Estimados,
Dentro de muy poco tiempo - bastante más corto del que ellos se imaginaban - los colonos de los asentamientos judíos en los territorios militarmente ocupados de Cisjordania regresarán a la patria. En otras palabras, al lugar donde finalmente se sentirán en casa.
Entonces Israel será un país hecho según su visión: un lugar donde la Halajá es la ley, los rabinos sus jueces y los policías sus sirvientes. Un Estado judío propio. Ya no necesitarán el disfraz de «redentores» de la tierra, de «renovadores» de la empresa sionista o de «guardianes» de las fronteras ante posibles amenazas invasoras. Ellos habrán completado la conquista de la Patria hebrea.
Por lo tanto, nosotros, los sionistas fracasados, debemos ponernos de pie y sacarnos el sombrero ante esa minoría exiliada que reside en rocosas colinas y en «precarias» viviendas de 200 m2 en Judea y Samaria subvencionadas por nuestros impuestos - mientras jóvenes de todo el país se manifiestan año tras año para poder alquilar departamentos a precios accesibles -, y que desde su lugar de exilio supo inclinar a todos los gobiernos de Israel desde 1967 a su voluntad, dándole su imagen, determinando sus leyes, sus presupuestos, su política exterior, y restringiendo fundamentalmente la capacidad de acción de sus ciudadanos con el alambre de púa de su fanatismo.
El accionar light de las fuerzas de seguridad hebreas ante el terror judío - desde los atentados contra alcaldes palestinos, pasando por el plan de explotar las mezquitas en el Monte del Templo, hasta el asesinato de un bebé de 18 meses -, demuestra que Israel sigue avanzando con paso firme hacia un Estado donde la minoría ejerce el control sobre la mayoría, requisito esencial para moverse al ritmo de un grupo dominante y poderoso. Un grupo cuyos miembros pretenden que sus delirantes «listas de precio» sean consideradas como ejes centrales. Un grupo encargado de darle a la nación entera la imagen de un nuevo becerro de oro al cual sirven como sacerdotes.
¿En qué otro país realmente democrático del planeta una minoría así sería capaz de determinar el estilo de vida de más de 8 millones de ciudadanos?
Los hechos decisivos que llevaron al establecimiento de su idea de Estado pueden rastrearse a lo largo de 40 años de pretextos y excusas. Algunos de ellos aún perviven arrinconados entre el polvo y el olvido, como esas huellas que guían la curiosidad de los arqueólogos políticos; otros aún están frescos y relucientes, tales como la propuesta de matar a niños palestinos antes de que crezcan y se conviertan en terroristas, o incendiar iglesias para impedir la conversión al cristianismo, o demoler la Corte Suprema con tractores pesados D-9 para que deje de calificar leyes parlamentarias de «anticonstitucionales», o el proyecto ley de anexión de Cisjordania. Todos se convirtieron en hábito y norma de conducta, como si a priori no existiera otra vida posible. ¿Qué le agregaron al agua que bebemos en Israel en los últimos años? ¿También la democracia israelí se está convirtiendo en una «primavera pasajera»?
La mesiánica misión de los asentamientos supo camuflarse diestramente en forma lenta pero segura. «Sólo algunas horas más de oración en la Cueva de los Patriarcas», nos decían. «Sólo déjenos limpiar el sitio de la sinagoga en Hebrón; sólo un pequeño y acogedor barrio en Kiryat Arba; sólo un leve aumento en la población que incluya el crecimiento natural; sólo una carretera privada de acceso». Y así, como en una maniobra militar, el «enemigo» - comunidad internacional, gobiernos locales, diputados de centro-izquierda, movimientos por la paz, intelectuales, periodistas - terminó comprando todos esos cuentos como si se trataran del verdadero plan.
En apariencia, lo único que le interesaba a la dirigencia de los asentamientos era sólo aumentar su número de colonos y el tamaño del área destinada a ellos. Así fue como se las arregló para convencer a sus opositores, haciéndolos cautivos de esa creencia; de que la disputa era trivial y que la discusión giraba sólo en torno a la cantidad de viviendas. Porque mientras el eje del asunto fuese la construcción, nadie prestaría atención a la verdadera ocupación que estaba planeando: completar la conquista total del Estado de Israel.
Ahora ya no le importa quitarse el disfraz. Unas casas más o menos en Bet-El, Yitzhar o Kfar Tapuaj ya no son importantes. De cualquier forma se van a construir. Lo que interesa actualmente es hacer de esa «diáspora israelí» - nosotros que residimos dentro de los límites de la Línea Verde -, la patria toda; liberar la nación de los arrogantes intrusos que aún permanecemos en ella. Israel con las fronteras de 1967 debe convertirse en «nuestro Estado satélite».
Hace muchos años atrás podíamos imaginar la respuesta de la gran mayoría de los israelíes si la diáspora judía hubiese pretendido decirle al Gobierno hebreo cómo actuar, qué política seguir y cuáles valores adoptar. Pero los judíos del mundo no se atrevían a inmiscuirse en tales asuntos. En cambio, sentían orgullo de los héroes encargados de la defensa del «único Estado netamente judío y democrático».
Desgraciadamente, los valores de esa Nación ya no se corresponden con los de aquel judaísmo; el sueño de sus pioneros dejó de ser su sueño. De modo que la vieja diáspora judía dio paso a otra nueva: militar y despótica, la que dicta desde Judea y Samaria, apenas unos pocos kilómetros, pero desde el fondo del abismo, el nuevo orden de prioridades del Estado de Israel.
Esos son los valores que se importan a Israel desde los territorios militarmente ocupados, quienes considerados ilegales por toda la comunidad Internacional, reciben el amparo de nuevas leyes. Porque en los asentamientos no importan las resoluciones de la Unión Europea o las del Gobierno de EE.UU, ni siquiera las del Ejecutivo israelí - cualquiera sea - o las de la Corte Suprema hebrea. Allí mandan las «listas de precio» y somos nosotros, siete millones y medio de ciudadanos israelíes, quienes estamos obligados a jurar lealtad a sus habitantes y no al revés.
En Israel, en estos días, se está respondiendo al verdadero interrogante de los habitantes de los asentamientos: ¿Ellos o nosotros? Y, si es necesario, suicidarse también por su causa.
Tishá Be’Av - que conmemoramos hace un mes - nos recuerda que no sería la primera vez, y que conviene aprender del resultado de las anteriores.
¡Buena Semana!