Estimados,
En vísperas de Año Nuevo los humanos pretendemos dividir lo eterno. Hacemos etiquetas y calendarios con plazos y fechas; incluso remitimos mails de felicitación y prosperidad. Hitos que marcan el acontecer de un período y desde donde arranca otro igual. Segundos, minutos, horas, días, años, centurias; celdas donde encerramos el fluir de la vida. Todo un artificio social.
En fin de año nos invade una especial alegría. Por un momento olvidamos pesares y desencantos. Afloran motivos intrascendentes. Nos abandonamos a la fácil circunstancia de los convites y de la bullanguera comparsa.
Al empezar la nueva cuenta del almanaque hay otra vertiente y nos ensimismamos. En forma instintiva buscamos refugio en nosotros mismos. Descubrimos el fondo de los pensamientos; buceamos en el alma. Del solitario interior nacen las ideas. Vamos al pasado para sacar conclusiones que apunten al porvenir. Somos lo que somos por lo construido en la vida colectiva; es nuestro patrimonio. Encaminamos nuestros pasos con la esperanza de encontrar un mundo mejor; es la herencia que dejaremos.
Llega el 2015. La luz se hunde en el cielo, se esfuman las nubes. La claridad destaca el fino contorno de la montaña de la serenidad. Por sus laderas resbalan las flaquezas humanas. El egoísmo que nos asedia como una sombra, parece disiparse. El sol radiante se eleva, nuevos contornos se iluminan. Un solidario principio fraternal nos agita. Desde nuestra butaca familiar surgen las reflexiones; la meditación alcanza su más alto sentido de amor y hermandad.
Es el momento que nuestras cosas y los seres que nos rodean, la vida del lugar que habitamos, el país al que pertenecemos, la cultura que históricamente recibimos, se aparean con otros seres, pueblos, naciones y culturas distintas en el tiempo en el espacio.
El panorama total despierta un interés superior. Nos percatamos de vaivenes, fisuras, debilidades que unen y separan a hombres, razas y civilizaciones. La nobleza espiritual frente a la envidia, el odio y la mentira. Como en el Infierno de Dante recorremos la carroña del mundo; nos alarma comprobar como se pisotean con tanta frecuencia los valores fundamentales. Lo nuestro es apenas ondulación en el devenir general; menudencias barridas por el viento de la incomprensión y la falsedad.
De la comparación de las culturas nos aparece la gran crisis actual; no la de premisas endebles, sino la auténtica: la del olvido de la bondad, la justicia y la piedad entre los humanos; la del olvido del solidario destino común de la humanidad. Es el Amalek de la hora presente que por sus ideas persigue, asesina, encarcela a sus semejantes; el que regimenta el libre albedrío de hombres y mujeres; el que de manera avara cuenta sus monedas y condena al hambre, a la opresión y a la desesperanza a los débiles sedientos de justicia política y social; el que engaña a personas y pueblos con falsas promesas de una vida fácil y holgazana; el que con expresiones de ignorancia se ríe de las normas jurúdicas para alcanzar sus bajos apetitos.
La cultura occidental nos motiva y condiciona. Mas no es sólo en Occidente lo que vemos. Las antorchas de la inconformidad se alzan por todos los paralelos y latitudes de la tierra. Se busca un estado de paz general; dejar atrás la larga noche de la incomprensión. Son los jalones eternos de la humanidad, tan fuertes como las trompetas bíblicas de Jericó para romper barreras mentales; tan eternas como el tiempo que viene de la nada y que lo es todo.
Semejante a Dante, estos días de reflexión nos elevan de los círculos sombríos. Debemos tener confianza en la humanidad, en sus grandes fuerzas vitales.
Más que ninguna riqueza material, el fraterno convivir es el mejor camino para los seres humanos. Llegaremos a ello sólo cuando el yo del egoísmo se cambie por el nosotros de la solidaridad. ¡Esa es la paz interior que buscamos; la paz de todos los pueblos!
¡Feliz Año Nuevo y Buena Semana!