Estimados,
Investido de su «misión churchiliana» de impedir un acuerdo con Irán, Netanyahu pronunció un virulento discurso contra la República Islámica y dijo que cualquier decisión que no sea más sanciones acercará a Teherán a armas nucleares.
Vivamente criticado aquí y allá por organizar su visita con el jefe republicano de la Cámara Baja, John Boehner, a espaldas de Obama y a dos semanas de las elecciones en Israel, Bibi mantuvo su notoriedad pública en medio de las glaciales relaciones con el presidente.
Netanyahu lamentó al inicio de su intervención que su discurso pudo ser percibido como político y dijo que apreciaba lo que Obama hizo por Israel. Pero de inmediato sus palabras conciliadoras dieron pie a una andanada contra el intento de Estados Unidos de llegar a un pacto con Irán.
Más una vez, Bibi dibujó el mismo retrato alarmista de un régimen amenazante, no sólo para Israel, sino para la paz del mundo entero. El régimen más radical de todos que ya devoró cuatro países: Irak, Siria, Líbano y Yemen y que siempre será un enemigo de Estados Unidos.
Netanyahu volvió a concentrarse en demostrar que el proyectado pacto garantizará que Irán consiga un coctel destructor que junte al islamismo militante con una bomba atómica.
También consideró que un acuerdo no permitirá desmantelar las infraestructuras iraníes, y que Teherán podrá rápidamente ensamblar un arma en caso de una ruptura con las potencias.
Bibi dudó de la eficacia de los controles previstos y aseguró que si bien los inspectores pueden dar cuenta de las violaciones al acuerdo, esto no impedirá cometerlas.
«El hambre de Irán no hará más que aumentar cuando las sanciones sean levantadas. ¿Cuántos más países va a devorar?» se preguntó, tras describir, como de costumbre, un horizonte apocalíptico.
Bibi calificó otra vez el acuerdo de «muy mal negocio» y, en respuesta a Obama, que dijo que sus críticas no aportan soluciones, afirmó que la alternativa a un mal acuerdo es un acuerdo mejor, pero se «olvidó» de decir cuál y cómo hacer para conseguirlo.
No obstante, las numerosas ovaciones de pie, algunas casi mecánicas también a modo de más de lo mismo, que acompañaron su intervención, no ocultaron las fracturas creadas por su iniciativa, visibles en el Congreso. Obama explicó que Bibi no aportó nada nuevo ni propuso ninguna alternativa viable.
La visita de Netanyahu fue un acto de arrogancia, un insulto a la decencia del pueblo norteamericano. No así nomás Nancy Pelosi, jefa de los demócratas en la Cámara Baja, resumió el dolor que le causó presenciar la petulancia de Bibi.
«Apenas pude contener mis lágrimas de vergüenza a lo largo de la ponencia del primer ministro».
Difícilmente se pueda encontrar en la historia a un personaje que tuvo la osadía de criticar la política internacional de un gobierno en su propio Parlamento y dar a entender la ineptitud de su presidente.
Seamos sinceros: Netanyahu no cuenta con una opción real que promueva diálogo y tratativas. En la forma cómo se expresó, su única alternativa viable es la guerra.
Sólo que por obvias razones, un conflicto de tal magnitud radicalizaría a todos los países islámicos de Oriente Medio, incluyendo a los aliados de Estados Unidos, y en lugar de afectar negativamente el poderío militar de Irán, se estaría incrementando su influencia política en la región.
Así, Bibi no sólo viajó a insultar la racionalidad de la política internacional de Obama, sino también a desunir a los norteamericanos.
Y lo que es peor: causó un daño enorme a Israel al aumentar la desconfianza con el Gobierno estadounidense a niveles nunca vistos.
Se trata de un error estratégico garrafal de valor incalculable cuyas consecuencias se harán notar a corto, mediano y largo plazo.
Sólo por esa fatalidad, dentro de dos semanas, la ciudadanía israelí debe mandarlo de vuelta a su casa en Cesárea.
¡Buena Semana!