Estimados,
Después de semanas de inagotables tratativas, Bibi logró con lo justo formar una coalición gubernamental con 61 bancas en el Parlamento. Para lograrlo tuvo que conformar una alianza y ceder ministerios claves a ultracionalistas mesiánicos y ultraortodoxos.
Parecía imposible que Netanyahu ganara las elecciones, no obstante haciendo uso de un discurso racista y apelando al miedo de la ciudadanía, consiguió hacerse con el poder. Luego, parecía sumamente difícil doblegar a sus aliados extremistas para sumarlos a su gobierno. Y cuando el tiempo apremiaba, Bibi lo hizo de nuevo.
Pero esta vez, su coalición no será de centro-derecha como la anterior, cuando pactó con los partidos de Lapid y Livni. En esta ocasión, el gobierno será ultraderechista de pura cepa.
Bibi sumó ya a Kulanu, el nuevo partido de Moshé Kahlón, ex ministro del Likud cuyo eje de campaña fue emprender, como futuro ministro de Finanzas, una serie de reformas económicas para disminui el alto costo de vida - en particular, de la vivienda - que padecen los israelíes de menores recursos. Luego sumó a los ultraortodoxos de Iahadut Hatorá y Shas, ofreciéndoles, respectivamente, las carteras de Salud, Economía y Asuntos Religiosos, y dar marcha atrás con las reformas que suspenden los subsidios para los religiosos que se dedican a estudiar la Torá y se niegan a trabajar o ir al ejército, una situación que indigna en gran medida al resto de la sociedad laica o moderada.
Pero todavía quedaba un duro escollo por vencer: los partidos ultranacionalistas de Naftali Bennett - representante en buena medida de los asentamientos judíos en Cisjordania - y de el ex aliado, el canciller Avigdor Liberman.
Este último decidió en el minuto 90 de las negociaciones no sumarse a la coalición, quizás para apostar fuerte al fracaso del gobierno de Bibi e intentar ganarse en el futuro el lugar de referente principal de la derecha nacionalista.
La situación entonces, dejó al actual primer ministro en manos de su otro posible aliado, Bennett, quien ante la delicada situación, aprovechó para extorsionar a Bibi más allá de lo que su caudal electoral (8 escaños) le permitía, y terminó obteniendo tres ministerios claves: Educación, Agricultura y Justicia.
Esta última cartera es la más polémica de las cedidas y la que más se resistía Netanyahu a entregar ya que la candidata a ocuparlo es Ayelet Shaked, número dos de Bennett, que se propone limitar el poder de la Corte Suprema, que supo fallar en varias ocasiones en contra de la construcción de asentamientos en Cisjordania. Además, se opone a cualquier solución con los palestinos basada en la formula de dos Estados y apoya la anexión de los territorios militarmente ocupados.
Los lideres de la Autoridad Palestina (AP) no permanecieron indiferentes frente a la extrema derechización del ejecutivo israelí y expresaron su preocupación al respecto. Saeb Erekat, funcionario de la AP y principal encargado de llevar adelante las negociaciones, señaló que el nuevo gobierno hebreo es «estrechamente de derecha y está en contra de la paz». Según Erekat, Netanyahu «llevará a la región a más violencia, derramamiento de sangre y radicalismo».
Asímismo, para el dirigente de la AP, la conformación del próximo gabinete, en especial, por la fuerte presencia de ministros pro-asentamientos en cargos estratégicos como Justicia y Agricultura, deja claro «que este gobierno es de los colonos y que tiene por objeto destruir el principio de la solución de dos Estados».
Por su parte, la Dra. Hanán Ashrawi, integrante del Comité Ejecutivo de la OLP, afirmó que el nuevo gabinete de Netanyahu «traiciona la verdadera naturaleza del sistema político israelí y promueve una agenda anti-paz y el lenguaje del racismo, el extremismo y la violencia».
«Nombrar a Ayelet Shaked, que abiertamente defendió el genocidio del pueblo palestino y afirmó que «todo el pueblo palestino es el enemigo», como nueva ministra de Justicia no es sólo una amenaza para la paz y la seguridad, sino que genera una cultura de odio y la anarquía dentro de Israel», aseguró.
Recordemos que Netanyahu, quizás como parte de una estrategia electoral para quitar votos a la ultraderecha, quizás en un acto de sinceridad ya más que obvio a estas alturas, declaró durante la campaña electoral que mientras él gobierne «no habrá ningún Estado palestino».
En conclusión, Bibi consiguió formar su ejecutivo casi en el límite de su plazo, pero cualquiera puede preguntarse ¿A qué precio? Para evitar que el presidente Reuvén Rivlin lo instara a formar un gobierno de coalición con los laboristas, o incluso a ceder su lugar a ese partido, o a algún otro dirigente del Likud, Netanyahu terminó conformando una coalición chica, ideológicamente extremista - lo que amenaza con perpetuar el aislamiento diplomático de Israel -, cediendo puestos clave a partidos poco relevantes y sin responsabilidad política, pero sobre todo, una coalición inestable con contradicciones insalvables entre sus integrantes que convierte a cada uno de ellos, incluso a los miembros del Likud, en un «bastardo» con «aspiraciones monárquicas» nunca vistas anteriormente.
Los ultraortodoxos, para el caso, están completamente enfrentados con los ultranacionalistas religiosos de Bennett y ambos a su vez, poseen diferencias casi insalvables con el Likud y con el partido de Kahlón.
Las últimas elecciones demuestran así el carácter profundamente fragmentado de la sociedad israelí, partida de manera casi irreconciliable entre sectores ultrareligiosos, ultranacionalistas y laicos moderados, con los árabes de ciudadanía israelí unidos como tercera fuerza política del Estado judío, y con una coalición a la que muy difícilmente le alcance el tiempo en el poder para dar respuestas tanto a los problemas internos y externos del país.
¡Buena Semana!