiera podrán defenderse afirmando que actuaron de buena fe. Lo hicieron sólo para continuar gobernando.
¡Buena Semana!