Estimados,
El voto no vinculante de la Cámara de los Comunes recomendando el reconocimiento de un Estado palestino independiente no debe ser interpretado sólo como la representación de la opinión pública británica en cuanto a Palestina, sino también al cansancio de quienes, habiendo apoyado a Israel durante décadas, hoy se sienten defraudados por un Gobierno ultranacionalista y mesiánico como el de Netanyahu, a quien ya nadie le cree.
La pregunta correspondiente es si ese semáforo amarillo a la ocupación israelí se transformará en rojo por parte de la comunidad internacional; o si el Gobierno hebreo entenderá el mensaje recibido y decidirá su retirada de Cisjordania.
Es muy ilustrativo analizar el debate en la Cámara de los Comunes. Parlamentarios de todos los partidos políticos apoyaron la moción. Se pudo oír a sectores progresistas llamando a terminar con la culpa histórica de la Declaracion Balfour o a otros que simplemente pedían al Ejecutivo de Londres asumir su «responsabilidad moral». También hubo quienes tomaron la resolución como una forma de apoyar la perspectiva diplomática de la OLP frente al recurso del terrorismo de Hamás. Lo más notable fue la posición de una serie de parlamentarios conservadores defendiendo «el derecho a la autodeterminación del pueblo palestino».
También se pudo ver a conservadores defensores eternos del Movimiento Sionista no votar a favor pero sí abstenerse debido a la posición adoptada por el Gabinete de Bibi. Quienes apoyaron la moción, y quienes se abstuvieron, señalaron ser amigos de Israel y defender su derecho a existir, pero también afirmaron que justificar al Gobierno hebreo es algo actualmente imposible.
La tercera guera en Gaza en cinco años y medio, así como el aumento sin precedentes de los asentamientos en Cisjordania, cambiaron los roles a todos los actores regionales. En el caso del presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abbás, la operación «Margen Protector» no significó un cambio de estrategia en cuanto a su rechazo de la violencia, sino la necesidad de impulsar una serie de canales diplomáticos hasta ahora cerrados en organismos internacionales.
En paralelo, el reconocimiento por parte del Gobierno sueco de un Estado palestino - unos pocos días antes del anuncio de Abbás de buscar una resolución en el Consejo de Seguridad que ponga punto final a la ocupación - contribuyó a la consecución de un momento diplomático único. Hoy la comunidad internacional está preparada para dar el siguiente paso, el cual consiste en que la visión mayoritaria de ésta se concrete en el reconocimiento de Palestina.
La ultraderecha israelí mira ese semáforo amarillo con su arrogancia habitual. Con mensajes descoordinados de ministros como Bennett, Yaalón y Liberman, los intentos de Bibi por ignorar la presión diplomática continúan fallando.
El actual Gobierno israelí se parece mucho a esos equipos de fútbol que, después de años de ganar títulos, luchan por no descender a la liga inferior. Las reglas del juego cambiaron, pero el terco dueño del club se niega a aceptarlo. Podrá recibir el apoyo de sus fanáticos que seguirán gritando en las plazas «Bibi, rey de Israel», pero nada evitará que el descenso se consuma a menos que entienda de una buena vez que no se puede golpear constantemente a un rival sin ser expulsado del campo de juego.
Recientemente, Bennet, Yaalón y Liberman dejaron las posiciones aún más claras: Israel quiere descender. Desde la rotunda negación a la solución de dos Estados, la absoluta negativa a aceptar un Estado palestino y su total rechazo a una intervención internacional, la derecha ultranacionalista y mesiánica hebrea sigue encerrada en su lógica colonialista. El semáforo amarillo a la ocupación no bastará para que Bibi cambie de rumbo al contar con una mayoría que todavía no siente las consecuencias de vivir en un Estado que viola sistemáticamente el derecho internacional manteniendo a más de dos millones de personas bajo un Gobierno militar con todo tipo de limitaciones. Ni siquiera los más fervientes admiradores de este sistema, aquellos que hasta el momento hicieron todo lo posible por evitar la crítica internacional, le podrán ayudar.
Nada es más grotesco que la «lógica» de Netanyahu y de sus cada vez más radicales ministros y diputados del Likud, tratándonos de convencer que la absorción de 60.000 infiltrados africanos «pone en serio peligro la identidad judía del Estado», y por eso es necesario mantenerlos aislados en el desierto, mientras ni siquiera mencionan la anexión de facto de 250.000 palestinos en Jerusalén que, como ya sabemos, no constituyen ningún obstáculo para mantener a la ciudad «unida e indivisible para siempre».
Lento pero seguro y con un poderoso equipo, Israel va camino al descenso. Por no contentarnos con lo que el derecho internacional nos permite, podemos terminar perdiendo todo nuestro capital internacional.
El mundo occidental ya no acepta que un país democrático mantenga en su patio trasero a dos millones de personas bajo régimen militar sin derechos ni garantías individuales. Todos los esfuerzos para explicar esta situación con argumentos de seguridad locales, regionales o mundiales, están condenados a fracasar.
¿Anexar o abandonar? ¿Estado judío o Estado binacional? Esas son las cuestiones. Y en esos interrogantes va incluido el destino del Movimiento Sionista y del pueblo judío.
Es difícil creer que haya una nueva oportunidad.
¡Buena Semana!