Esta vez, todo podría ser diferente. Obama y Bibi se reunieron en múltiples ocasiones. Prácticamente no hay otro gobernante extranjero que fue recibido con mayor frecuencia por el presidente norteamericano en la Casa Blanca.
Pero estos encuentros nunca se desarrollaron como una armónica reunión familiar. Ya sea que se tratara del antiguo conflicto entre Israel y los palestinos o de las conversaciones sobre el programa nuclear iraní, los frentes de división fueron siempre los mismos: mientras Netanyahu sospecha que el líder estadounidense está dispuesto a ceder demasiado y en el fondo lo considera débil, Obama ve en el mandatario hebreo un cabeza dura, que con su intransigencia termina impidiendo acuerdos tendientes a lograr paz y estabilidad.
Pero esta vez, todo podría ser diferente. El mundo cambió. Se volvió más peligroso, también para Israel. El Estado judío se ve más que nunca rodeado de violencia y caos. En Siria y Gaza, en Líbano y en un Egipto estable sólo en apariencia. De norte a sur y de sur a norte acechan amenazas.
Y por si fuera poco, todo eso pasa incluso a segundo plano ante la desgracia terrorista que emana del Estado Islámico (EI). Esto hizo que el mundo se una más; también los Estados árabes, la ONU, la Unió Europea (UE) y los norteamericanos. Pero es incierto si acercará igualmente a Israel y Estados Unidos.
De todos modos hay movimiento en las viejas constelaciones de Oriente Medio. Obama consiguió por primera vez en muchos años que cinco países árabes formaran una coalición con Estados Unidos. Netanyahu aludió a ello en su encuentro con Obama e hizo notar con razón que existen intereses árabe-israelíes compartidos. No sólo los une la lucha contra el EI, sino también la enemistad con Irán, país por el que Israel se siente triplemente amenazado: por sus aliados de Hamás y Hezbolá y por su programa nuclear.
Es cierto que los intereses compartidos por Israel y los países árabes podrían abrir nuevas opciones estratégicas. Pero Bibi no debería decirlo en voz tan alta si quisiera que ello suceda. Él sabe muy bien que mientras no haya un acuerdo con los palestinos sobre una solución que contemple dos Estados, los potentados árabes no tendrán margen de maniobra política para un acercamiento a Israel.
Tampoco Obama puede evitar que las perspectivas se vuelvan más sombrías desde la reciente guerra de Gaza. Las críticas estadounidenses por el proceder israelí y las muchas víctimas civiles palestinas surtieron poco efecto. A Obama sólo le queda volver a instar con ímpetu a Netanyahu a buscar una solución duradera al conflicto con los palestinos. Con la advertencia de que la prosecución de la construcción de asentamientos en Cisjordania y en barrios árabes de Jerusalén Oriental alejaría a Israel de sus más estrechos aliados, por lo menos mostró firmeza.
Esta vez, todo podría ser diferente. Pero no da la impresión de que lo sea. Bibi no dio en Washington señales de ablandar su postura con respecto a los palestinos. Lo mismo vale para el tema de Irán. Ya en su discurso ante la ONU, exhibió munición verbal de grueso calibre y argumentó que el EI es extremadamente peligroso, pero Irán representa un peligro aún mayor. Su intención era incrementar la presión sobre Obama, para que de ninguna manera acepte concesiones que pudieran permitir a mediano plazo a Irán estar en condiciones de construir una bomba atómica.
Posiblemente Netanyahu no piense de manera estratégica. Tal como la coalición estadounidense con los países árabes contra el EI abre nuevas opciones, también un acuerdo con los paletinos podría modificar la situación. Toda la región se beneficiaría. Y los aliados de Irán en el vecindario de Israel - Hamás, Hezbolá y Bashar al-Assad - perderían a mediano plazo potencial destructivo.
Pero nuevamente Netanyahu no pudo con su Bibi. Apenas dejó la Casa Blanca frotó la lámpara mágica y el genio salió a la prensa con 2.600 nuevas viviendas en Cisjordania y en los barrios árabes de Jerusalén sobre sus espandas, teniendo que explicar, casi tartamudeando, cómo fue que se «olvidó» de contarle ese «detalle» a Obama en el Despacho Oval.
Mi amiga Ana Jerozolimski escribió un excelente artículo titulado «Sr. presidente, usted miente», refiriéndose al discurso del presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abbás, en la ONU, en el cual no ahorró adjetivos para demonizar a Israel.
Pero Abbás es sólo un tercio de esta interminable tragedia. Cuando son tres de tres los que mienten, cualquier intento de aportar una solución constructiva se torna imposible.
Abbás, Netanyahu y Obama se mienten entre ellos y mienten al mundo. Abbás quiere ocupar el vacío que dejó Hamás y para ello «necesita» que Israel sea «genocida», «racista» «colonialista» «agresor», «opresor» y «criminal de guerra». Bibi no piensa llevar a cabo nada de lo que afirma: «Estado palestino», «nuevo horizonte regional», «seguridad a todos los ciudadanos», «desmantelar asentamientos ilegales». Ni él personalmente cree en ello. Las afirmaciones de Obama acerca de que «no habrá un Irán nuclear» salieron de la misma boca que aseguró que «el uso de ármas químicas en Siria es nuestra línea roja». Para el Premio Nobel de la Paz, cuatro decapitaciones «occidentales» del EI en un mes pesan mucho más que 200.000 muertos en Siria (25.000 niños) en tres años.
Podría ser diferente, pero no. Mientras tres de tres adopten la mentira como herramienta política, el terrorismo yihadista seguirá ganando adeptos.
Se divisan nubes negras. El polvorín está por estallar.