Estimados,
Hace 2.177 años, en tiempos de los auténticos macabeos, el Dios de Israel luchaba de su lado a favor de la independencia judía, la autodeterminación, la identidad nacional, la libertad de cultos y en contra de la cultura helénica impuesta por la espada.
Lo que estaba en juego en aquella época era nada menos que un contrato social basado en el amarás al prójimo como a tí mismo y en una sociedad en la cual haya juicio y hayan jueces en Jerusalén.
Después de 2000 años de persecuciones, expulsiones, pogroms y Holocausto, otra clase de macabeos llegó hasta un Estado de Israel libre e independiente para inagurar un nuevo templo en el que un consejo de rabinos paganos se cree superior a un grupo de mujeres que pretende rezar junto a ellos; un santuario dirigido por ultranacionalistas mesiánicos y racistas que quieren imponernos su ideología colonialista con «etiqueta de precio», cueste lo que cueste y caiga quien caiga.
Estos macabeos de hoy han lanzado un ataque frontal contra las minorías, los derechos individuales y humanos.
Los macabeos modernos asedian al Ejército, a la Policía, a la Corte Suprema, a los medios de comunicación libres, a las organizaciones de derechos humanos y a la sociedad abierta.
Los actuales macabeos combinan una devoción fervorosa a la Tierra de Israel con el desprecio a sus ciudadanos y a las autoridades legítimas que los representan.
Los macabeos de hoy en día han declarado una nueva guerra cultural, sin cuartel y en diferentes frentes, contra el carácter mismo del Estado.
Los nuevos macabeos promueven el aumento de la xenofobia contra cualquier minoría, el odio a los laicos, la opresión de las mujeres, el desprecio a los extranjeros, la subestimación a las autoridades legítimas y amenazan con convertirnos en un Israel siniestro, opresor y despreciado por la comunidad internacional.
Los macabeos de hoy prohiben vender o alquilar viviendas a la población árabe, separan a las niñas sefaradíes de las ashkenasíes - y a ambas de las etíopes - en las escuelas, obligan a las mujeres a viajar en los asientos traseros de los autobuses, conquistan ciudades y poblaciones imponiendo sus costumbres a los habitantes veteranos, incendian mezquitas y monasterios, destruyen olivares, se apropian de terrenos privados, erigen asentamientos ilegales, desacatan las leyes, atacan bases del mismo Ejército israelí que los protege y agreden a sus oficiales y soldados.
Lo que los fundamentalistas islámicos generan en Irán, Irak, Siria, Líbano, Gaza o el Sinaí, entre otros lugares, los macabeos de hoy pretenden hacerlo en el Estado judío. La moderna sociedad israelí se va derrumbando de a poco. Los nuevos macabeos están aquí; un nuevo Dios y una nueva columna de fuego les iluminan el camino hacia el oscurantismo.
Estos nuevos macabeos acentúan decididamente nuestro aislamiento en la Sociedad de las Naciones; levantan cada vez más obstáculos, barreras, vallas y muros; aprueban leyes antidemocráticas y neofascistas; socavan la igualdad de género y las libertades personales; interfieren directamente en el ámbito de la educación, la cultura y las artes para adaptarlas a sus concepciones.
Uno de esos macabeos asesinó por la espalda hace 19 años a un primer ministro de Israel, elegido por la mayoría del pueblo, sólo porque pensaba diferente.
Los nuevos macabeos gozan de una impunidad de facto. Aunque parezca mentira, el mismo Estado los mantiene, les proporciona armas, casi no los arresta; y si en alguna ocasión lo hace, los castigos son insignificantes.
Todos sabemos dónde están las raíces de este siniestro fenómeno: en la incitación de rabinos mesiánicos fanáticos, en los grupos «Kahana Jai», «Tag Mejir» y «Lehavá», entre otros, en los gobiernos de coalición que miran para otro lado, en la indulgencia de jueces y en la impotencia de los servicios de seguridad que permanecen con las manos atadas.
Ante el objetivo de ser un Estado judío, democrático e ilustrado, los macabeos actuales marchan a una velocidad aterradora - y con ellos, nosotros - hacia un Israel ignorante, racista, ultranacionalista y fundamentalista. Ese no era el anhelo sionista que, a diferencia de los macabeos de hoy, no creía en milagros.
Quienes repiten como loros que estos macabeos son apenas cuatro gatos locos o unas pocas «malas hierbas», y que su accionar no es más que una exageración, están tratando de adormecernos. El árbol no deja ver el bosque, y el bosque es oscuro y profundo. Los macabeos de hoy hace tiempo que cruzaron todas las líneas rojas.
Si no nos despertamos a tiempo, si no agarramos al toro por las astas, en unos pocos años más nos encontraremos con un Israel distinto. Esta batalla es tan crucial en la historia del Estado como la misma Guerra de Independencia.
Estamos en Jánuca. Llegó la hora de que volvamos a ser los verdaderos macabeos.
¡Jag Sameaj y Buena Semana!