Estimados,
Exactamente diez años después de que concluyera la segunda, los vientos de una nueva Intifada palestina soplan en la región aunque ninguna de las partes se atreve a declararla como tal por las consecuencias que conllevaría.
La pregunta de si la actual ola de violencia en la región es igual o no a los demás alzamientos palestinos ocurridos anteriormente contra Israel ocupa estas últimas semanas a los principales comentaristas y funcionarios locales, pero si los primeros ven claramente las chispas, los segundos muestran sus dudas.
«Si parece una Intifada, se comporta como una Intifada y suena como una Intifada, es una Intifada», escribió la veterana periodista israelí Sima Kadmón en «Yediot Aharonot».
Nahum Barnea, otro de los pesos pesados de ese medio, sostuvo que él personalmente ve «la Intifada en los ojos de los jerosolimitanos: en el temor con el que los padres se separan de sus hijos a la puerta de los colegios, en las atemorizadas miradas de sospecha hacia el árabe que sube a un autobús».
Sensaciones muy palpables aún en quienes vivieron la primera Intifada, entre 1987 y 1993, y la mucho más sangrienta entre 2000 y 2004.
Los expertos ven el final de la segunda entre la muerte del líder palestino Yasser Arafat, hace diez años, y la elección de Mahmud Abbás como presidente de la Autoridad Palestina (AP), a comienzos de 2005.
En ese momento,la gestión de Abbás, un político más moderado que Arafat, y la desconexión israelí de Gaza, se tradujeron en una instantánea reducción de la violencia y abrieron un horizonte al diálogo en 2007 que los misiles de Hamás, lanzados desde la franja, no permitieron fraguar.
El fracaso de los parcos intentos diplomáticos que Abbás y el primer ministro israelí, Binyamín Netanyahu, protagonizaron en 2013 y 2014, parecen ahora abrir las puertas del infierno.
La falta de una iniciativa diplomática y la negativa a aceptar la cruda realidad tal y como es conducen a un nuevo enfrentamiento violento de trágicas consecuencias», señaló el periodista israelí Shimón Shiffer.
La ola de violencia comenzó en junio de 2014 con el asesinato de tres adolescentes judíos y otro palestino, hechos que derivaron en la ofensiva israelí «Margen Protector» contra Hamás en Gaza y un discurso ultranacionalista que empuja a ambos pueblos a un callejón sin salida.
Netanyahu y los ultranacionalistas mesiánicos de su Gobierno se entregaron a una dialéctica y a una política en la que lo que no se consigue por la fuerza, se alcanza con más fuerza y si no, con más viviendas en los asentamientos judíos en Cisjordania y con visitas provocativas al siempre explosivo Monte del Templo en Jerusalén.
Por su parte, Abbás y los suyos retomaron la retórica mentirosa de Arafat, y especialmente la del «ala norte» del movimiento islámico en Israel, con advertencias de una «guerra religiosa de devastadoras consecuencias» y aseguran que los palestinos «defenderán Al Aqsa - que está en peligro - de los colonos y del extremismo judío».
Sin duda, se trata de un llamamiento de peligrosas consecuencias en una zona donde la religión siempre fue parte inseparable del conflicto, ahora y durante los últimos veinte siglos, que Bibi se cansa de negar una y otra vez al afirmar que el status quo en los lugares santos de Jerusalén se mantendrá tal como fue establecido en 1967.
«Los líderes de la región tienen dificultades en entender la importancia de Dios en la vida de sus súbditos», explicó Barnea sobre la reacción que generan con sus actos y declaraciones.
La lucha por la ciudad tres veces santa es nuevamente el origen de la cadena de ataques palestinos este último mes, en la que murieron seis israelíes, perpetrados en general por jóvenes de fuerte ideología religiosa, en su mayoría sin filiación política definida, pero muy influenciados por la violencia que pueden ver en lzonas vecinas a través de medios o redes sociales.
«No vemos una organización detrás de los atentados», afirmó el ministro israelí de Seguridad Interior, Gilad Erdán, al descartar una Intifada, pero la diputada Hanín Zoabi, de la Lista Árabe Conjunta, llamó al pueblo palestino a «defenderse y lanzar una Intifada en serio». Igualmente lo hizo el pasado viernes antes del rezo el líder de Hamás en Gaza, Ismail Haniyeh. Para él, la Intifada siempre continuó y continuará «en los campos de refugiados de Hebrón, El Arub, Jenín, Balatah, Deheishe... Todos los días sigue y seguirá allí el lanzamiento de piedras contra el opresor israelí».
Es en esos campos de Cisjordania donde las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) se encuentran desde el año pasado con una mayor oposición popular a arrestos y decisiones que reducen las libertades individuales de los palestinos, y en los que en 2014 perdieron la vida alrededor de 40 de ellos, a los que debe sumarse los 2.100 en Gaza de «Margen Protector.
En una carta escrita desde la prisión israelí en la que cumple cinco cadenas perpetuas desde 2002, el dirigente palestino Marwán Barghouti exhortó a su liderazgo a abrazar «la resistencia armada global, porque así seremos fieles al legado de Arafat, sus ideas y sus principios».
Qadura Fares, ministro de la AP, aseguró sin embargo que «desde 2005 Abbás sigue la misma y única opción - la diplomática - a pesar de lo que ocurre en el terreno que «se desvía de sus aspiraciones para conseguir la paz a través de negociaciones».
En la completa ausencia de un horizonte diplomático, el destino de la región parece estar ahora en manos de la petición que la AP presentará próximamente al Consejo de Seguridad para que obligar a Israel a poner fin a la ocupación en el plazo de tres años.
Sea cual fuere el resultado, la tensión política está servida, y serán las decisiones y contra-decisiones irresponsables de los dirigentes - nuestros y palestinos - las que, oficialmente, hagan estallar por completo el viejo polvorín de Oriente Medio.
¡Buena Semana!