Estimados,
El discurso político de Bibi Netanyahu se rige por la presunción de que es necesario decidir si somos un Estado occidental o un Estado judío. Aparentemente, su interrogante es: ¿Israel debe ser más judío y menos democrático?
Pero el sentido implícito señala una elección entre un Estado que decide adoptar la aplicación de los derechos humanos individuales u otro que impone una autodeterminación específicamente judía.
Se trata de una suposición falsa. Tanto Bibi como muchos miembros del Likud y del ala ultranacionalista mesiánica de su coalición no se debaten entre ser judíos o democráticos, sino en la elección entre dos viejas tradiciones gubernamentales: la de la ilustración, con su énfasis en el favorecimiento de las libertades individuales y la división de poderes, o la del romanticismo político, donde impera el vínculo entre una entidad llamada «nación» y otra llamada «tierra».
Gran parte del ultranacionalismo israelí - cada vez mayor - sostiene una posición según la cual el Estado hebreo no debería primordialmente aprobar el lenguaje de los derechos humanos individuales aceptado en la política internacional, sino insistir en su derecho a ser un Estado puramente étnico. Debido a ello, sigue defendiendo el argumento de que los judíos tienen la inalienable prioridad sobre ciertos territorios, en particular todos aquellos que se mencionan en la Biblia, desde el Éufrates hasta el Nilo, y de que una nación judía no puede ser, al mismo tiempo, una patria para individuos de una etnia diferente.
El ultranacionalismo israelí asegura que el derecho de los judíos a toda su patria ancestral constituye el fundamento del sionismo y la única justificación que éstos tienen para su propio Estado. Su principal argumento es que existe una relación total entre tierra, pueblo y soberanía. De lo contrario, no tendríamos ninguna otra razón que acredite nuestra estancia aquí.
Esa es otra suposición equivocada. Tal como lo afirmó ayer el propio presidente Rivlin - el último mohicano de Jabotinsky -, uno de los mayores logros de la diplomacia sionista fue obtener el reconocimiento otorgado por la ONU en 1947 para la creación en Palestina de un Estado judío y otro árabe. Las Naciones Unidas, y de hecho casi toda la comunidad internacional, entendieron que el pueblo judío tiene la necesidad y el derecho de un Estado al cual llame su patria y en el que pueda cumplir con su necesidad de autodeterminación nacional.
Esa resolución no fue tomada considerando que los judíos vivieron en la Judea histórica cinco mil años antes; lo que se tuvo en cuenta fueron las necesidades y los derechos del pueblo judío en esa precisa situación. Hoy en día, Israel es un Estado aceptado internacionalmente, no sobre la base de su narrativa antigua, sino por el reconocimiento que goza como parte del orden político y jurídico internacional.
La razón por la cual Israel se encuentra actualmente tan aislado - no siempre fue así - no se debe a que la gran mayoría de las naciones no reconozca su legitimidad, sino a que no acepta su ocupación militar en Cisjordania sin otorgar a los palestinos los derechos que la mayor parte de la comunidad internacional, y lógicamente la occidental, dan por sentado para cada individuo.
La propuesta de Netanyahu y sus socios extremistas, por lo tanto, no es entre un Estado que sea totalmente judío y otro que sea verdaderamente democrático. La próxima votación determinante en el Parlamento será entre un romanticismo político, apoyado por Bibi, con sus desastrosas consecuencias, o admitir el mismo orden jurídico propuesto por todos los padres del Movimiento Sionista, desde la derecha hasta la izquierda sin excepción, que nos permitió a los judíos regresar como ciudadanos libres y soberanos a formar parte de la sociedad de las naciones.
Cuando Bibi nos dice que un posible acuerdo de paz con los palestinos exigirá «concesiones dolorosas», se refiere a que él mismo deberá decidir, antes que nada, entre estas dos opciones.
Pero si Netanyahu, sólo por oportunismo, sacrifica en el altar de las primarias del Likud la decision más importante del Movimiento Sionista, la historia nunca se lo perdonará.
Y a nosotros tampoco.
¡Buena Semana!